Guillermo Ortiz: "No consigo odiar el ciclismo aunque sean unos tramposos"

Guillermo Ortiz presenta el libro 'El chico que soñaba con ser Gianni Bugno'

Guillermo Ortiz presenta el libro 'El chico que soñaba con ser Gianni Bugno' / EDUDARDO LÓPEZ

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Guillermo Ortiz (Madrid, 1977) es muchas cosas. Licenciado en filosofía, escritor y profesor de inglés. Pero sobre todo es una persona inquieta. Lo reconoce él mismo: no puede dormir si su ocupación en ese momento no es dormir. De ahí que nunca se haya quedado frito viendo una etapa del Tour. Y que asuma con pudor que se durmió en el festival de San Sebastián con una peli de Lars von Tier tras una noche movida con Nacho Vigalondo. Ha escrito de cine. De música. Y de deportes. Fantaseó con ser Nick Hornby (como todos). Y se reconoce en su hijo: un nostálgico de seis años. Ahora presenta 'El chico que soñaba con ser Gianni Bugno' (Contra), su último libro. 

¿En la derrota hay mejores historias que en la victoria?  

Podríamos decir aquello de que las familias infelices lo son de muchas maneras y las felices solo de una. Ganar es un sentimiento normalmente bastante unívoco. Pero sin embargo cada uno pierde a su manera. Y pierden muchos.  Eso tiene más narrativa.  En un Tour participan 189 tíos. Hay uno que gana y 188 que pierden. Y es mucho más fácil encontrar historias en esos 188. 

¿Qué te enganchó de Bugno?

Cuando recuerdo esos años tengo una visión de mí mismo que no es la de un triunfador. No te voy a decir como un perdedor, porque tampoco sería cierto ni justo. Pero desde luego que no como un ganador. Pues eso, como un Bugno, como un segundo, como un sexto. Es la derrota de alguien que en el fondo cree que puede ganar. Había un componente muy estético en Bugno en esa manera de perder sin torcer el gesto. Y a la vez una fascinación ante la improbabilidad de aquel hombre. En decir: ¿Gianni, hoy qué toca? Me acuerdo de esas pintadas de ‘Gianni facci sognare’. Me parecía precioso. ¿El ganador te hace soñar? El ganador no te hace soñar, tío. O sea, tú sueñas con aquello que no sucede. Lo que le pedías a Bugno era eso: haznos soñar, haznos ilusionarnos. Y luego, ya si eso, te vendrá la pájara o la depresión. Tendrás un problema con tu mujer e irás al psicólogo. Lo que sea… pero haznos soñar. Haz que merezca la pena. Yo creo que esa es mi relación con la vida y con el deporte. 

¿Por qué crees que se vuelve una figura tan atormentada?

Bugno gana el Giro del 90 vestido de rosa desde el prólogo hasta la última etapa. Y se ve de repente como un nuevo Coppi. Va a comerse el mundo. Y justo en el 91 aparece Indurain. Indurain ya ha aparecido antes en la vida de Bugno. Justo un año antes, Bugno gana en Alpe d’Huez, pero a quien destaca de esa etapa es a Indurain. Porque Indurain hace un trabajo para Perico brutal. Y Bugno dice: 'Hoy me ha demostrado que es un campeón de verdad y estoy impresionado todavía'. Entonces él ya sabía que había un tío de su edad que prometía, pero creía que aún no estaba preparado para las grandes gestas. Bugno pasa muy rápidamente de lo tengo todo, soy imbatible y soy el futuro del ciclismo a sé que hay alguien a quien no voy a poder batir. Y él eso no supo equilibrarlo. Tardó un tiempo, que es ese tiempo de divorcios y psicólogos. 

De hecho hay esa viñeta de Forges en El País del psicólogo del psicólogo de Bugno con muy mala leche... ¿Tanto se hablaba de esa figura o era algo simbólico?

[Sonríe]. Existía, existía. A ver tú piensa que a principios de los noventa en todo el deporte mundial hay una transformación científica. Que puede estar vinculada a ciertos aspectos del dopaje sin duda. Pero es un intento de sistematizar como una industria lo que claramente había sido un juego durante muchos años. No solamente en el ciclismo, en todos lados. En fútbol te aparece Benito Floro, que presumía de tener un método científico. Era un tío que no había jugado al fútbol en su vida pero que era un gran entrenador.  Era una cosa muy metódica y él iba con su psicólogo a todos lados. 

