Réquiem por un sueño

El video de un partido para olvidar: así fue la debacle del Barça en Anfield

El Barça cayó 4-0 ante el Liverpool y dice adiós a la opción de jugar la final de la Champions League en Madrid de la peor manera posible / MEDIAPRO

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Jon Aspiazu, el tipo en el que más se apoya Valverde cuando las dudas le atormentan, se puso intenso antes del partido. “En la vida lo único definitivo es la muerte”, dijo con el hormigueo previo al fragor de la batalla. 

La frase sonaba agónica, porque es de esas que solo se usan para relativizar desastres. Y el Barça, aún con herida abierta de Roma, no estaba preparado para volver a sufrir otro puñal en el corazón. No lo estaba y quizás por eso le volvió a ocurrir. Preso de un pánico desolador. 

El Barça salió desencajado de Anfield, fuera de la final de la Champions como viene ocurriendo desde hace cuatro años, y sin respuestas. La herida de Roma es ahora un trauma profundo. La Champions, una obsesión.   

Lo anticipó el mensaje del lesionado Salah en su camiseta: “Never give up” (nunca te rindas).  Y de esa comunión perfecta entre vértigo y fe, el Liverpool impuso un partido frenético. Puro heavy metal. Con un Liverpool arrollador tras un primer gol  puntual. Y un Barça que resistía, simplemente, cómo podía.

“Camina a través del viento, camina a través de la lluvia aunque los sueños sean golpeados y pisoteados. Y no tengas miedo de la oscuridad; al final de la tormenta hay un cielo dorado”, dice la letra del  imponente  ‘You’ll Never Walk Alone’.  

Estaba pasando. Los ‘reds’ jugaban con doce como adelantó Suárez. Y los cimientos de Anfield, literalmente, temblaban. “No hay ruido como el de Anfield”, dijo una vez Kevin Keegan. Y lo vivió el Barça, cuya imagen no era ni la de Messi. Ni la de Suárez. Ni la de Busquets.  

La foto era para un Arturo Vidal dejándose el pellejo. Dando y recibiendo cera. Como si enfrente tuviera un ejército de caminantes blancos en una noche larga, larguísima, interminable, de Juego de Tronos.

Un botín de épica, emoción y tensión insoportable para un Barça que se fue quebrando a cada gol. En cada golpe furioso del Liverpool. En cada mueca de Klopp. Cuatro goles marcó el equipo de los milagros.

“Hay dos grandes equipos en Liverpool: el Liverpool y los reservas del Liverpool”, llegó a decir Bill Shankly. Y ayer ni siquiera necesitó a dos de sus mejores jugadores para darle la vuelta a la eliminatoria. 

No hubo noticia de Ter Stegen. Y, menos aún, acierto en los delanteros del Barça. En las áreas, justo donde se hizo fuerte el equipo está temporada, se desvaneció el equipo de Valverde. Y en ese intercambio de golpes, apareció como un fantasma enorme, abrumador, la sombra de Roma.

Ya era oficial: el Barça había entrado en pánico. La eliminatoria estaba patas arriba. Y la inercia, el viento a favor, soplaba para el Liverpool. Soplaba tanto, hacía tanto frío para el Barça, que Origi logró el cuarto. Lo que parecía imposible. El que confirmaba la muerte del Barça. Réquiem por un sueño.  

Nadie se lo podía creer. Todos los jugadores del Barça sentían la náusea, como si llebaran semanas sin dormir ni respirar. Un drama que deja a los de Valverde sin su novena final de Champions.

Sin la posibilidad de lograr su sexta Orejuda. Cuatro años sin reinar en Europa. Y un trauma descomunal, porque después de Roma llegó Liverpool. Y después del Olímpico sufrió Anfield. Solo el Liverpool podía obrar un milagro parecido. El  mismo club que se llevó la final más épica de este deporte clavó una daga en el corazón del Barça. 

No habrá triplete y nadie sabe las consecuencias de una eliminación así. La segunda de la Era Valverde, uno de los señalados de la debacle. 

Si el motor de la temporada era la Champions, si la gran ilusión era esta copa “tan linda y deseada”, no debería extrañar que el club quedara ayer devastado.

Parecía impensable pero pasó. Y cuando el barcelonismo se desaparece hoy, durante unos segundos, creerá haberse despertado de un mal sueño. No es el caso. La eliminación fue real. Una gran (y macabra) broma final.