Inicio ciclismo profesional La bulimia: lo que el ojo no ve en el ciclismo 

La bulimia: lo que el ojo no ve en el ciclismo 

Esta es la historia de Marius Knight-Chaneac, un chaval de 17 años que vive en Gibraltar, que era un gran cadete en la Fundación Alberto Contador y que ha chocado frente a la cultura de estar fino que gobierna este deporte. “Comía e iba al baño y hacía lo posible por vomitarlo”. 

No sólo es tener talento para el ciclismo. Hasta que se demuestre lo contrario, Marius Knight-Chaneac tiene ese talento. De cadete ganó la Vuelta a Aragón o la Vuelta a los Valles Mineros…, y, sí, qué bonito parecía todo. Hasta que decidió  enviar su currículum a la Fundación Alberto Contador.

Hizo las pruebas y le cogieron.

Y hasta le dijeron:

– Condiciones tienes.

Y aquel día quiso imaginar que así sería suficiente.

Pero hoy, casi dos años después, la historia de Marius Knight-Chaneac, un joven de 17 años que estudia Bachillerado internacional, nos recuerda que, efectivamente, en la vida no solo es tener talento. 

Que el ciclismo necesita más.

Que el ciclismo, incluso desde edades tan tempranas, te exige vivir como ciclista.

Y que vivir como ciclista es muy difícil.

Y que el ciclismo, en realidad, no es como el que se imaginaba él los veranos cuando iba a casa de sus abuelos en Francia, en Valreas, en los preAlpes, a unos 30 kilómetros del Mont Ventoux y con 10 años subía el Mont Ventoux en bicicleta y volvía a casa y les decía a sus padres y les decía a sus abuelos: ‘yo quiero ser ciclista’.

Pero hoy, a los 17 años ya no dice eso.

Quizá sea el desengaño o quizá sea la impaciencia. Pero sea como sea, a pesar de su corta edad, lo explica con una madurez que vale la pena escuchar, con una madurez con la que explica vivido en la Fundación Alberto Contador, donde no tiene que “reprochar nada a nadie”, avisa.

– Al contrario -añade-. Pero las reglas del ciclismo son las que son y, a medida que subes etapas, deja de ser aventura y todo se controla: entrenadores, vatios, te vuelves en una máquina. Ya no usas la bici para crecer, sino que estás programado para hacer series, para hacer bicicleta en el gimnasio…, y lo controlas todo: el pulso, la cadencia, los vatios….

– ¿Y entonces? -le pregunto a Marius

– Hay gente que es capaz de saber vivir así, pero yo me he dado cuenta desde el principio de que no, de que no iba a poder.

–  ¿Y no puede ser un desengaño pasajero?

–  No lo sé. El tiempo lo dirá. No sé lo que pasará en el futuro. Pero lo que quiero explicar es mi historia y si mi historia puede ayudar a alguien entonces encantado porque en esta vida estamos para ayudarnos entre todos.

Marius cuenta que él ha tenido que combatir con la bulimia. 

– Porque por muy fino que estes siempre quieres estarlo más. Si estás ligero tienes la sensación de que irás más rápido  Yo me  veía en el espejo y aun así me veía gordo. Pero esa obsesión de que se te vean las venas, es ésa cultura de estar fino que existe en el ciclismo y que yo no sé controlar o no he sabido controlar. Hay gente que a mi edad sabe hacerlo, pero yo no. A mí me pudo la presión.

Y lo explica:

–  Comía y cuando sentía que había comido demasiado iba al baño y lo intentaba vomitar. Es una obsesión tonta, sí, pero ¿y si no la puedes controlar?  Es como una corrupción que pervierte, porque ves por Instagram las fotos de ciclistas profesionales con esas venas que parecen Hércules, que parecen Dioses y te dices ‘yo quiero ser como ellos’ y te das cuenta que y es difícil y lo que sí me he dado cuenta en el ciclismo es que todo el mundo tiene algo de obsesión con la comida.

Esta es la historia de Marius Knight-Chaneac, en cualquier caso.

Un chico de 17 años que habla tres idiomas (inglés, francés y español) y que el próximo año quiere estudiar Ciencias Políticas.

Hijo de dos profesores (que no entienden la vida sin moverse por el mundo), su vida nunca fue como las demás.

Nació en Filipinas y, a su edad, ya ha vivido siete años en Indonesia, uno en Méjico y dos en Nicaragua.

Hoy vive en La Línea de la Concepción, al lado del peñón de Gibraltar, donde no ha dejado de montar en bicicleta.

– Y no lo dejaré nunca -pronostica.

– Pero a mi manera y disfrutando de esa sensación de libertad  sean dos, tres, cuatro o cinco horas.

Es la razón de ser de esta historia: la que separa el romanticismo de la exigencia, la que nos demuestra que el ciclismo va más allá de la fotografía de los ciclistas en las grandes Vueltas.

– Yo quiero ser como ellos -les decía Marius a sus padres cuando veía casi en la puerta de casa de sus abuelos pasar a los ciclistas en el Tour en los meses de julio.

– ¿Y quieres intentarlo?

– Y quiero intentarlo.

– Y lo intentó.

– Pero si algo no funciona.

Porque en la vida a veces hay peros.

Y de lo que se trata es de descubrirlos.

– No digo que en el futuro no vuelva a intentarlo -explica Marius Knight-Chaneac-. ¿Quién puede saber lo que pasará mañana?  Igual en el futuro vuelvo a tener esa llama. Pero ahora necesito abrir la nevera y sentirme en paz conmigo mismo.


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