Jesús Carrasco: "Si los diputados jugasen un partido de fútbol, el ambiente político sería muy diferente"

El escritor extremeño reflexiona sobre las virtudes del deporte como herramienta social, la relación entre padres e hijos y su relación con la escritura y la publicidad

Después de 'Intemperie' y 'La tierra que pisamos', Carrasco publica 'Llévame a casa' (Seix Barral)

Carrasco acaba de publicar 'Llévame a casa' en Seix Barral

Carrasco acaba de publicar 'Llévame a casa' en Seix Barral / I. Giménez (Seix Barral)

Javier Giraldo

Javier Giraldo

En 2013, gracias a la hipnótica ‘Intemperie’, irrumpió en el panorama literario con la fuerza de un huracán. Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) es un artesano del idioma: licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, trabajó como profesor y escritor publicitario antes de dedicarse plenamente a la literatura. Acaba de publicar 'Llévame a casa' (Seix Barral), un relato íntimo y cercano pero también universal, que explora la relación entre los hijos y los padres que envejecen.

Es una novela muy personal, pero los temas que aborda afectan tarde o temprano a todo el mundo.

Sí, la materia prima de la novela es abundante y conocida. Tiene que ver con mi visión del mundo más cercano, mi familia. Si miro hacia ese lugar, hay mucho material y estaba disponible. Ese material ya formaba parte de mí, solo tenía que desempolvarlo y darle una forma literaria.

Se ha escrito mucho de la responsabilidad de los padres hacia los hijos, pero no tanto de lo que sucede al contrario; la responsabilidad de los hijos con sus padres.

Es uno de los ejes de la novela. Supongo que se ha escrito menos porque cuando uno tiene hijos, se impone una responsabilidad, existe un acuerdo universal que dice que cuando eres padre te tienes que responsabilizar de tus hijos, pero en ningún lado está escrito que uno tenga que encargarse de sus padres, eso ya es terreno más resbaladizo. Hay un acuerdo ético, pero no una obligación. También depende de la cultura: el compromiso de los hijos con sus padres no es el mismo en un contexto mediterráneo que en el norte de Europa.

Viviste en Edimburgo, pudiste comprobar esa diferencia.

Nosotros nos sentimos más interpelados. En España la familia es un núcleo compacto, mucho más viscoso. Luego puedes asumir la responsabilidad de cuidar a tus padres o no, pero al menos te haces la pregunta. ¿Qué haces cuando un ser querido te necesita? En el norte de Europa, esa responsabilidad está más repartida porque el estado de bienestar tiene una cobertura mucho más amplia. Muchas necesidades de las personas mayores están cubiertas por el sistema. En Escocia conocí personas de dependencia severa y el sistema las proveía de todo lo que necesitaban. En España, esa función del Estado no está tan desarrollada; aquí parece que se atribuye a la familia por tradición.

"El compromiso de los hijos con sus padres no es el mismo en un contexto mediterráneo que en el norte de Europa"

En la novela también exploras esa duda que acecha a muchos jóvenes: quedarse en el pueblo o irse a la ciudad.

Me hago esa reflexión, pero no existe una única respuesta porque cada caso es un mundo. Antes existía la obligatoriedad de quedarse: estaba la tierra o el negocio familar, la vida se articulaba en torno a la tierra. Pero eso saltó por los aires con la llegada de la democracia. Esa tensión entre campo y ciudad existe desde hace muchos años. Por suerte, lo que se llama la España vacía ha cobrado relevancia en el debate social, y para bien. Era una parte del país totalmente silenciada. Quien vuelve ahora al campo lo hace de manera más sana, con sus ventajas e inconvenientes. Esa parte de España se está empoderando y todos empezamos a saber que el campo ni es el idilio ni es el infierno. Somos más conscientes de ello. Ya no existe esa especia de utopía por el campo que tenían los urbanitas. No hay mundos ideales, la ciudad tampoco lo es.

También abordas el choque generacional.

Las generaciones siempre han tenido rivalidad, como los pueblos cercanos. Es algo inherente al ser humano. Los griegos clásicos ya se quejaban de eso, de que la generación que les sucedía eran todos unos tarambanas. Cada generación tiene que fundar su propio mundo, y eso se hace desde una ruptura con la anterior. Es natural. Pasa desde hace siglos. En nuestro caso, creo que estamos estamos siendo capaces de manifestar las emociones más que la generación de posguerra: hay más complicidad con los hijos, más comprensión, más escucha. La comunicación es más fluida ahora. Pero no deja de haber tensiones, que por otra parte me parecen muy naturales.

Jesús Carrasco nació en Olivenza (Badajoz) en 1972

Jesús Carrasco nació en Olivenza (Badajoz) en 1972 / Iván Giménez (Seix Barral)

Leyendo tus novelas es fácil imaginarte puliendo cada palabra como si fueras un ebanista del lenguaje.

