Ronaldinho: El adiós definitivo a la sonrisa eterna

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Sergi Capdevila

Sergi Capdevila

El mundo del fútbol se pone nostálgico. Y eso no tiene por qué significar siempre algo malo. Cuando nos invade la nostalgia normalmente (por no decir siempre) es porque estamos evocando un recuerdo agradable. Algo que nos ha marcado y probablemente nos marcará para el resto de nuestras vidas. Y, sin duda, Ronaldinho es uno de esos recuerdos (está vivito y coleando, ojo, disfrutando más que nunca de la vida) que cuando ponemos en marcha la maquinaria de nuestro subconsciente es capaz de arrancarnos una sonrisa.

Los más jóvenes (alguno me atizará por decir esto) ni se acordarán, muchos casi ni saben lo que es sufrir de verdad con el Barça. Pero lo cierto es que antes de que 'Ronnie' aterrizara en el Camp Nou el Barça era una montaña rusa en la que las depresiones ganaban casi por goleada a las alegrías. Un 20 de julio de 2003 la vida de los culés iba a cambiar para siempre. Por 28 millones de euros (¿no ha cambiado el mercado, verdad?) el Barça se adelantaba al Manchester United y se hacía con los servicios de un joven brasileño que había despuntado en el PSG y que prometía mucho.

SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA DUDA DE "Y SI HUBIERA MANTENIDO LA FORMA Y LA CABEZA EN SU SITIO..."

Ya desde su llegada no defraudó. Con aquel mítico golazo al Sevilla desde más de 30 metros frente al Sevilla en el famoso 'partido del gazpacho' (se jugó a las 00:05 y el club repartió cena antes de jugar). Después vinieron tres temporadas colosales en las que hizo ganar al Barça su segunda Champions y en las que el cuadro de Rijkaard volvió a mirar al mundo con orgullo.

Pero 'Ronnie' era de aquellos jugadores que además del fútbol aman pasárselo bien y a los que tener todo lo que siempre habían soñado a su alcance tenía ese punto peligroso de las tentaciones. Y a pesar de que Ronaldinho siempre siguió siendo Ronaldinho y dejó destellos mágicos hasta prácticamente el final, lo cierto es que fue perdiendo aquella chispa que le hacía desequilibrante y que podríamos encarnar perfectamente en aquella noche que nos regaló en el Bernabéu. Sí, hombre, la de los defensas blancos rotos como muñecos de Playmobil y la de Casillas indignado. Sí, la del señor del bigote de pie aplaudiendo desde la grada.

La estrella de Ronaldinho se fue apagando, pero la que no lo hizo fue su sonrisa, la que se llevaba siempre consigo allá donde fuera, de Milán a Río de Janeiro pasando por México. Una serie de partidos amistosos tras el Mundial de Rusia serán el colofón final a una carrera de luces y sombras, pero de sonrisas, sobre todo de sonrisas. Propias y ajenas.