Pero fue una figura de la que se hacía burla y se ridiculizaba…

Para muchos sin duda. Porque era como: ¿qué pinta un psicólogo aquí? En qué va a ayudar un psicólogo a un deportista si es un viva la virgen, un paleto, un tío sin ningún tipo de problema interno. Se veía como un señal de debilidad pero a mí me daba un mayor respeto. En plan: 'No, no... cuidado que encima tiene un psicólogo'. Ahora tu ves a Djokovic que no va a ningún lado sin sus cinco gurús. Llámalo coach, llámalo psicólogo, llámalo gurú. Y supongo que todas las grandes estrellas ahora tienen a alguien que les ordena mentalmente porque si no se volverían locos. 

"Nos regodeábamos en la tristeza y la depresión porque no teníamos ni puta idea de lo que era la tristeza y la depresión"

Una cosa que me llama la atención del libro es cómo cambia la imagen que nos queda de algunos personajes y cómo se percibían en sus inicios, por ejemplo: Pantani...

[Sonríe]. Era un tipo que con 23 años estaba calvo. Feísimo y que no sabías de dónde había salido. Era un tío de verdad sin ningún carisma que de repente explotó. Pero fíjate, por ejemplo, en el relato sobre la continuidad Perico-Indurain. Tiene sentido si miras los palmareses y la Wikipedia. Pero como fenómeno social es que no fue así. 

¿A qué te refieres?

Perico fue un fenómeno social en los ochenta. Fue como el Mecano de La Movida. Todos los niños estábamos enamorados de Perico Delgado. No ya los especialistas, los niños. Hicieron un videojuego de Perico para que los niños pudiéramos jugar. Era un personaje muy carismático aparte de ganador. Pero Indurain no lo era. Había cierta sensación en ese momento, entre los que nos gustaba el ciclismo, de que el bueno era Bugno. 

¿Qué tenía Perico que lo hacía tan especial?

Perico lo tenía todo, tío. Primero, era un escalador. O sea tu veías la etapa para ver cuando atacaba Perico. Luego tenía la dimensión internacional. En aquella época no había un Nadal ¡no había ni un Bruguera!  No había ganadores de Giros ni de Tours. Por no haber, no había ni equipos campeones de Europa en el fútbol. Entonces veías el Tour, y que hubiera un español ahí, era la hostia. Y luego tenía el encanto de la imprevisibilidad. Porque Perico se pillaba unas pájaras descomunales o te metía demarraje y te sacaba en un kilómetro un minuto. Y eso engancha. Y luego ese carisma de gran comunicador, que siempre lo ha sido ¿Tú recuerdas una frase completa de Indurain? No existe.

Para mí Indurain es esa imagen de un tipo sentado en la bici subiendo la montaña con el resto de pie...

Yo tengo ese recuerdo de tipos muy inconexos cuando hablaban. Les metías el micrófono delante y el que era muy bravucón te soltaba una bravuconada. Y, el que no lo era, lo normal es que estuviera medio callado. Pero es que los ciclistas eran mucho eso. Gente que hacía su trabajo de una manera mecánica y luego cuando llegaba a la meta delante de un micro soltaba dos o tres obviedades completamente agotado.

O con el moco congelado a lo Escartín…

[Risas]. Efectivamente, con el moco cayéndole. O con Jaime Mir echándole toallas para calentarle. No era fácil encontrar un deportista que te transmitiera. Piensa que era la época de Butragueño. Por eso Perico fue un fenómeno tremebundo. Pero mi fascinación por Bugno es con 15 años. Y en esa edad lo que viene de fuera tiene otra aroma. Italia me entró de muchas maneras: el Mundial del 90, la selección de baloncesto y sus equipos con Kukoc en la Benetton, ciclistas italianos importantes como Bugno... Y de repente aquí nos llega Telecinco. Telecinco era Italia, tío. Y te aseguro que Telecinco en ese momento podía ser algo muy fascinante para un adolescente [sonríe]. 

Una de las frases que me llaman más la atención de tú libro es cuando dices que al ciclismo hay que quererlo cómo es...

Sí, como lo quería Anquetil. El ciclismo tiene una larguísima tradición de dopaje. El ciclismo instauró controles antidopaje porque se les  murió un campeón del mundo subiendo el Mont Ventoux hasta arriba de anfetaminas y de alcohol.  Que fue Tom Simpson.  Hay una tradición que viene de principios de siglo cuando se ponían cocaína en los dientes para ir con el subidón. Y luego ya en los noventa pasa a manos de médicos con otro tipo de sustancias más elaboradas. Y esa tradición yo no tengo constancia de que haya terminado nunca.  Ahora bien, ¿eso quiere decir que tienes que odiar el ciclismo porque son unos tramposos? Yo no lo consigo. 