[Al otro lado de la pantalla, Carrasco muestra uno de sus libros de consulta, ‘El artesano’, de Richard Sennett. “La artesanía designa un impulso humano de realizar bien una tarea”, cita]. Como en cualquier otro trabajo, en la literatura también existe el deseo de hacerlo bien. En este caso, se trata de contar una historia interesante, pero también tiene que ver con la palabra. Me preocupo y corrijo mucho hasta que considero que el texto tiene una corrección formal. El lenguaje lo permite: puedes ser poético o cortante, pero siempre con un cuidado por la materia. Acariciando en lo posible las palabras. No quiero hacerlo de otra manera.

"Cada generación tiene que fundar su propio mundo, y eso se hace desde una ruptura con la anterior. Es natural. Pasa desde hace siglos"

¿Quién era Jesús Carrasco antes de darse a conocer con ‘Intemperie’?

Exactamente el mismo. Pero se dedicaba a la publicidad. Mi titulación universitaria es en Ciencias de la Actividad Física y Deporte; trabajé como profesor de instituto en Madrid un año y medio. Luego cambié de oficio y me dediqué a la escritura publicitaria hasta que lo dejé en 2013.

¿Cómo es escribir para publicidad?

Es una escritura muy constreñida. Tiene muchas normas pero es perfecto para lo que es: recibes un encargo ya acotado y vas ajustándote a todas las limitaciones. Yo me dedicaba al marketing directo, a eso que te llega a casa. Un titular tiene que ser impactante, como aquel de '¿Te gusta conducir?', una frase sencilla pero impactante. Toni Segarra [el publicista que la creó] quiso cambiar el paso, era un anuncio de coches en el que no salía el coche. La publicidad es una forma de comunicación muy interesante. Me enseñó a cargar la frase de significado y a condensar mucho.

¿Tu licenciatura fue vocacional?

En sexto de EGB me captaron en el pueblo para practicar atletismo y me enganché. Estuve seis años compitiendo. Aquello sí que fue una escuela: levantarte los domingos a las cinco de la mañana, con un bocadillo y un chubasquero precario, para ir hasta Palencia y ponerte a correr en pantalón corto a las nueve de la mañana en pleno invierno. Y volver a casa hecho polvo, pero feliz. No sé de dónde sacaba la fuerza. Yo creo que del grupo, de entrenar con la gente, y de tener un entrenador, Raúl, al que veíamos como a un ídolo. Lo cito en la novela.

¿Sigues corriendo?

Como un anciano (ríe). Corrí la maratón de San Sebastián hace muchos años. Era como una meca, como para un escritor acabar una novela. Me costó tanto trabajo que no repetí y luego la vida me fue llevando por otras partes. Ahora juego al padel y al baloncesto. Si voy a la playa, me meto a coger olas. Todo mal, pero siempre divertido.

"Competí en atletismo. Aquello sí que fue una escuela: levantarte los domingos a las cinco de la mañana, con un bocadillo y un chubasquero precario para ir hasta Palencia y ponerte a correr en pantalón corto a las nueve en invierno"

El protagonista de tu novela corre para liberar endorfinas y relajarse.

Es algo que compartimos todos los que hacemos deporte. En los deportes de equipo está la parte recreativa. Pero en la actividad física individual, como correr o nadar, la parte importante es romper la rutina, salir del ordenador, activarte y merecerte la cerveza de después. Te acuestas pleno de alegría y de endorfinas. El deporte aporta mucha plenitud: esa ejercitación del cuerpo, sentir el aire, el cansancio, el sudor, el reto, el hecho de saber que trabajas por tu salud; todo eso hace que el deporte sea algo muy completo y muy satisfactorio.

Sin olvidar la parte social.

El juego es la gran escuela de la ciudadanía. En un deporte de equipo estás jugando a manejar las reglas que luego se manejan en la sociedad: el respeto, el orgullo del trabajo bien hecho, el esfuerzo. Ganar con dignidad. Todo eso es el deporte. Si eso se pudiera extrapolar a la sociedad viviríamos en un mundo mucho mejor. Si los diputados jugasen un partido de fútbol antes de la sesión, el ambiente político sería muy diferente.

"El deporte aporta mucha plenitud: esa ejercitación del cuerpo, sentir el aire, el cansancio, el sudor, el reto, el hecho de saber que trabajas por tu salud"

¿No nos pierde a veces nuestra pasión por el deporte?

Me encanta el deporte y me gusta la pasión aplicada al deporte. Me gusta ver un partido del Mundial, Kenia-Bielorrusia, sentarme ante la tele y elegir con quién voy. La pasión siempre va a estar ahí. El problema es que esté tan magnificado, que los jugadores ganen esas fortunas o que cualquier cosa que diga Messi o Cristiano sea un debate nacional. Eso me parece excesivo. Pero el deporte en sí, como fenómeno, me encanta, y tiene esa función de desahogo social que todos necesitamos.

Después de vivir en Toledo, Madrid, Edimburgo y ahora Sevilla, tu equipo de fútbol es el...

Le tengo mucho cariño al Glasgow Rangers porque uno de mis mejores amigos es el manager de la fundación. Y al Celtic porque otro de mis mejores amigos es del Celtic, pero eso es como ser del Betis y del Sevilla al mismo tiempo. En Edimburgo vivía cerca del campo del Hibernians. Le tengo cariño al Betis por tradición familiar, y al Atlético por los años que viví en Madrid.