Xavier Moret: "En Burundi liberaron a un rehén gracias a un autógrafo de Messi"

Xavier Moret es escritor y periodista especializado en viajes

Xavier Moret es escritor y periodista especializado en viajes / J. Ferrándiz

Javier Giraldo

Javier Giraldo

Escritor y periodista, Xavier Moret (Barcelona, 1952) ha hecho del viaje una forma de vida. Publicó su primer libro de viajes, (‘América, América’) en 1998 y en 2002 ganó el premio Grandes Viajeros por ‘La isla secreta’, crónica de uno de sus viajes a Islandia. Su último libro es ‘Tras los pasos de Livingstone’ (Península), un recorrido por la parte oriental de África en el que sigue los pasos de los grandes exploradores del siglo XIX: Stanley, Burton, Speke y por supuesto, el enigmático David Livingstone.

Ha visitado 140 países y colecciona anécdotas y momentos: divertidos, tensos, peligrosos y emocionantes. Admite que en su día pensó en quedarse a vivir en la Polinesia francesa y huye de los países artificiales, los que parecen construidos por nuevos ricos. 

-¿De dónde nace la inspiración para escribir este libro?

Cuando lees sobre el tema, en seguida te encuentras  con las rutas de los exploradores que salían de Zanzíbar y que iban en caravana hasta el Lago Victoria con el objetivo de descubrir las fuentes del Nilo. Me fui guiando por aquellas viejas rutas del África oriental, para ver cómo ha cambiado la forma de viajar por esa zona. Los primeros exploradores siguieron las rutas de los esclavistas: Zanzíbar era una base para llevar a los esclavos, una prisión para luego enviarlos a las plantaciones de América. Es una isla que siempre me ha intrigado mucho: ahora es un paraíso turístico, pero en su momento era un lugar de horror. 

-¿Con qué sensación vuelve uno de África?

Siempre me carga las pilas porque Africa te descoloca. Te hace huir de la seguridad, salir de la zona de confort, como se suele decir últimamente. Sabes que difícilmente podrás seguir el plan de viaje que te has marcado: hay retrasos, trenes anulados por las lluvias, autobuses que pinchan una rueda y no tienen recambio... pero al final te das cuenta de que todo eso supone una oportunidad para conocer cosas distintas de lo que te habías propuesto. Conoces gente y te adaptas a su ritmo: siempre hay que calcular bastantes días más de los previstos. Si aceptas eso, viajar por África es un placer.

-¿Por qué África seduce tanto?

Es el territorio de la aventura y de la improvisación. Lo explicaba Laurens van der Post, el explorador sudafricano: decía que los europeos y los occidentales en general, al haber sido civilizados durante tanto tiempo, tenemos atrofiada la parte intuitiva del cerebro. África te activa esa parte del cerebro, la que te hace actuar más por los sentimientos que por la racionalidad. Y eso es bueno porque hay una parte de nosotros mismos que tenemos olvidada. Luego, por supuesto está la gran fauna y flora. Y la gente, que exhibe una naturalidad y espontaneidad que en Europa es muy difícil de encontrar.

-¿Es peligroso?

Puede serlo. Sobre todo, en las grandes ciudades. La gente del campo acude a las ciudades en busca de dinero y a menudo acaba en barrios míseros y haciendo lo que sea para sobrevivir. Hay que saber moverse por los sitios adecuados y desconfiar siempre de la noche.

-¿En qué condiciones has viajado?

En realidad, el libro recoge varios viajes por África, desde hace años. La manera que más me gusta es usar el transporte local y dormir en pensiones baratas. Tiene sus incovenientes, pero te hace entrar de verdad en el país. Para seguir las rutas de los exploradores, yo prefería coger un autobús a un avión. Alguna vez he pasado noches enteras en autobuses, es incómodo y lo pasas mal, pero como dice Colin Thubron, ‘lo paso mal, pero qué buen capítulo saldrá de aquí’. 

-Lo peor son las fronteras.

Sí, por la corrupción, porque todos te miran preguntándose cuántos dólares vas a soltar. Yo estuve atrapado entre Congo y Ruanda, ni un lado ni en otro me daban el visado hasta que aparece un militar corrupto y te insinúa que por 50 dólares te deja pasar. Entre Mali y Burkina Faso también me pasó lo mismo. Pero en la frontera nunca estás solo porque está llena de refugiados y gente sin papeles, y tú sabes que con dinero saldrás de ahí. Es nuestra ventaja como europeos, pero hay mucha gente que se pasa semanas o meses ahí y nadie se hace responsable de ellos. 

-En África se percibe el fútbol de una manera muy distinta, ¿verdad?

