Marc Artigau: "Desde que se fue Guardiola bajó el suflé del Barça"

Artigau hace un micrelato diario para el programa 'El món a RAC1'

Artigau hace un micrelato diario para el programa ‘El món a RAC1’ / Javi Ferrándiz

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Marc Artigau (Barcelona, 1984) sufre de insomnio. Esta noche se ha vuelto a desvelar demasiado pronto. Y entre las tres y las seis de la madrugada ha estado lavando platos y respondiendo mails. Dice que la procesión va por dentro y que sobrevive a su pesimismo patológico a base de humor. 

Tras su experiencia a cuatro manos con Jordi Basté, regresa con la novela ganadora del premio Josep Pla, ‘La Vigília’. Una historia con los recuerdos y la memoria como telón de fondo

En tu última novela, ‘La vigília’, está muy presente la idea de que reinventamos los recuerdos para imaginar una vida mejor, ¿te identificas con eso?

Totalmente. Es algo que hacemos todos, ¿no? Recordamos el gol de Wembley pero no recordamos que dos años más tarde el Milan nos pintó la cara de una forma humillante. Es como una herramienta de supervivencia: nos quedamos con las cosas buenas. Y las malas, con el tiempo, las intentamos relativizar. Somos muy buenos encontrando excusas y justificando cosas en las que nos pudimos equivocar que no perdonaríamos a otros. 

De hecho es algo que proyectamos en las redes sociales: instagram es como un retrato deformado de la vida que tenemos; nadie muestra los malos momentos en las redes…

Totalmente, se impone la dictadura de la felicidad, aunque  también lo agradezco porque yo no querría ver los malos momentos. Lo encontraría pornográfico ensañar tanta intimidad. Pero si mirásemos nuestra vida solo a través de las fotografías o de instagram creeríamos que siempre hemos sido felices y todos sabemos que no es así [sonríe].

La memoria es un tema recurrente en tu trabajo; ¿qué papel juega el fútbol cuando miras atrás?

Juega un papel muy importante. Yo soy de los que cree que el fútbol es vertebrador de recuerdos. Para mí el fútbol es mi hermano mayor llevándome a  ver un Real Sociedad-Barça cuando tenía seis años con gol de Bakero. Es ver los partidos con mi abuelo. Por ser un momento de complicidad y calidad que tenía con mi abuelo viendo el partido y él explicándome cosas. Es el gol de Wembley con toda la familia junta. O la noche del Barça-Atlético de Madrid que acabó 4-3. Que Pantic hizo tres goles. Que Vítor Baía lloró. El gol macanudo de Pizzi. ¡Hostia! Vivimos una auténtica catarsis en casa. Entonces, el fútbol es eso: momentos de felicidad y de encuentro con los tuyos.

¿Sigues el Barça ahora con la misma intensidad? 

Hombre... [se lo piensa]. Es que yo estuve muy enamorado de la época de Guardiola. Y cuando tienes una novia que has querido tanto y te ha enamorado tanto después está bien pero es distinto. Para mí el suflé ha bajado. Yo en la época de Pep no me perdía ningún partido. Me lo miraba todo. Me sentía muy interpelado por todo. Ahora tengo ganas de ver a Messi y voy restando los partidos para ver cuando queda para que se acabe esto.

La última vez que hablamos te interesaba mucho Alexis como personaje para hacer cuentos, ¿ahora en quién te fijas?

Alexis me interesaba mucho porque fallaba mucho, se equivocaba mucho. Lo intentaba. Tenía algo del perdedor en un equipo de ganadores. Le encontraba poesía en el personaje. Ahora me cuesta más. El tema Alcácer también me gustaba mucho, ¡mira cómo las está enchufando ahora  Paquito! También me  fascinan estos fichajes extraños que han hecho últimamente rollo Boateng [sonríe].

¿Aún sigues pensando que Manuel Valls es un lateral del PSG?

[Risas]. No, no.

¿Ya sabes quién es? 

Mira, dije eso porque aquel día estaba muy enfadado.  Todo esto viene de que cuando recojo el premio Josep Pla. Ese día hablo durante tres minutos y hablo de muchos temas. Y uno de ellos es que siento rabia por vivir en un país donde hay presos políticos. Mientras digo eso, él está en la habitación de al lado y se pone gritar a una pantalla de televisión donde yo salgo. Y entonces le dice a Teresa Cunillera, la delegada del Gobierno, que cómo permite que yo haga esto. Y lo que también dije es que creo que en unos años, cuando miremos atrás sentiremos vergüenza de estos años. Y entonces él empezó a gritar: ‘Ya lo veremos”. Y luego hizo un tuit diciendo que mi discurso era demagógico. Al día siguiente cuando me preguntaron por él pensé que no le quería dar ni cinco minutos. El éxito de lo que hizo reside en que ahora tú y yo estemos hablando es esto.

Llegaste a decir que  el diálogo ya no existe y que estamos jugando permanentemente un partido de fútbol...     

Esto era un ejemplo de lo que pasó con Valls. Y lo que hizo: ponerse a gritar delante de una pantalla. Que es lo que yo hacía cuando veía un partido de fútbol. Miraba la tele y le gritaba: ‘¡Pásala, pásala! ¿Por qué no se la pasas?’ El fanatismo. Esto viene de un escritor que se llama Pablo Messiez  que me dijo que aquí, en España, se lleva la cultura del zasca. Y que la gente, y sobre todo los políticos, ya no se relacionan desde el diálogo. Da igual si tengo la razón, voy a humillarte. Voy a demostrar que tengo la frase más dura contra ti. Supongo que las redes sociales ayudan a esto. A mí me asustan porque no hay espacio para el debate. 

Muchas veces te explicas a partir del fútbol; ¿te ayuda a explicar cosas complejas desde un leguaje más sencillo?

Muchos autores como  Montalbán han relacionado el fútbol con nuestra manera de pensar y relacionarnos.  La gente de la cultura que a veces menosprecia el fútbol se equivoca.  Lo banalizan con aquello de que son 22 tíos con pantalón corto persiguiendo una pelota. Buenos pues reúnen a 90.000 personas.  El fútbol no pasa por aquí [se toca la cabeza]. El fútbol pasa por la barriga. Es muy irracional. Ves a chicos de veinte y pocos que tienen todo el dinero del mundo, que conocen el éxito, y que por fallar un penalti todo un país les puede decir de todo. Hostia, ¿es o no es una locura?