¿Qué fue de Raúl Vicente Amarilla? El 'Tacuara' no se muerde la lengua

El paraguayo Amarilla jugó en el Barça entre 1985 y 1988

El paraguayo Amarilla jugó en el Barça entre 1985 y 1988 / Sport

Javier Giraldo

Javier Giraldo

Había sido campeón de salto de longitud en su juventud paraguaya y quizá por entonces empezó a forjarse su afición por saltar siempre hacia adelante, pese a quien le pese, moleste a quien moleste. Raúl Vicente Amarilla siempre navegó contracorriente y a día de hoy sigue haciéndolo, como manager general deportivo de su club de toda la vida, el Olimpia de Asunción, con el que ganó la Libertadores en 1990, el mismo año en el que fue elegido mejor jugador de América. Al Barça llegó en 1985 procedente del Zaragoza y en teoría, como sustituto de Quini

Amarilla venía de rozar el Pichichi un par de temporadas atrás, aunque su salida del Zaragoza no fue del todo fácil (“me siento engañado por el club”, había llegado a decir para forzar su baja, poco antes de que Beenhakker, su entrenador, le apartase del equipo y le multase con 300.000 pesetas). 

El Barça pagó 50 millones de pesetas por él (el doble de lo que había abonado en su día el Zaragoza al Sportivo Luqueño de Paraguay), aunque en sus tres temporadas en el Camp Nou no acabó de enamorar a la parroquia blaugrana. Era un delantero muy alto y con buena técnica, buen rematador de cabeza pero demasiado irregular. 

un goleador a medias

Sus cifras se quedaron a medias: marcó 14 goles en 54 partidos. “Yo era un delantero tranquilo: donde otros se ponen nerviosos, yo tenía pausa, no tenía físico para ir al choque y era más de buscar espacios, y de cabeza iba bien, con la altura que tenía no podía ser de otra manera”, rememoraba años después. 

Su etapa blaugrana acabó abruptamente por culpa del motín del Hesperia, ya que fue uno de los 14 jugadores despedidos por Josep Lluís Núñez. Sin embargo, el paraguayo no había sido precisamente uno de los más militantes en contra del presidente. Pero el huracán del motín se lo llevó por delante. Curiosamente, un año después llegaría al Barça su cuñado, Romerito: Amarilla estaba casado con Elva, hermana de Romerito

Regresó a su país para integrarse en el Olimpia: también jugó en México y en Japón antes de colgar las botas a los 34 años. Nunca pudo jugar con la selección de su país porque en 1982 se nacionalizó español y llegó a jugar dos partidos con la sub-21 española. 

No desconectó del fútbol porque se dedicó a entrenar a varios equipos paraguayos (Sportivo Luqueño, Tacuary, San Lorenzo) y en el Mundial de 2006 fue asistente en la selección paraguaya de Aníbal ‘Maño’ Ruiz, el técnico uruguayo que falleció hace poco más de un año por un infarto en pleno partido de la Liga mexicana, cuando dirigía al Puebla. 

del fútbol a la política

Pero Amarilla se cansó del fútbol después de ese Mundial y desconectó totalmente del césped para dedicarse a la política: fue secretario de Deportes del Alto Paraná, uno de los 17 departamentos de Paraguay. 

el junco del barça Sus compañeros del Barça le llamaron Junco, pero en su país siempre se le llamó Tacuara (el nombre que los guaranís usan para referirse a la guadua, una planta similar al bambú), el sobrenombre que ahora sigue llevando, una vez de vuelta al fútbol. En diciembre de 2017, el Olimpia le reclamó y aceptó sin dudarlo.

Ahora ejerce de enlace entre el cuerpo técnico y la directiva, pero sigue metiéndose de vez en cuando en algún que otro charco, aunque sea a costa de menospreciar a otros equipos. “Creo que Junior [un modesto equipo paraguayo] elimina a Guaraní [uno de los históricos del fútbol paraguayo], yo sé algo de esto, fui futbolista mucho tiempo y voy a seguir opinando lo que pienso, a no ser que me dedique a vender hierro”, afirmaba hace poco. 

Delgado y fibroso como cuando jugaba (sus facciones incluso se han afilado), Amarilla transmitió sus genes a su hijo Raúl, que probó suerte como delantero en varios equipos de Segunda B (Ecija, Cádiz B, Atlético Baleares, Pozoblanco, Puertollano) antes de dar un sorprendente giro a su carrera deportiva, ya que ahora se dedica al baloncesto en el Sportivo Luqueño, el primer equipo en el que jugó su padre.