Historia SPORT

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Kvaratskhelia, el ídolo de Nápoles que nadie vio venir

El georgiano aterrizó en el club partenopeo como un desconocido y se ha convertido en una de las sensaciones de Europa

Andrés Carrasco, que le captó a los 10 años, y Eduardo Docampo, que lo dirigió en el Rubin Kazan, desgranan en SPORT al Khvicha que, más tarde, se convirtió en estrella

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Ajax - Nápoles | El gol de Jvicha Kvaratsjelia

El gol de Khvicha Kvaratskhelia / TELEFÓNICA

Albert Gracia

Albert Gracia

De Laurentiis anunció su fichaje aún sin saber pronunciar su nombre, pero tenía claro que se había adelantado a media Europa y había fichado a un jugador que podía ser una “bomba”. Siempre ha sido un tipo optimista y tremendamente de los suyos el carismático presidente del Nápoles, pero esta vez no podía tener más razón.

Le convenció el entonces director deportivo Guintoli de que había que apostar por este jovencísimo extremo ahora que aún permanecía ‘desaparecido’ en el fútbol ruso y georgiano, y así fue. Mientras la ciudad partenopea lloraba desconsolada la marcha de Insigne, su hijo pródigo, Khvicha Kvaratskhelia (Georgia, 2001) aterrizaba en Nápoles por la puerta de atrás y casi pidiendo permiso procedente del Dinamo Batumi, donde había llegado del Rubin Kazan tras la guerra entre Rusia y Ucrania. Pero no tardó ni una temporada en convertirse en la gran sensación del Nápoles campeón de la Serie A, rival del Barça en los octavos de final de la Champions League.

Desde el primer día se ha mostrado como es: desequilibrante, descarado y haciendo cosas que hacía mucho tiempo que no se veían en la región de la Campania. Está jugando en Italia igual que lo hacía en Rusia y Georgia. Y eso ya son palabras mayores. Las exhibiciones se han ido sucediendo y, lejos de ser una casualidad, el georgiano se ha ido convirtiendo en una realidad absoluta. Hasta hoy, ‘nombrado’ nuevo ídolo en Nápoles y mito en Georgia, donde no se habla de otra cosa.

Así lo relata a SPORT Andrés Carrasco, el encargado de montar la Academia del Dinamo Tbilisi y, por ende, de captar a Kvaratskhelia en 2011 cuando tan solo tenía 10 años: “En Georgia es más que un ídolo. Aquí es imposible no seguirlo. Esto es muy especial. No sucede cada día una situación como esta. Aquí nadie, ni su familia, podía prever que con 22 años llegara al Nápoles e hiciera lo que está haciendo. Ni en Nápoles se lo creen”.

Una historia distinta a la de otros cracks

Llegados a este punto y convertido ya en un futbolista de otro nivel, la pregunta es clara: ¿De dónde sale el fenómeno Khvicha, por qué pasó desapercibido para los ‘grandes’ hasta tan tarde, por qué aún en Georgia no se lo creen y qué hubiera sido de él si hubiera dado el salto a un fútbol más potente desde un principio? Esto último jamás lo sabremos, pero sí podemos adentrarnos en cómo llegó hasta Nápoles. Nadie lo vio venir. Ni siquiera cuando la rompía en Rusia.

Su historia es muy distinta a la de otros cracks del panorama actual que decidieron hacer las maletas siendo muy jóvenes y firmaron por equipos importantes. Porque el georgiano ha crecido en el siempre atractivo fútbol de su país y en Rusia hasta que se le vio preparado para dar el salto, y porque, a diferencia de otros muchos talentos, Kvaratskhelia no fue siempre uno de esos elegidos.

De hecho, en sus comienzos en el fútbol base del Dinamo Tbilisi, era uno más. “En ese momento teníamos diferentes pruebas y los entrenadores no lo tenían demasiado claro. No era un jugador técnicamente especialmente talentoso. Durante toda su carrera en la Academia nunca fue uno de esos cuatro o cinco elegidos, que marcan la diferencia. Era un jugador que estaba bien, con mucha fuerza, con mucha velocidad, técnicamente correcto… Pero nunca había sido un jugador determinante como ahora. Hasta que no llegó hasta los 17 o 18 años, claro”, cuenta Carrasco, que define al Khvicha niño como un jugador más trabajador que talentoso.

