El Gamper que acabó con el 'fantasma' de Sevilla

Robert Fernández cabecea el balón en presencia de Julio Salinas durante el Barça-Steaua del Trofeo Joan Gamper

Robert Fernández cabecea el balón en presencia de Julio Salinas durante el Barça-Steaua del Trofeo Joan Gamper / J.M. Arolas

David Salinas

David Salinas

El Trofeu Joan Gamper alzó el telón en el verano de 1966 impulsado por la directiva presidida por Enric Llaudet. Soplaban entonces vientos moderadamente favorables gracias a la venta de los terrenos de Les Corts, operación que permitió al Barça cierta estabilización económica. El club se aventuró a poner en marcha un trofeo a imagen y semejanza de los clásicos Teresa Herrera (1946) o Ramón de Carranza (1955).

¿Propósito? Más allá del de hacer caja, homenajear al fundador y brindar a la afición fútbol de etiqueta reuniendo a los mejores equipos del mundo y, al mismo tiempo, presentar ante la hinchada, deseosa de Barça, el proyecto del curso: sistema, jugadores, técnicos… De ahí que se escogieran los últimos días de agosto para la disputa del mismo.

Edición histórica

Desde entonces se han celebrado ya 53 ediciones y 146 partidos. Las 31 primeras con cuatro equipos y cuatro duelos en formato de dos semifinales, tercer y cuarto puesto y final y, desde 1997, una versión reducida (dos equipos, una final). Todas las ediciones han pasado a la historia por algún motivo o anécdota, pero la de 1988 fue sumamente especial por el aspecto liberador que tuvo.

La directiva presidida por Josep Lluís Núñez presentó un Gamper de lujo: dos de los últimos tres campeones de Europa (Steaua Bucarest, en 1986, y PSV Eindhoven, en 1988) y el entonces vigente campeón de la Copa Libertadores (Peñarol, en 1987). No hay que olvidar que era la presentación del Barça de Johan Cruyff y el Flaco había prometido que volvería a llenar los graderíos del Camp Nou, que apostaría por el fútbol ofensivo y confiaría en la cantera. La organización, para hacer aún más atractivo el torneo, buscó una final Barça-Steaua para que el desquite de la final de la Copa de Europa de 1986, en Sevilla, fuera una realidad.

Y se dio. El Steaua apeó al PSV en la primera semifinal (1-1 y 4-3 en los penaltis). Curiosamente, tanto uno como otro equipo alcanzaron el cetro europeo desde los 11 metros. El Barça, por su parte, se deshizo del campeón uruguayo (2-1) gracias a los goles de Robert Eusebio. Los partidos se jugaron el martes 23 de agosto de 1988. La final tuvo lugar 24 horas después, tras la final de consolación, que se llevó el Peñarol (3-3 y 3-1 en la tanda de penaltis). Los tres goles del PSV llevaron el sello de Koeman

El equipo rumano, como el Barça, había cambiado en dos años. El técnico ahora era Anghel Iordanescu, en Sevilla jugador, y en sus filas fueron baja por lesión Duckadam (enfermedad circulatoria), Bumbescu, Radu, Majearu, Barbulescu… Boloni había emigrado al fútbol belga y la nueva estrella era Hagi. Solo tres titulares en la final de 1986 lo fueron en la final del Gamper: Iovan, Belodedici y Lacatus.

En el Barça la revolución había sido todavía mayor al presentarse la temporada 1988-89 con 14 caras nuevas. Los ‘supervivientes’, como Julio Alberto, querían revancha: “Solo pienso en la venganza deportiva”, dijo tras el Barça-Peñarol. “La segunda edición de la Copa de Europa la esperaba con ansia”, agregó.

La ‘segunda’ final

El inicio del Barça-Steaua fue un ‘déjà vu’. En el minuto 14, Eusebio falló un penalti (detuvo Lung) y en el 18, Hagi, también de penalti, adelantó al equipo rumano. El Barça seguía con el gafe desde el punto fatídico y el Steaua, acertaba… La maldición parecía no tener fin desde ese 7 de mayo de 1986 en el que los azulgrana cerraron 120 minutos a cero y la tanda de penaltis con el mismo guarismo (0-2).

Tras el descanso, Begiristain (con su pierna mala) acabó con los fantasmas en el minuto 58 y, en el 69, Robert, de penalti, lo confirmó. La faena la remató un joven Amor con un potente zurdazo desde fuera del área. Al final del partido (3-1), satisfacción azulgrana y algún que otro reparo por parte visitante, como el realizado por Balint: “Normalmente los rumanos no solemos disputar partidos tan tarde. A medianoche dormimos todos”.

Se había consumado la venganza, sentimental, simbólica, pero venganza al fin y al cabo. La repetición de la final de 1986, dos años después, fue azulgrana. La herida quedó cerrada. El Barça cerró una de las páginas más negras e hirientes de su historia.