Kiko Amat: "Envidio formar parte del rito del hincha"

Kiko Amat creció viendo jugar a su padre a rugby en la Santboiana

Kiko Amat creció viendo jugar a su padre a rugby en la Santboiana

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) ya suma cinco novelas, la última, Antes del huracán (Anagrama), donde ahonda en una infancia marcada por el extrarradio y un entorno disfuncional. 

En más de una ocasión has reconocido que ser torpe para el deporte fue una espinita de tu infancia... ¿cómo te afectó que tu padre fuera rugbista?  

Mi padre era apertura del primer equipo de la Santboiana. Era un poco como esa escena de la peli ‘Uno de los nuestros’, cuando se da cuenta de que todos sus amigos son gangsters, pues todo el entramado social de mi familia era del mundo del rugby. ¡Joder! Si alguien se había empapado de esto era yo, pero solo me sirvió para deprimirme ocasionalmente porque mis intentos fueron muy fallidos. 

¿Qué parte del rugby te fascinaba más?

[Se lo piensa]. En general, no me impresionan ni el intelecto ni la belleza en la gente. Supongo que a uno le fascinan y le interesan algunas cosas que no están particularmente relacionadas con él o de las que carece. Yo tiendo a fijarme en la fuerza. Me interesa la fuerza bruta. 

¿Nunca te pareció, digamos, poco civilizado todo aquello?

Cuando en un entorno callejero algunos de mis amigos respondían con fisicalidad a las amenazas externas me parecía la cosa más alucinante del mundo. No me parecía despreciable. Al revés. Me parecía admirable. Tener eso, la fuerza y el valor para callar a un enemigo. En el entorno deportivo también me impresionaba esa rudeza en el rugby.

¿El fútbol maneja otros códigos?

Si algo me desagrada del fútbol es la teatralidad de las caídas y el quejarse. El rugby es todo lo contrario, el respeto al árbitro, el respeto total al contrario. No hay juego sucio. ¿Para qué vas a pegar una zancadilla rastrera a tu rival si te acabas de pegar un cabezazo con él?

Tu experiencia más cercana con jugadores de fútbol fue cuando Italia se alojó en Sant Boi en el Mundial del 82. ¿Cómo viviste todo el revuelo?

Cuando lo pienso ahora me parece grotesco que decidieran que era un lugar apropiado para llevar a la selección italiana. Me acuerdo que los metieron en El Castillo, un hotel inexplicablemente lujoso en un pueblo que no tiene vistas. Bueno, sí, las vistas son el Delta y el manicomio. Y ahí estaba Dino Zoff. Los niños del pueblo los iban a ver pero nadie entendía muy bien qué hacían allí. De hecho, no pudieron ni entrenarse en las instalaciones porque estaban llenas de cascotes y socabones. Así que tuvieron que buscar otro campo que, encima, era de un pueblo enemigo. No sé si Cornellà, Gavà o algún pueblo con los que los santboianos tienen inquina eterna [risas].  

Desde tus inicios se te ha comparado con Nick Hornby; él siempre destaca el poder de ser hincha de un equipo como una oportunidad para reconociliarte con el tedio vital. ¿Sientes que te has perdido esa parte? 

Bueno, no diría tanto que lo lamento pero sí que envidio formar parte del rito del hincha. Pero es algo ajeno a mí. Esto sería dramático si no hubiera tenido pasiones en las que canalizar y recibir esos impulsos. Yo las he tenido por entornos de subcultura, por entorno de música pop. Pero, claro,  hubiera estado bien. Yo envidio de esto los lazos que tejes con otras personas; es un rompehielos de primer orden. Hablas de fútbol para romper el hielo con alguien. Es como si me faltara algo. Yo en las reuniones de padres no tengo nada que decir [risas]. 

¿Nunca tuviste simpatía por algún equipo?

Sí. Yo no entendía mucho el juego pero cogí del fútbol la parte que desarrollaba mi imaginación. Es decir, coleccionaba cromos igual que el resto de niños, me fascinaba la selección inglesa, pero no era por su juego. Mi fascinación era consecuencia lógica de que me gustara la cultura inglesa. Te hablo de cuando tenía 10 años. Era un sitio imaginado para mí, era mi imaginación de Inglaterra. Yo estaba obsesionado con Kevin Keegan.

¿Por qué Keegan?

Yo creo que era porque era físicamente peculiar. Me debían gustar paridas externas como la melena rizada, que le llamaran ‘súper ratón’, que fuera bajito pero saltase muchísimo, que tuviera esas piernas que parecían pilones de cemento. Y bueno George Best es un afecto tardío que he desarrollado cuando me he enterado de que le gustaban tanto las ropitas y la borrachez. Yo a Keegan me lo imaginaba como un superhéroe. Durante toda mi infancia llevé una camiseta falsa Admiral de la selección inglesa.

Geográficamente te queda más cerca el Barça. ¿Qué relación tenías con el club?

He tenido siempre una relación ambivalente: mi padre viendo los partidos siempre les gritaba: ‘toias, tifetas, no pluriquejeu tant’… que es lo que hacen todos los rugbistas con el fútbol, pero luego se tragaba todos los partidos y si perdían le entraba una cierta tristeza. Esa es la herencia que tuve. Ser del Barça formaba parte del aprendizaje. Y en la novela hablo del odio cerril al Real Madrid, que en mi caso no se explica en alguien que no está interesado en el fútbol. ¿Por qué crecí sabiendo que Guruceta era el demonio? ¿Por qué sabía tantas cosas de Santiago Bernabéu, el señor? 

¿Cómo te lo explicas ahora?

Simplemente porque el odio ciego al Madrid era una cuestión nacional y completamente social. Era lo que hacías. Era uno de los enemigos de tu familia, de tu pueblo y de tus amigos. No recuerdo ningún momento concreto por el que debía odiar a ese club. Le colgamos una serie de atributos que son imposibles. O sea, un equipo no tiene un talante eterno.  No puede ser que los del Madrid sean inherentemente algo a lo largo de 200 años. No son una raza. No son un pueblo.  No tienen una lengua propia. 

¿Te parecen interesantes las entrevistas a los futbolistas?

No sé, algunos de mis héroes musicales no son gente particularmente interesante cuando hablan. A un músico pop no le pido que sea un teórico social o intelectual. Les basta con ponerlo todo en su arte. Me parece perfectamente razonable que un futbolista demuestre su personalidad con el juego y no hablando. Por eso me parece tan paradójico lo de las entrevistas a los futbolistas. No entiendo qué se saca de todo ello.

Supongo que la gente trata de descifrar cómo es la persona que se esconde detrás del personaje... 

Yo también padezco de esa patología pero he topado demasiadas veces con el cascarón vacío con músicos o novelistas. Lo interesante son sus acciones o su arte en concreto. Su vida privada no es nada, es un cascarón vacío. O lo que hay, ya está puesto bien en su disciplina. En los novelistas mucho peor porque son gente que no hacen nada. Pero son gente en pijama. No tienen nada qué decir. Qué has hecho hoy a un novelista es la pregunta más absurda del mundo.