¿No es un poco triste aceptar esa cultura del engaño?

Hay gente que me dice: ‘pero cómo puedes insinuar que fulanito’… ¿Cómo quieres que no lo haga? O sea: ¿de verdad te hace daño como aficionado del ciclismo? ¿Necesitas pensar que el ciclismo es un deporte limpio para quererlo? Pues mira no lo vas a conseguir. El ciclismo no es un deporte limpio. Dudo que haya muchos deportes limpios.  Yo eso lo digo porque he hablado de dopaje y me he llevado muchas hostias. Nadie te quiere por hablar de dopaje. Al revés. Te vienen todos los aficionados que sienten que estás poniendo en duda a sus ídolos. Y no quieren eso. No quieren reconocer que Contador dio positivo por clembuterol. No quieren reconocer que había unas bolsas con el ADN de Valverde preparadas para una transfusión con EPO dentro. Consideran que su vida se derrumba si yo digo que Valverde o Contador han tenido episodios de dopaje. Así que tienes que andar con pies de plomo. Y si te gustan Bugno o Olano pues sé feliz igual, pero no pretendas atribuirles virtudes que no tienen. La honestidad no es una virtud del ciclismo. No lo es. No lo ha sido nunca. Asúmelo.

"Un ganador no te hace soñar. Uno sueña con aquello que no sucede. Y lo que le pedías a Bugno era eso: haznos soñar"

Un tema que también está muy presente en el libro es la nostalgia. Llegas a decir: “todo lo que no fuera el presente me parecía maravilloso”… Y lo dices sin haber cumplido la mayoría de edad…

Esto pasa. Mi hijo tiene seis años y está todo el rato recordando las vacaciones que hicimos en Cádiz el año pasado. Es su paraíso perdido. Todos tenemos un paraíso perdido. Y el de mi hijo de seis años es su hotel de Cádiz familiar con piscina para niños, con nosotros y sus primos. Lo recuerda como lo más maravilloso del mundo. Creo que esa parte de la nostalgia en ciertas personalidades siempre está ahí. En mi caso no tenía ni 18 años y tarareaba la canción de La Unión, 'Vivir al este del edén'. Y aquello de "paseando el otro día en la mañana me encontré un amigo de la niñez. Hablaba con nostalgia de la infancia que dura se ha vuelto la vida después". Todo los grupos que me gustan llevan 40 años de giras nostálgicas, fíjate [risas].

Woody Allen dice que la nostalgia es una trampa porque uno siempre se recuerda feliz...

La reconozco por completo.

Él decía que, a pesar de haber dirigido 'Midnight in Paris',  en realidad no le hubiera gustado vivir en ninguna época que no tuviera aire acondicionado…

[Risas]. Creo que, cada vez que a Fernando Savater le preguntan en qué época le hubiera gustado vivir, siempre contesta: 'En ninguna otra porque soy diabético'. Creo que probablemente la mayoría de recuerdos sean tramposos. Pero a mi todavía me cuesta mucho disfrutar del presente. Muchísimo. A veces pienso que soy un superviviente. Estoy tan pendiente de sobrevivir en el presente que no lo disfruto. Y cuando ya por fin lo ha sobrevivido miro hacia atrás y pienso: ‘Uff, qué bien estuvo’. Y en el libro la nostalgia también juega un papel importante que me permite llenar espacios. Porque, cuando me encargaron este libro de ciclismo en los noventa, en lo primero que pensé fue en EPO.  'Vaya marrón', pensé. '¿Cómo hago esto sin acabar en un juzgado o apedreado en la calle y en el twitter?' Y ahí es cuando pensé: 'Mira, a tomar por el culo, el libro no va a ir sobre la realidad del ciclismo, el libro va a ir sobre mi nostalgia. Y en mi nostalgia no entra el doping porque yo no recuerdo el doping de esa época'.

Mi frase favorita del libro es: "Nos regodeábamos en la desgracia porque la desgracia en realidad nos pillaba lejísimos"… Me parece una definición fantástica de la adolescencia…

Sin duda. La adolescencia ¡Esa gran impostora! Recuerdo tener tremendas depresiones de chaval. Hacer de todo un mundo y pasar por todas las fases típicas del adolescente autocompasivo. Todas. Y ahora pienso, 30 años después: 'joder, te ponías a llorar porque Laura no te llamaba. O porque tu equipo había perdido. Joder, no te quedaba vida, chaval'. Nos regodeábamos en la tristeza y la depresión porque no teníamos ni puta idea de lo que era la tristeza y la depresión.