¿Qué fue de Ángel Cuéllar? Banquillos humildes para volver a empezar

Cuéllar jugó en el Barça entre 1995 y 1997

Cuéllar jugó en el Barça entre 1995 y 1997 / Sport

Javier Giraldo

Javier Giraldo

Dos de sus compañeros de estudios en la escuela de entrenadores han ganado un triplete con el Barça, pero él ha seguido otro camino, el de los banquillos más modestos, allá donde el fútbol no es una profesión, sino una afición. A sus 45 años, Ángel Manuel Cuéllar Llanos, nacido en Villafranca de los Barros pero criado en Sevilla, jugador del Barça entre 1995 y 1997, bético de corazón, está forjando su carrera como técnico desde la base, ese fútbol anónimo sin portadas de prensa ni contratos de patrocinio.

Fue un jugador talentoso pero sin demasiada suerte, mediapunta zurdo, criado en la cantera del Betis y encargado de cumplir el sueño de su padre, Manuel y de su hermano Pedro, futbolistas aficionados. Debutó en Primera en Las Gaunas, en 1990, y no tardó en convertirse en uno de los jugadores más apetecibles del mercado nacional.

La llamada del Barça le llegó en 1995, en plena boda de un compañero del Betis. Cuéllar ya se olía algo: había hecho una gran temporada y Serra Ferrer le había puesto sobre aviso. “Me vino a decir que había clubes importantes vigilando mi progresión”, recuerda. Las negociaciones fueron una montaña rusa (de un lado, Lopera y del otro, el tándem Núñez-Gaspart), aunque Cuéllar las recuerda más fáciles porque el Barça pagó su cláusula de rescisión de 500 millones de pesetas. En la operación entraron dos jugadores del Barça que se fueron al Betis, José Mari y Sánchez Jara.

Cuéllar firmó por ocho temporadas (cinco más tres), avalado por Johan Cruyff. “Tengo un gran recuerdo de él: conmigo siempre fue muy empático. Y fue un avanzado del fútbol: antes de su llegada, el fútbol español era básicamente casta y correr. Trajo a España matices del fútbol que aquí no conocíamos”, rememora Cuéllar.

una lesión inoportuna

Pero las cosas se le torcieron demasiado pronto: se lesionó de gravedad en la primera jornada de Liga, en Valladolid: rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda, el peor diagnóstico posible en el momento más inoportuno. “Algunas vueltas sí que le he dado”, confiesa ahora, 22 años después de aquel momento, “pero también he pensado que si me llego a lesionar un mes antes, ni siquiera hubiera jugado en el Barça”.

Volvió a jugar después de la lesión, pero ya nada volvió a ser igual. Cayó destituido Cruyff y ese mismo verano llegó Robson, que apenas se fijó en Cuéllar. “Lo que pasó se queda ahí”, explica, elegante, “además él ya no está entre nosotros y no tiene capacidad para replicar, ahora mismo sería oportunista hablar de ciertos asuntos. Además, uno siempre piensa que su carrera pudo ser mejor, pero también peor, o no haber sido”.

problemas con lopera

Volvió al Betis, donde jugó cuatro temporadas antes de que Lopera le despidiese por “bajo rendimiento voluntario”. Cuéllar fue a los tribunales y ganó (“el despido fue improcedente, yo siempre he trabajado con una profesionalidad absoluta y la actitud de ese señor quedó en evidencia”), pero la batalla le dejó heridas profundas. No quiso saber nada del fútbol y se puso a entrenar con Emili Ricart, ex fisio del Barça. “No tenía ganas de competir, pero Ricart me deslizó la posibilidad de hablar con Xavi Villena, que estaba de director deportivo en el Nàstic de Tarragona, y me animó a entrenarme con ellos, al menos para que volviera a tocar balón”. Lo tocó de verdad, compitiendo en Segunda.

Llamó a su puerta el Alavés, que venía de jugar la final de la UEFA (2001), pero Cuéllar reconoce que fue él quien se equivocó. “No estuve demasiado acertado en las negociaciones, quizá debí hacer las cosas de otra manera”, admite en un honesto ejercicio de autocrítica. Se fue al Racing de Ferrol y luego al Levante, con Manolo Preciado. Volvió a Galicia para vivir una “experiencia fenomenal”, subir con el Lugo de Tercera a Segunda B, y ahí se enganchó al fútbol modesto.

empezando de cero en Galicia

Acabó su carrera jugando en un equipo muy humilde y con solo ocho años de historia, el Narón, a las afueras de La Coruña. “Cuando dejas de jugar, la situación no es fácil”, apunta. Pero Cuéllar estaba preparado: se sacó el título de entrenador (junto a una generación de renombre, con Luis Enrique, Guardiola, Paco Jémez y compañía) y empezó desde abajo del todo. “Decidí empezar desde cero, un aprendizaje constante”.

Trabajó con los alevines y cadetes de la Federación Gallega antes de asumir las riendas del Paiosaco, de Primera Regional. Lo subió a Preferente. Y de ahí, a Tercera, con otro equipo coruñés el Cerceda. “Nos quedamos a cinco minutos de subir a Segunda B”, resume.

Su carrera dio un paso más a comienzos de esta temporada, cuando se hizo cargo del Jumilla, en Segunda B, “un proyecto difícil, con un propietario chino y en el que hubo que hacer el equipo entero en muy poco tiempo”. Le destituyeron a las ocho jornadas y no ha podido volver a entrenar esta temporada porque la normativa impide dirigir a dos equipos de categoría nacional en el mismo curso.

En su ideario como entrenador destacan dos factores, el balón y la empatía con el jugador. “El balón es lo único imprescindible, y el factor humano también es importante: si no logras llegar a la voluntad del jugador, nada tiene sentido”, aclara.

Mucho más que fútbol

Vive en Madrid, donde se empapa de todo el fútbol que puede, pero inquieto por naturaleza, sabe repartir su tiempo: es un gran jugador de pádel (ha competido en varios torneos y tiene amistad con el mejor jugador del mundo, Fernando Belasteguín), practica spinning y tiene un entrenador personal. “Me gusta viajar, comer bien, leer, la playa, el cine… El fútbol es muy importante en mi vida, me llena y me motiva, pero no creo que deba ser lo único que ocupe la vida de una persona”.