Las amistades peligrosas de Ronaldinho

Joaquim Piera

Joaquim Piera

Jair Bolsonaro tiene 58% de intenciones de voto para la segunda vuelta. Le saca 16 puntos a Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT). Su triunfo el próximo domingo 28 se antoja como inevitable. Ya en la primera manga de los comicios, fue votado por 49,2 millones de electores (un 46,03%). 

En el mundo del deporte se han multiplicado los apoyos. Rivaldo, evangélico conservador, y el embajador del FC Barcelona, Ronaldinho Gaucho, lo han hecho explícitamente en sus redes sociales, así como el delantero del Tottenham, Lucas Moura. 

Otros lo han expresado indirectamente como el caso de Neymar Jr., también evangélico, o Gabriel Jesus, del City, que dieron un ‘me gusta’ en las redes sociales a una publicación del futbolista del Shakhtar Donetsk, Alan Patrick a favor del político ultraderechista. O el portero del Liverpool y la Seleçao, Alisson, y el nuevo fichaje del Milan, Lucas Paquetá, que dieron otro ‘me gusta’, a la publicación de Ronaldinh Gaucho con el número 17, que es el de Bolsonaro a  la hora de realizar el voto en las urnas electrónicas.

Cafú es otro de los ilustres del fútbol brasileño que se ha posicionado a favor del militar en la reserva así como el ex jugador, Edmundo, el polémico Felipe Melo (Palmeiras) o Jadson (Corinthians) y su compañero de vestuario Roger. 

El mítico ex campeón mundial de Fórmula 1, Emerson Fittipaldi es otro deportista bolsonarista, e incluso llegó a visitar al candidato en el hospital días atrás cuando se recuperaba de la puñalada que recibió en el estómago. el país de genios creativos de la universalidad de Pelé, Garrincha, o incluso Ayrton Senna, en el deporte; de Tom Jobim, Chico Buarque, Caetano Veloso o Gilberto Gil en la música; o de Carlos Drummond de Andrade, Vinicius de Moraes o Jorge Amado en las letras, el capitán en la reserva Jair Bolsonaro, ganador de la primera vuelta de las presidenciales brasileñas y favorito a confirmar su triunfo definitivo el domingo 28, tiene como héroe y referente al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra. 

A él, le dedicó, en abril de 2016, el voto favorable al impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, encarcelada y torturada durante su juventud. Brilhante Ustra, fallecido en 2015 a los 83 años, fue un sádico y sanguinario represor acusado de 60 desapariciones y de 500 casos de tortura durante la dictadura militar brasileña (1964-85). Ni mujeres embarazadas se salvaron de sus brutalidades. Para presionar a sus víctimas no dudó en llevar a los calabazos hijos pequeños delante de madres desnudas, llenas de hematomas, excrementos y vómitos que habían acabado de sufrir sesiones de interrogatorio.

La imagen del denostado militar, estampada ahora en camisetas con el lema “Ulstra vive”, se multiplica entre los correligionarios del futuro presidente brasileño. Quien ya lo usó fue su hijo, Eduardo Bolsonaro, reelegido ahora diputado federal por Sao Paulo, y uno de sus articuladores políticos en el PSL (Partido Social Liberal). 

Bolsonaro es un nostálgico de la dictadura militar y de sus métodos represores ya sea en Brasil o en cualquier otro país. “Pinochet tendría que haber matado más” está incluida en su antología de frases célebres al lado de “el problema del régimen militar brasileño es que torturaba más que se mataba” o “yo soy favorable a la tortura”. 

De hecho, el militar en la reserva considera que “los derechos humanos son el estiércol para los delincuentes”, como exhibió en una camiseta. El 2 de septiembre, solo cuatro días antes de ser apuñalado en un mitin, incitó, en un acto público en el estado de Acre, a “fusilar a petralhas (como despectivamente llaman a los seguidores del Partido de los Trabajadores)”, mientras convertía un trípode en un arma improvisada.

Lo suyo es un suma y sigue de despropósitos que tienden al infinito. “Como tengo inmunidad parlamentaria puedo decir que soy homofóbico y con mucho orgullo,” ya declaró. Por eso, considera que “el  90% de los niños adoptados por parejas gays acabarán siendo homosexuales y se prostituirán”. O llegó a declarar en un programa televisivo que “si tu hijo empieza a comportarse como un ‘mariquita’, pégale que cambiará de comportamiento, ya oí a mucha gente que ‘mi padre me enseñó a ser un hombre’”. 

El candidato de la extrema derecha, así como los evangélicos conservadores, concibe la homosexualidad como una desgracia. “Yo no soy hipócrita, prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo”, afirmó. Su incontinencia verbal y sus duros  ataques no tienen ningún tipo de límite. “Los homosexuales – ya aseguró – son así por el uso de drogas, solo una pequeña parte salen por defecto de fábrica”.

El suyo es un discurso de odio. Su misoginia va envuelta de apología de la violencia. “No violaría la diputada Maria do Rosario pero no se lo merece, es muy mala, es muy fea, no es mi tipo”, dijo desde el púlpito del Congreso. En los pasillos de la Cámara Baja, y, ante las cámaras de televisión ya había insultado a su adversaria política con “eres una puta”. 

Bolosonaro no solo se muestra contrario a implantar políticas de equiparación salarial de género, sino que considera que tener una hija es un error: “tuve cuatro hijos hombre, en el quinto, flaqueé y me salió una mujer”, es otra de sus perlas.

Y claro, no podía faltar el racismo para completar un pack ideológico extremista y totalitario, un círculo virtuoso abominable y detestable. “Yo no corro el riego de que mis hijos se enamoren de una negra porque fueron muy bien educados”, ya dijo en un programa televisivo. 

Su concepción casi negacionista de la esclavitud se basa en la idea de que “los negros fueron entregados por los propios negros, por lo tanto no tengo ninguna deuda histórica pendiente”. Y ya ha atacado la existencia de los ‘quilombos’, núcleos formados por descendientes de esclavos en áreas rurales: “una vez visité uno y el afrodescendiente más delgado pesaba 105 kgs. ¡No hacen nada! Creo que ni sirven más para procrear más y gastamos más de 250.000 millones de euros anualmente con ellos”. 

Las reservas de pueblos indígenas tampoco se han librado de la ira del militar y político ultra abrazando las tesis más radicales de los terratenientes: “¿Por qué los indios tienen grandes espacios de tierra? No tienen dinero, ni hablan nuestra lengua, la izquierda los mantiene como si fueran animales en un zoológico”.