Da Silva, el 'chófer' de Llaudet

Walter Machado Da Silva, entrevistado a su llegada a Barcelona (febrero de 1967)

Walter Machado Da Silva, entrevistado a su llegada a Barcelona (febrero de 1967) / FC BARCELONA

David Salinas

David Salinas

Con Walter Machado Da Silva, fallecido a los 80 años el pasado martes en el Hospital Pró-Cardíaco del barrio de Botafogo, en Río de Janeiro, se fue el protagonista de uno de los capítulos más pintorescos de la historia del FC Barcelona fechado en la temporada 1966-67.

Delantero del Flamengo y de la selección brasileña, no pudo jugar partidos oficiales por no permitirlo la normativa vigente y, después de participar en 14 amistosos (8 goles) entre enero y junio de 1967, regresó a su país. Un caso que recordó al de los también brasileños Fausto Dos Santos y Jaguaré Bezerra a principios de década de los treinta.

El fichaje del ariete, nacido el 2 de enero de 1940 en el barrio Liberdade de Sao Paulo, empezó a gestarse a raíz de una conversación informal entre el presidente azulgrana, Enric Llaudet, y Juan Antonio Samaranch, entonces al frente de la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes del gobierno del dictador Francisco Franco. Samaranch deslizó a Llaudet que en la temporada 1966-67 podrían abrirse las fronteras del fútbol español a los extranjeros, cerradas en 1962 por el fracaso de España en el Mundial de Chile. El impulsivo Llaudet se lanzó de cabeza a la piscina. 

Jugada de póquer

Un intermediario italiano, Gerardo Sannella, conocedor del interés del Barça por fichar a un fuera de serie, ofreció a Da Silva a Llaudet y el presidente azulgrana, pese a saber que el veto a los futbolistas foráneos seguía manteniéndose, se arriesgó. El acuerdo verbal entre ambos se selló en abril de 1966 en S’Agaró.

El objetivo número uno, sin embargo, había sido el fichaje de Pelé, pero el Santos y el jugador se descolgaron con cifras inasumibles. La segunda opción era Da Silva, entonces considerado el sucesor de O Rei y el mejor cabeceador del mundo (remataba con los ojos abiertos). Llaudet definió la operación como “una jugada de póquer”.

Cuando el presidente fue cuestionado repetidamente por la compra de un jugador que no podía ser alineado en competición oficial, ya de mal humor, explotó: “Pues si no puede jugar lo tendré de chófer, que viste mucho. Siempre había querido tener un chófer negro”.

La racista y desafortunada declaración  le pasó factura mucho tiempo y en Marca, por ejemplo, hablando de Da Silva, se acordaron de él: “Ya que suena como chófer de la limusina del señor Llaudet (…) Tiene una planta magnífica y podríamos apostar que en caso de pinchazo podrá levantar el coche sin gato, lo cual es una ventaja”.

Llaudet, chófer

Para rebajar la tensión, Llaudet se ofreció poco después a ser el chófer de Da Silva cuando éste llegara a Barcelona. Y lo hizo. Fue a recibirlo al aeropuerto, el 21 de febrero de 1967, y lo llevó al hotel en su coche. Al día siguiente se ejercitó por vez primera como azulgrana en el Camp Nou y un aficionado le regaló una bota de vino.

El Barça pagó 180.000 dólares por Da Silva, que pasó a tener un sueldo mensual de 400, cantidades que el club tenía previsto reunir en un breve plazo de tiempo con las taquillas de los partidos amistosos en los que iba a intervenir el brasileño, que debutó el 31 de enero de 1967 contra el Botafogo en Caracas (3-2). Anotó los dos goles.

Da Silva, que siempre mantuvo la esperanza de poder jugar, se presentó ante la afición azulgrana el 28 de febrero en el Camp Nou ante el Feyenoord (2-1). Siguieron los amistosos contra el Cagliari y Standard Lieja. El tiempo pasaba y la luz verde a los extranjeros no llegaba. La afición perdió interés y los amistosos se trasladaron a Figueres, París, Mataró, otra vez dos en el Camp Nou, La Bisbal, Roma, Tarragona y Badajoz (2). 

El brasileño, hasta que no se reuniera en Barcelona con su esposa Martha y sus dos hijos –Vania y Waltinho–, flaqueó en momentos puntuales. El Barça le asignó una sombra para que le hiciera un pegajoso marcaje: recogerlo en el hotel (con un Seat 600) para llevarlo al entrenamiento, controlar las comidas y los horarios, devolverlo al hotel... Da Silva, hábil en el regate, se deshizo de su marca en alguna ocasión, pero a su pareja de baile siempre le reportaban lo sucedido. “Eres un brujo, lo sabes todo”, le decía Da Silva a su ángel de la guarda cuando escuchaba dónde había ido, con quien había estado y qué había comido.

Triste adiós

Dejó Barcelona en el verano de 1967, profundamente decepcionado por su situación. Da Silva acabó sintiéndose como una atracción de feria y, hastiado, forzó su salida. Fue cedido al Santos, donde jugó y fue campeón con Pelé y, posteriormente, al Flamengo, equipo con el que regresó al Camp Nou en el Gamper de 1968. Marcó un gol de chilena a Iríbar en la semifinal y dos a Sadurní en la final, que ganó el Barça (5-4) con un doblete de Palau. En 1972 volvió con el Vasco da Gama, sin brillar. Después del Flamengo pasó por las filas del Racing Club de Avellaneda, Vasco da Gama, Junior de Barranquilla y Tiquire Flores (Venezuela).

Tras colgar las botas empezó como representante de jóvenes promesas, pero se asentó en el departamento social del Flamengo y ahí se quedó. Su hermano menor, Wanderley, también futbolista, falleció en 1973 en el vestuario del Comercial de Campo Grande, durante una ducha, víctima de un aneurisma. Su hijo Waltinho, también fue jugador y delantero del Flamengo (1985-86), aunque sin alcanzar el éxito paterno. Da Silva abrigó alguna esperanza de que Waltinho llegara y triunfara en el Barça, algo que él no pudo hacer realidad.

En 2017 el periodista Marcelo Schwob compiló la historia de Da Silva en un libro: “Silva, o Batuta. O craque e o futebol de seu tempo”, un homenaje que el crack saboreó y agradeció hasta el final de sus días. Hacía casi dos semanas que Da Silva, en Brasil conocido como Batuta, había ingresado en el centro hospitalario. Dio positivo por coronavirus, pero no se confirmó que la devastadora enfermedad tuviera relación con el fallecimiento.