Un Mundial de Clubes para quedarse dormido

El esperado cruce entre River Plate y Monterrey en el Mundial de Clubes terminó dejando un sabor amargo. No por la falta de tensión competitiva, sino por el desarrollo del juego: un 0-0 que fue más pelea que fútbol. Ambos equipos protagonizaron el partido más brusco del torneo hasta ahora, con múltiples interrupciones y muy poco tiempo de juego real: apenas 43 minutos y 49 segundos de balón en movimiento, la cifra más baja en lo que va de competición.

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Fue un encuentro ríspido, áspero, en el que las faltas, las protestas y los duelos físicos se impusieron al talento y las ocasiones. Las expectativas eran altas, dado el cartel histórico de River y el potencial ofensivo de Monterrey, pero sobre el césped reinó la fricción. Las propuestas de ambos técnicos se vieron diluidas por un ritmo constantemente cortado, en el que las interrupciones no solo enfriaron el partido, sino que lo rompieron por completo.

El empate sin goles dejó a los dos equipos con sabor a poco y alimentó el debate sobre el nivel del nuevo formato del Mundial de Clubes, que ha sido duramente criticado en los últimos meses. La saturación del calendario, el escaso tiempo de preparación y los largos viajes han llevado a varios entrenadores y jugadores a manifestar su malestar, y partidos como el de este martes refuerzan esas voces.

En el análisis del encuentro, poco hay para destacar en términos ofensivos. River mostró algo más de intención en ciertos tramos, pero Monterrey supo cerrarse bien y cortar cualquier intento de progresión. Las figuras brillaron por su ausencia y el espectáculo no estuvo a la altura del escenario.

La sensación general es que ambos equipos se preocuparon más por no perder que por ir a por el partido. Un empate que les obliga a jugarse todo en el siguiente duelo y que, para los espectadores, queda como un ejemplo más de que el Mundial de Clubes aún está lejos de encontrar su verdadera identidad competitiva.