¡Una noche de 'baby boom'!

Dídac Peyret

Dídac Peyret

Un orgasmo. No, mejor aún. Mejor que el sexo. Una sensación incomparable. Una historia insospechada. Un guión inmejorable. Un cuento para los nietos. ‘La joie de vivre’. 

El Barça se despidió del Camp Nou con lágrimas de pura felicidad y la manos ensangrentadas de tanto apretar. Afónico perdido. Con las piernas pesadas, pesadísimas tras dejarse literalmente la vida, pero eufórico. Enloquecido como ocurre cuando se escribe una página para la historia. Inédita. Solo al abasto de los equipos de una pasta especial. 

El impacto fue tal que el gol de Sergi Roberto en el tiempo añadido dejó al barcelonismo en territorio desconocido. Entre la vigilia y el sueño. Levitando en una historia perfecta más propia de la ficción que de la realidad. Así de maravilloso puede ser este deporte tan imprevisible. Y así de maravilloso es ser hincha en noches como esta. 

Lo sintió en sus carnes el PSG. Supo lo que es jugar contra un campeón. La novedad es que esta vez el Barça se puso un traje que no le pega. El de la épica. El conjunto de Luis Enrique le  fue dando forma al sueño con una fe contagiosa.

Lo hizo con una oda al fútbol ofensivo. Con material cruyffista. Llenando el campo de mediocampistas y enviando un mensaje contundente al mundo. Somos el Barça, esto es el Camp Nou y creemos en la remontada. 

El guión del milagro fue inmejorable. Hubo dosis inmensas de fe. Toneladas de testosterona. Y emoción. Mucha emoción. Con giros de guión abruptos. De esos  que te conducen a un final catártico.

No fue la mejor versión del Barça, pero el equipo jugó con una determinación formidable para lograr lo imposible.  Esta vez creyó ¡Vaya si creyó!  Porque eso fue lo que hizo un Camp Nou pletórico, monumental, empapado por la fiebre del equipo. 

La chispa adecuada

El arrebato fue tremendo, porque el equipo marcó a las primeras de cambio con un cabezazo de Suárez. Fue el inicio soñado para que el PSG empezara a dudar. La duda es un arma poderosísima. También la convicción. La misma que mostraron actores secundarios como Mascherano, Rakitic y Umtiti. Inmensos en cada corte. En cada rebote. En cada balón dividido. 

El arte lo puso un Neymar omnipresente, desencadenado, que nunca perdió el hilo del partido. También Iniesta dijo la suya. Como cuando se dejó el alma para recuperar un balón imposible que terminó con el segundo tanto. Lo celebró Andrés y se volvió loco el Camp Nou. 

La mecha estaba encendida. La electricidad se notaba en el campo, en las gradas, en las casas de todo barcelonista. Más aún tras el gol de Messi en el arranque de la segunda mitad. Nadie contaba entonces con la puñalada trapera de Cavani. Un gol del que tardó en recuperarse el Barça y que cubrió de niebla todo el Camp Nou.

El resto es historia. Tres goles a partir del minuto 87. Historia de Neymar y sus dos goles. Historia de Sergi Roberto, que marcó un tanto maravilloso. Y sobre todo historia de un Barça que creyó en los milagros y estará en cuartos. Toca disfrutarlo, los milagros sólo ocurren muy de vez en cuando y este equipo lo es.