Diego Carcedo: "Llegué a llamar desde Nueva York al campo del Oviedo para enterarme del resultado"

Diego Carcedo acaba de publicar 'Sobrevivir al miedo' (Península)

Diego Carcedo acaba de publicar 'Sobrevivir al miedo' (Península) / sport

Javier Giraldo

Javier Giraldo

Diego Carcedo (Cangas de Onís, Asturias, 1940) forma parte de la generación de periodistas que vivió (y contó) en directo los grandes acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX: la guerra de Vietnam, el conflicto entre Honduras y El Salvador, la descolonización africana, etc. Luego fue corresponsal en Lisboa y Nueva York y más tarde, jefe de informativos de TVE y director de Radio Nacional de España. Acaba de publicar ‘Sobrevivir al miedo’ (Península), en el que recopila 20 historias sobre sus peripecias periodísticas que se leen como si fuese una novela de aventuras. 

¿Qué lleva a un niño asturiano de la posguerra a recorrer el mundo como periodista, cubriendo tantos conflictos bélicos?

En mi familia no había antecedentes periodísticos, aunque en mi casa siempre se leyeron periódicos, sobre todo uno que llegaba de Cuba, ‘El Diario de la Marina’, porque mi abuelo había pasado allí media vida como emigrante, pero también ‘El Comercio’ y ‘La Nueva España’. Yo me hice periodista por casualidad, porque no veía futuro como profesor de historia. Fue otro periodista asturiano, José Luis Balbín, quien me animó a estudiar periodismo en Madrid. Ah, y también me convertí en periodista porque soy daltónico: mi primera vocación fue ser piloto de avión; hice unas pruebas en Albacete pero me rechazaron por daltónico.

En el libro recopila historias con un elemento común, el miedo a morir.

Sí, es el miedo físico, el más visible. Yo tengo cierta predestinación a que me ocurran cosas: en el libro selecciono 20 historias en función de una pluralidad geográfica y temática, pero podrían haber sido ochenta o cien. Busqué un nexo común entre ellas, dudé entre la suerte y el miedo y elegí el miedo porque está presente en todas las historias. 

En la primera de ellas habla de su experiencia en la Guerra del Fútbol, entre Honduras y El Salvador en 1969. ¿Realmente un partido pudo desencadenar una guerra?

Entre ambos países siempre hubo una relación muy tensa: los salvadoreños insultaban a los de Honduras llamándolos guanacos y los hondureños llamaban catrachos a los de El Salvador. Después de un partido de fútbol clasificatorio para el Mundial de 1970, que ganó el Salvador, se produjeron muchos incidentes por las calles de Tegucigalpa. Las autoridades de Honduras detuvieron y expulsaron del país a miles de salvadoreños y así empezó el conflicto, cuando el ejército de El Salvador invadió la zona de Ocotepeque. 

¿Cuántas veces pensó, ‘quién me mandaría a mí meterme aquí’?

Pues no muchas. Nunca tuve intención de desertar ni de cambiar de profesión ni nada por el estilo. 

¿Dónde pasó más miedo?

Sin duda, en Vietnam: fueron demasiados días y muchas situaciones apocalípticas. Fui de los últimos en salir del país, con el embajador americano y los últimos marines que quedaban. Parecía imposible que los americanos perdieran la guerra, pero la perdieron. Hablabas con los soldados americanos y muchos ni siquiera sabían dónde estaban, les importaba todo un carajo. Fue la primera guerra televisada y pudimos trabajar con bastante libertad porque los americanos nos dejaron movernos por donde quisiéramos. 

¿En aquellos tiempos la información deportiva estaba más denostada que ahora?

A mí siempre me gustó el deporte: cuando estaba de corresponsal en Lisboa llamaba todos los domingos a la Agencia EFE para preguntar el resultado del Oviedo. Y cuando estaba en Estados Unidos, llamaba a mi hermano para preguntarle, pero él es del Sporting y pasa del fútbol… un día llegué incluso a llamar al campo del Oviedo para preguntar cómo había ido el partido, me cogió el teléfono un policía que no sabía el resultado, ¡creo que incluso le insulté! Desde Nueva York no había manera de enterarse de los resultados, así que cuando me nombraron director de RNE, mi primera y única cacicada fue pedirle a Juan Manuel Gozalo, que era jefe de deportes, que por Radio Exterior de España se dieran también los resultados de Segunda división. Los que no somos del Madrid y del Barça también tenemos derecho a saber cómo ha quedado nuestro equipo, ¿no?

Hablar de fútbol es una buena manera de romper el hielo… incluso en una guerra. 

Sí, cuando dices que eres español, lo primero que te dicen es Real Madrid o Barcelona. El fútbol es un lenguaje universal, menos en Estados Unidos, donde no tenía ninguna importancia. Allí mandaba el fútbol americano, el béisbol y el baloncesto. El fútbol americano no logré entenderlo, pero el béisbol sí. Y me sigue gustando el ciclismo, cuando era joven llegué a estar federado en Asturias. Del Oviedo me hice para llevarle la contraria a mi padre, que era del Sporting. ¡Yo soy del Oviedo y del Sporting, pero el de Lisboa [ríe], por el tiempo que pasé en la ciudad!

¿Como presidente de la Asociación de Periodistas Europeos, cómo ve el futuro de la profesión?

Soy moderadamente optimista. Soy consciente de la crisis, pero no es la primera. Antes hubo otras y el periodismo siempre ha salido adelante porque es necesario. El problema no es la tecnología: un teléfono móvil ya es un medio de comunicación en sí mismo. El ejemplo es la radio: en los años 60, cuando la tele irrumpió con fuerza, la radio supo reciclarse; pasó de ser un medio de entretenimiento, de radionovelas y música, a ser la referencia en la información. La gente de la radio reaccionó muy bien, evolucionaron muy rápido y muy bien. Y hoy la radio es el medio que menos problemas tiene y que mejor futuro tiene. 

Usted transformó Radio Nacional de España.

Convertimos Radio 5 en una emisora dedicada a las noticias. Al principio parecía una locura, pero funcionó. Cerramos Radio 4 y en Catalunya, la dejamos en catalán, lo cual me generó problemas en otras autonomías. Por ley, también tuvimos que ganar presencia en las capitales de provincia y en las ciudades de más de 80.000 habitantes. 

Y como director de Informativos de TVE le tocaría pelearse con los políticos…

Eso es droga dura. En algunos momentos, era peor que estar en Vietnam. Todo era muy cordial en apariencia, pero podría escribir otro libro con las presiones que recibí. Recuerdo cosas increíbles: un día, por ejemplo, se presenta en mi despacho un presidente autonómico hecho una fiera porque habíamos dado una noticia sobre una avería en la central nuclear de Trillo (Guadalajara) y él decía que había que mantenerlo en secreto. Era José Bono, por cierto. Me tocó aguantar muchas tormentas: comidas con políticos, comisiones parlamentarias… ¡muchas veces pensaba que lo mejor era coger el petate y volver a Uganda!