Creció en la sombra del fútbol ruso

Pero el trabajo ayudó a fomentar el talento y el georgiano, con el paso de las temporadas, fue creciendo a la velocidad de la luz. Arropado por una familia futbolera con un padre que le había hecho de entrenador en sus primeros pasos, Kvaratskhelia ya empezaba a despuntar y de qué manera en edad juvenil. Ahí ya era un jugador diferente, un talento diferencial. Nadie creyó más en él que él mismo.

Fue entonces cuando el propio Andrés Carrasco, en las filas ya del Shakhtar, quiso firmarlo para el conjunto ucraniano y hacerlo coincidir con un tal Mudryk. Khvicha no fue a Ucrania, donde quizás hubiera tenido un mayor foco mediático, pero hizo las maletas y se marchó al fútbol ruso. Ahí coincidiría unos meses con otro técnico español, Eduardo Docampo, segundo por aquel entonces en el Rubin Kazan.

Tras pasar por una temporada complicada en el Lokomotiv de Moscú en la 18-19, Kvaratskhelia firmó en la 19-20 por el Rubin Kazan, un club venido a menos, con una plantilla más táctica que técnica y que le sirvió al georgiano para madurar en su juego.

“El jugador era fácil de ver. No había que ser un gran ojeador. Tenía unas cualidades y una proyección tremenda con 18 años. Cuando lo fichamos ya se le veía ese potencial, aunque quizás tenía menos éxito en sus acciones. Necesitaba entender algo más el fútbol”, recuerda Docampo a SPORT. Y en eso trabajó el georgiano. Se quedaba entrenando el uno contra uno y acciones de ataque en entrenamientos específicos, pero también aprendió a ser futbolista antes que malabarista.

Un artista que aprendió a asentar su juego

No se olvidó de la espectacularidad en su juego y se sabía mejor que el resto, pero en Kazán se vio obligado a sumar registros en defensa y a cuidar más tanto la posesión de balón (evitar tantas pérdidas) como ese pronto que en ocasiones le hacía cabrearse en exceso ante las entradas de los rivales. También tuvo en el Rubin una familia que le quiso mantener alejado del foco mediático.

En Rusia, a diferencia de sus primeros pasos en Georgia, vieron a un jugador que podía marcar las diferencias con facilidad y no tardaron en salir los rumores sobre un traspaso sonado. Sin embargo, cuánto más se hablaba de él, más calma le dieron.

El presidente, pese a que el club no iba sobrado de presupuesto, abogó porque se quedara un par de años en el equipo para que siguiera creciendo antes de dar el salto, mientras que Eduardo Docampo también le recomendó centrarse única y exclusivamente en crecer: “Le decíamos que valorara más el momento en el que vivía. Se enfadaba con nosotros y yo me reía porque pensábamos que iba a ser un gran jugador y estábamos especialmente encima de él. Se tenía que preocupar más en el proyecto que era como jugador que en la inmediatez y en las prisas. Él tenía muchísima prisa por llegar. Creo que si se hubiera ido pronto de Rusia se hubiera caído”.

Finalmente, la guerra obligó a Kvaratskhelia a hacer las maletas y volver de nuevo a Georgia, pero sería para unos pocos meses. El Dinamo Batumi fue un trampolín perfecto para aterrizar en Nápoles. Ya estaba preparado. Ya había crecido para ser algo grande, aunque nadie esperaba que se convirtiera en lo que está siendo: el nuevo ídolo partenopeo. En la Campania ha mantenido ese brillante regate que le hace especial, pero ha sumado mayor poso en su juego. Ahora es uno de los cracks del momento, aunque los que le han tenido cerca saben que aún tiene margen de maniobra. Él siempre creyó. El resto es y será historia.