Hermes González vivió en el "paraíso"

Hermes González en una imagen de su etapa azulgrana

Hermes González en una imagen de su etapa azulgrana / sport

David Salinas

David Salinas

No era uno más. A los 17 años había debutado con la selección guaraní y a los 20 ya era su capitán. El FC Barcelona, entonces CF Barcelona, se hacía con uno de los jugadores con más proyección del momento para potenciar el plantel de la temporada 1957-1958. Pero la historia reservaba capítulos inesperados a Hermes...

Empezó como todos los chavales, pateando balones irregulares en cualquier espacio que pudiera hacer las funciones de cancha. Dedicando horas y horas a su pasión. Su físico le llevó a jugar indistintamente en todas las posiciones de ataque. Flaquito, rápido, con técnica... Ingresó en el Club Libertad con 12 años y con 16 ya dio el salto al primer equipo.

Todo empezó ahí, cuando se forjó una hornada inigualable, formándose un grupo que fue declarado el mejor equipo del siglo en una encuesta popular y periodística organizada por el diario ABC Color. Destacaba en ese Club Libertad de principios de los cincuenta, entre otros, Eulogio Martínez, que llegaría al Barça poco antes que Hermes Celestino González.

Su calidad no pasaba desapercibida para los grandes clubs sudamericanos. Boca Juniors lanzó sus redes sobre Hermes y lo tenía atado. Iba a firmar, pero horas antes recibió una llamada de su compatriota Eulogio Martínez, ya en las filas del FC Barcelona.

-¡No firmes! ¡Espera! -me dijo el bueno de Eulogio el día que tenía que rubricar el contrato con los argentinos. “Entonces hablé con Boca y les dije que no firmaba, que me iba a Barcelona”, sucedió tal y como lo explico.

Llegada al Barça

Hermes, de abuelos españoles, fichó por el Barça en el verano de 1957. Su llegada se anunció a finales de mayo, pero no aterrizó hasta el 6 de junio. Fue recibido por el presidente Francesc Miró-Sans y los dos compatriotas que tenía en la entidad catalana, Eulogio Martínez y Melanio Olmedo. La boda con Zoraida Sánchez y la muerte de su abuelo paterno demoraron su salida de Paraguay.

En Barcelona no lo tuvo fácil. Mucha competencia, un equipo muy consolidado, pocas oportunidades... Debutó en la matinal del 20 de junio de 1957 en Les Corts, en un amistoso contra el Indauchu (5-2). Jugó la primera mitad y ese día el equipo que alineó Domènec Balmanya estuvo integrado por Estrems; Meya, Rodri, Gracia; Flotats, Kubala; Tejada, Villaverde, Blanqueras, Evaristo y Hermes González. No anotó.

Y oficialmente, solo tres partidos de Liga el primer curso. El primero contra el Sevilla, el 5 de enero de 1958, donde fue expulsado injustamente por intentar repeler una agresión. En el Nervión recibió mucha leña y a raíz de uno de tantos derribos empezó a notar molestias en la cadera. Molestias que auguraban negros nubarrones en su horizonte.

Reapareció en Atocha (marcó un gol) y jugó en Les Corts ante el Sporting. Y paró. El dolor en la cadera era cada vez más intenso. El curso siguiente solo jugó un partido de Liga. No podía más. Le diagnosticaron artritis de cadera. Y viendo que no podía jugar, que no podía darlo todo, optó por apretar los dientes y renunciar al sueño de seguir en el Barça. “No quería quedarme en el banquillo o la grada y ver los partidos desde allí, podía dar mucho más, pero mi cuerpo no me dejaba”, recuerda. Pasó por el quirófano.

Y se fue a Oviedo, donde estuvo tres temporadas: 1959-60, 1960-61 y 1961-62. Jugó 37 partidos de Liga en ese tiempo, muchos de ellos infiltrado en la ingle, pero el dolor nunca desapareció. “Cuando más forzaba, más complicaciones tenía”, recuerda.

“Tuve que dejarlo. Fue un golpe duro abandonar el fútbol, donde era figura. Tenía 27 años... Pero no podía más”, confiesa Hermes, apenas con un hilo de voz. “En Oviedo se llevaron fenomenal conmigo. Dijeron que me esperarían. Pero no. Era imposible. Mi mente ya regresaba al Paraguay”.

Otra vez en casa

De vuelta a Asunción, Hermes se puso a trabajar de oficinista hasta que le llegó el momento del retiro. Hubiera querido sumergirse en el mundo de los banquillos o en el de la pedagogía futbolística, pero la vida no le brindó esa oportunidad. Sí la de colaborar con su amigo Kubala cuando el gran Laszi asumió la dirección técnica de la selección guaraní en 1995. “Carpegiani aprovechó la base que sentó el húngaro para que el equipo subiera un escalón”, recuerda.

Ahora sigue la actualidad del Barça desde su residencia en Asunción, muy cerca del Club Libertad, donde empezó todo. Sigue peleando con su cadera, “aunque ahora, además, también con la columna y otras complicaciones propias de la edad”, asume. Pero en su corazón siempre hay espacio para Barcelona: “Fueron dos años muy importantes para mí. Un paraíso. No cualquiera puede decir que defendió los colores de ese equipo, ¿sabe?”.

“De esa etapa me quedó ser fanático del club. Lo quiero mucho. Lástima de la lesión. Las pocas veces que jugué lo hice con todo mi amor, como merecía la entidad. Lo pasé bien, sí, muy bien”, agrega. De esa etapa le queda también su hijo Hermes Ramón. Y de la que pasó en Asturias, sus hijas Irene Montserrat y Zoraida Concepción. Tres tesoros.

Hermes se le acumulan los recuerdos. “Estuve en la fiesta del Centenario, en el 99... ¡Espectacular!”. Más: “No me quito de la cabeza la gran satisfacción que tuve de representar a un club tan poderoso como el Barcelona, jugar con Kubala, Ramallets, Koscis, Czibor, Suárez, Gracia, Olivella, Vergés...”.

Y todavía más imágenes le vienen a la memoria al mencionar estos apellidos sagrados en la historia del FC Barcelona: “Con Ramallets, Gracia, Olivella y los otros catalanes del equipo competíamos en el idioma... Como no entendíamos el catalán, entre Eulogio y yo hablábamos guaraní. Y nos decían: ¡Hablen como gente, carajo!” (risas). “¡Qué remesa de jugadores, por Dios! ¡Y qué tiempos! ¡Qué tiempos!”.

Y termina con una confesión que toca la fibra, eriza el vello y delata la profunda huella que le dejó su paso por Barcelona y el Barça: “Cuando muera quiero una bandera del Barça en el cajón. Quiero irme con ella cerca del corazón, rumbo al cielo”.