Gabriel Masfurroll: "Ser directivo del Barça fue una lucha interior"

Gabriel Masfurroll y su hijo Gaby en su despacho. Un rincón lleno de pasado y presente culé

Gabriel Masfurroll y su hijo Gaby en su despacho. Un rincón lleno de pasado y presente culé / VALENTÍ ENRICH

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Gabriel Masfurroll vivió en primera persona lo que supone ser directivo del Barça cuando hay temporal. Y su hijo Gaby, lo que significa tener un padre expuesto a la crítica de la opinión pública, cuando eres solo un adolescente. Los dos son culés. Los dos disfrutan de la cháchara futbolera. Y, si esta entrevista empezara por el final, la imagen sería (ya con la grabadora apagada) de padre e hijo discutiendo sobre el debate que acompaña al barcelonismo estos días: ¿Es lícito que el Barça renuncie a su estilo para seguir ganando? 

Le cito directamente, “el fútbol es el paradigma de la irracionalidad y si fuera racional no existiría”... 

Gabriel: Sí, eso es lo que hace tan grande el fútbol, ¿no? Si fuera algo científico o controlable hoy en día ya estaría todo sentenciado. Pondríamos los algoritmos, la inteligencia artificial y diríamos a ver: ‘ El Liverpool-Barça tanto; se acabó’.

Culé y exdirectivo del Barça; cuál es su primer recuerdo vinculado al club?  

Gabriel: Mi abuelo y mi padre, que eran futboleros a muerte,  me llevaron al estadio a los cuatro años, ¡y de eso hace ya 61! Yo debuté el día que se inauguró el Camp Nou. Y he visto jugar a todos los grandes: Kubala, Di Stéfano, Maradona, Cruyff, Pelé, y claro Leo Messi.

¿Cuál le ha impresionado más en directo?

Gabriel: Cuando era jovencito Pelé. Hacía cosas increíbles, era un malabarista. Y soy cruyffista a muerte, ¿eh?  [señala fotografías con el holandés que tiene en su despacho], pero a lo largo de los años para mí no hay discusión: Leo Messi. Por  longevidad y por talento. Lo ves y dices:  ‘ohhhhhhhh’. Esto es diferente. Y además manda y lidera.

Es el Leo de siempre pero ahora también defiende un discurso...

Gaby: Además es el tipo de liderazgo que más admiro.  Porque es un respeto no impuesto sino ganado. El otro día comparaban a Lenglet, que tiene una gran capacidad analítica y estudia a los rivales, con Piqué, un perfil más espontáneo. Y creo que no se valora lo suficiente esa parte de Messi. Es un jugador con un conocimiento del juego y  de su cuerpo fuera de lo normal. Se le reprocha que hay tramos que desaparece, pero lo que hace es medir el partido y calibrar el momento en el que va a aparecer. Creo que eso tiene que ver también con su longevidad todos estos años.

Gabriel: Y hubo una pequeño sector de los culés que decía hace un año que había que vender a Messi y hacer caja. Me parece una idiotez impresionante. Pero es el mundo en el que vivimos: La inmediatez constante.

¿Recuerda la primera vez que oyó el nombre de Messi siendo directivo?

Gabriel: Mira, yo era vicepresidente cuando fichamos a Messi. Fue una etapa que no fue buena pero sí hicimos una cosa importante para la historia del Barça, que fue fichar a este tío. Y la historia funcionó de la siguiente manera…

A ver si consigue contar algo que no se haya dicho ya… 

Gabriel: A ver, gente muy allegada a la familia de Messi me dice que todavía no han visto la famosa servilleta. Y yo tampoco  [risas].

¡No me va  a desmontar ahora el mito de la servilleta!

Gabriel:  Lo que sí es cierto es que un día estábamos reunidos y nos viene Antón Parera y nos dice: ‘Mira, estamos a punto de cerrar -y nos da los nombres de doce niños- y uno de estos va a ser muy, muy, muy, bueno. Aquello me llamó la atención. Quería verlo.

¿Le pareció estar delante de algo gordo? 