Para ellos, el fútbol significa la posibilidad de  salir de la miseria. Ven el fútbol gracias a las parabólicas: la llegada de la televisión y de los móviles les ha cambiado la perspectiva. Para ellos, el fútbol es sinónimo de triunfar sin necesidad de haber estudiado. Saben que hay que gente que se ha hecho millonaria gracias al fútbol, como Weah o Eto’o. Es triunfar no solo a nivel económico, también hacerse famoso y salir en la tele. En Malabo, me vino a buscar un chófer con una camiseta del Barça y le dije que yo era de Barcelona y del Barça. Pero me respondió que él, en realidad, era del Madrid. Yo le pregunté por qué llevaba entonces la del Barça y su respuesta me sorprendió. ‘Es que es más bonita’, me dijo. Para ellos es todo mucho más relativo. 

-A veces, la palabra ‘Barça’ es un salvoconducto.

O al menos, una manera de romper el hielo. Cuando dices Barcelona, muchos te recitan la alineación completa. Es algo que me gusta. Solo me molesta cuando se convierte en un problema: en la frontera entre Tayikistán y Kirguistán me salió el responsable armado con una metralleta y cuando le dije que yo era de Barcelona, me respondió que él era del Madrid y se puso muy agresivo. Por cierto, en Kirguistán hay una ciudad llamada Osh con dos bares para ver el fútbol: uno se llama El Clásico, con la mitad de los sillones tapizados con los colores del Barça y la otra mitad, del Madrid; y otro se llama Camp Nou, donde solo mandan los colores del Barça.. Da para pensar en la dimensión que tiene el fútbol en todo el planeta. En China, en pleno desierto de Taklamakán, que significa ‘entrarás pero no saldrás’, paramos en una yurta de nómadas y apareció un chaval de 14 años y nos dijo, ‘sois los primeros extranjeros que veo en mi vida’. Cuando le dijimos que éramos de Barcelona se puso como un loco porque era del Barça. ‘¡Qué suerte la mía, los primeros extranjeros que veo y son de Barcelona!’, nos decía. 

-La figura de Messi también es universal.

En Burundi me contaron un caso muy curioso. Allí se estilan bastante los secuestros de occidentales y me dijeron que a un rehén español lo soltaron a cambio de un autógrafo de Messi. Yo no pude comprobarlo, pero puede ser verdad. Se enteraron de que el rehén era de Barcelona y de que podía conseguir un autógrafo de Messi y a cambio de eso, lo soltaron. En Uganda, Kenia, Tanzania y Etiopía también se nota una cierta obsesión por salir de la miseria a base de correr y triunfar en el atletismo. 

-Tienen pocos recursos, pero suelen llevar camisetas de equipos europeos.

Las camisetas se las regalan o son confeccionadas en países a bajo precio. Muchas son imitaciones del mercado pirata. La gente se junta en los bares para ver sobre todo la Liga inglesa, pero también el Barça y el Madrid. La final de la Champions de 2009 entre el Barça y el United me pilló en la isla de Koh Samui (Tailandia): antes del partido, todos los tenderetes vendían las camisetas del United, que era el equipo de moda. A las tres de la madrugada, justo después del partido, ya las habían sustituido por las del Barça. Tienen tantos talleres de confección que reaccionan con rapidez: fuera las camisetas viejas y bienvenidas las del nuevo campeón; todo por el negocio. 

-¿En cuántos países has estado?

Lo calculé hace poco con mi hijo y salían 140. Creo que hay 190 países en el mundo, pero tampoco aspiro a estar en todos. He repetido en varios países, por ejemplo en China he estado siete veces y espero seguir yendo. A Grecia he ido más de veinte veces. Hay países que te seducen y otros que no me interesan demasiado.

-¿Nunca has tenido la tentación de quedarte a vivir en otro país?

Donde más he tenido la sensación de decir, ‘aquí me quedo’ fue en la Polinesia, concretamente en las Islas Marquesas, como le pasó a Paul Gauguin. Allí la naturaleza es espectacular y la gente es muy acogedora. En Nueva Zelanda también me sentí muy cómodo. También pasé dos meses en Hong Kong pensando que no me iba a interesar y al final me encantó.

-¿Y los países que menos te atraen?

No me interesan los países peligrosos, no soy de esos a los que les gusta pasarlo mal. Angola, Nigeria o Liberia no me atraen demasiado. En Mozambique tuve un incidente feo que acabó de un modo tragicómico, como ocurre a veces en África: un cabo me confundió con un espía y me puso una pistola en la cabeza, pero luego me dijo, ‘espera un momento que voy al pueblo a buscar balas’. Al final todo se aclaró. Allí, un militar con una pistola se cree el dueño del mundo. Tampoco me interesan demasiado los países artificiales, como Catar o Emiratos. Omán aún se salva porque no ha apostado por deslumbrar a la gente con una arquitectura de nuevos ricos.