Inicio Noticias Una parte de nosotros murió en Hautacam

Una parte de nosotros murió en Hautacam

El Tour llega hoy a la cima de Hautacam, donde hace 26 años un ciclista danés (que después ha reconocido que iba dopado hasta las cejas) nos demostró que Induráin no era eterno. 

 

Aquella tarde de julio nos dejó con los brazos cruzados, quizás hasta con cara de tontos.

Nos enteramos que el sexto Tour de Indurain no sería posible.

Nos llevamos una sorpresa que fue como si hoy hackeasen nuestro correo electrónico.

Induráin, que tenía una edad aún excelente (32 años); Induráin, que venía de ganar la Dauphine Liberé; Induráin, que se había reservado durante todo el año para ganar el sexto Tour de Francia.

Indurain, sin embargo, fue a caer aquella tarde de modo clamoroso en la cima de Hautacam.

Fue Bjarne Riijs, aquel ciclista danés con cierta pinta teatral el que nos pegó esa ducha de agua fría.

Y fue en la cima de Hautacam, en el Tour de 1996 con unas consecuencias irreparables.

Aquel día Indurain dimitía para siempre en el Tour.

Han pasado 26 años y qué os voy a contar desde entonces.

Ya os he dicho que fue un shock para el que ninguno de nosotros estábamos preparados.

En los días siguientes buscamos un sustituto de urgencia (Abraham Olano), pero rápido nos dimos cuenta de que no iba a ser, de que no podía ser.

El tiempo fue aún más inflexible. Sobre todo, el día (unos meses después) en el que Indurain anunció que lo dejaba.

Hautacam, esa montaña de los Pirineos a 1.628 metros de altitud, dejó unas secuelas incurables.

Yo siempre digo que una parte de nosotros murió en Hautacam.

Hasta entonces Indurain nos parecía un ciclista invencible, un personaje invulnerable.

Por eso el desengaño fue tan fuerte e inesperado.

Y el precursor, el hombre que originó aquella masacre, fue Bjarne Riis, que fue un campeón de un solo año, de ese año.

Hoy, es un hombre de 58 años que naturalmente nunca nos ha caído bien: perdonamos pero no olvidamos.

Y más a él, que después ha reconocido abiertamente que en aquellos años iba dopado hasta las cejas.

Auspiciado por un jovencísimo Jan Ulrich, Riis nos provocó un corte de digestión aquella tarde.

Aún creíamos que Indurain era un seguro a todo riesgo, que era capaz de ganar sin necesidad de hacerse daño.

Su fotografía en lo más alto del podio era una parte más de nuestros amores de verano.

Ganaba con una naturalidad inmensa y sin necesidad de exponerse a las antipatías de nadie.

El día, que cayó en Hautacam, también siguió siendo él: silencioso, hermético, nada de escupir amor propio.

Y, ahora que lo pienso, fue una de otra de las grandes cosas que nos dejó Indurain.

No sólo nos enseñó a ganar. También a perder y a entender que, aunque cueste admitirlo, nada es para siempre.

Y eso no lo sabíamos hasta que el Tour de Francia llegó a la cima de Hautacam aquel 8 de julio de 1996.

Aquel día en el que, sin saberlo, se iba a convertir en la fecha de nuestro primer funeral. 


Suscríbete a nuestro newsletter

Recibe en tu correo lo mejor y más destacado de BICIO

Deja un comentario

Please enter your comment!
Please enter your name here

Con la publicación de un comentario acepto expresamente recibir la newsletter y soy conocedor de que puedo darme de baja en cualquier momento de acuerdo a nuestra política de privacidad