Gabriel: Sí. Era pequeñito y tal, pero  jugaba exactamente igual que ahora. Me acuerdo en 2002, que Leo tendría 15 años, en una peña de Menorca me preguntaron,  ‘¿bueno y a quién vais a fichar este año?’ Y tuve la osadía de decir: ‘Ya hemos fichado al mejor del mundo’. 

Gaby: En la peña barcelonista de Ciudadella. 

Gabriel: Todos se me quedaron mirando en plan: Este se ha tirado a la piscina. 

"Gaspart me prometió que si no lo dejaba sería el presidente del Barcelona" (Gabriel Masfurroll)

Hace unos años dijo que la presión mediática  de ser directivo genera adicción; ¿a qué se refería?

Gabriel: Hablamos otra vez del paradigma de la irracionalidad . La razón te dice: No tienes que estar aquí, lo que estás haciendo no es normal. Esto tiene que funcionar de otra manera. Pero luego la adrenalina, la pasión, la ilusión, llámale vanidad, anhelo de tu infancia; llámale cómo quieras… te dice lo contrario y es una lucha interior. Y desgraciadamente a menudo puede más la segunda que la primera. 

¿No se presentaría a unas nuevas elecciones? 

Gabriel: Mira, si ahora me viniese alguien y me dijera: ‘Mira, oye, si te presentas para presidente del Barça, ganarás seguro y serás presidente en los próximos seis años’, le diría que no. Porque esta vida ya la he pasado. Y  porque tengo la sensación, y más por cómo se vive ahora este mundo, que te destroza la vida privada. Y para mí la vida personal no merece esto. 

Gaby: Se vive muy mal porque además tuvimos la desgracia de que no fuera la etapa más exitosa. Lo que peor llevas no es la discrepancia de opiniones que puedes tener con tu padre, sino el estar en el disparadero de la opinión pública. Hubo situaciones de conflicto personal en lugares públicos que lo vives con una intensidad que no es normal. 

Gabriel: Un día, después de perder contra el Sevilla en casa, me lo pidieron y decidí dejarlo, a pesar de que Gaspart me prometió que si no lo dejaba sería presidente [risas].

A pesar de todo ha salido airoso  haciendo equlibrios entre el nuñismo y el cruyffismo...

Gabriel: Mira, yo  es que no creo en los ‘ismos’. Me  gusta creer en las personas. Núñez creyó en mí y yo hice todo lo que puede para devolverle esa confianza. Pero yo era cruyffista a morir. Cuando vino en el 73 me peinaba como él y todos me decían  que me parecía a él. Luego conseguí ser su amigo e hicimos muchas cosas juntos. 

¿Recuerda alguna anécdota con Johan que le marcara?

Gabriel: Tengo dos, una divertida y una más triste. La divertida es que volvíamos un día en avión juntos y  me empezó a hablar de cómo teníamos que gestionar nuestros hospitales [risas]. Y ahí fue cuando le dije: ‘Mira, yo no soy el Cruyff de los hospitales, pero algo sé. Johan, si tú me hablas de fútbol, yo me arrodillo. Pero de hospitales sé más que tú’. Y se me quedó mirando así. 

Gaby: Me acuerdo una vez que me viniste a buscar saliendo del curro en coche y, nada, entro en el coche y de repente me encuentro a Johan. Fue como: ¡Hostia, qué fuerte, es Johan Cruyff'. 

¿Y la triste?

Gabriel: La triste es de muy pocos meses antes de morir. El Instituto Cruyff ya estaba en marcha, pero necesitaba una acreditación oficial, estar bajo el paraguas de una institución oficial. Entonces le dije: ‘Yo te prometo que haré todo lo posible’. Estábamos en el Hospital de Sant Pau, sentados en un sillón como éste, me cogió la mano y me dijo: ‘No sabes cómo te lo agradezco’. Él estaba malito, malito. Y en sus ojos vi  una despedida. Lo pienso ahora y aún me emociono. ¿Por qué? Porque había vivido y conocído siempre un Johan que era un optimismo y un ganador.