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Joaquim Agostinho: el final lo decidió un perro

El 10 de mayo se cumplirán 38 años de la muerte de Joaquim Agostinho, la 14ª de las 21 curvas de Alpe d’huez. Un maravilloso ciclista portugués que a la hora de competir y de morir batalló frente a lo imposible hasta que un perro se cruzó en su camino. Aquel día iba a ser el fin. Fue el fin.

 

Como nos recuerda ‘El gran Gatsby’ cada vez que volvemos a ver la película:

-Se necesitan dos para que haya un accidente.

Y esta vez uno de ellos fue un perro, que se iba a cruzar en su camino.

Y fue en un día que debía ser anónimo, a 300 metros de la meta, en la Vuelta al Algarve, y que se convirtió en una tragedia.

El gran Joaquim Agostinho, que iba líder, se rompió la cabeza al chocar con aquel perro y caer al suelo.

Y aún no se sabe cómo, pero se levantó y fue hasta capaz de cruzar la meta.

Pero después, cuando llegó al hotel, empezó a dolerle la cabeza, a sangrar como no había sangrado nunca, y luego se descubrió que se había roto el hueso parietal del cráneo.

Y, por más operaciones que le hicieron, hasta diez en los diez días siguientes, no hubo manera de reenganchar a la vida a Joaquim Agostinho, que aguantó diez días clínicamente muerto hasta que su corazón dictó sentencia.

El 10 de mayo se cumplirán 38 años de su muerte. Fue el 10 de mayo de 1984.

Agostinho ya estaba en tiempo de descuento. Tenía 41 años pero seguía insistiendo porque era la vida que más le gustaba.

Le  acompañaba ese carácter  suyo marcado por la guerra de Mozambique, por la agricultura, por vivir cada día como si fuese el último día.

Resultó un ciclista extraordinario: una esperanza loca en un país que apenas sabía de ciclismo.

Agostinho, sin embargo, llevó a Portugal a tocar el cielo con los labios.

Compitió frente a Merckx, Hinault o Ocaña y todos coincidían que Joaquín Agostinho era más duro que las piedras.

De otra forma la 14ª de las 21 curvas del mítico Alpe d’huez no estaría dedicada a él, que ganó en aquella cima en el Tour de Francia de 1979.

Y fue dos veces podio en el Tour (1978 y 1979). Y también fue segundo en la Vuelta de 1974. Y, sobre todo, fue 16 años ciclista profesional en los que, por lo visto, no había cosa que más le irritase que la fecha de caducidad.

Siempre decía que “después de haber vivido una guerra, la bicicleta era como un regalo”.

Y fue la bicicleta la que le hizo tan grande. Y la que le convirtió en un ídolo monumental en Portugal que casi 40 años después aún se enorgullece de él y de su recuerdo.

El 2 de mayo de 1984, hace 38 años, Joaquim Agostinho inició un desafío imposible frente a la muerte en una habitación del hospital CUF de Lisboa y la pena, como la nostalgia de quienes recuerdan toda esa agonía, aún molesta a los recuerdos.

Agostinho está enterrado en su pueblo Breienias, al nordeste de Portugal.

Ahí acudió a despedirle el ciclismo mundial en pleno, incluido Eddy Merckx (el mejor), .

Pero en la memoria de 1984 siempre quedará la horrorosa sensación de que su muerte se podía haber  evitado.

Si hubiese habido un médico en la prueba.

Si en el hospital del Algarve, la región más turística de Portugal, hubiese habido un servicio de neurocirugía.

Si se hubiese llevado a Agostinho hasta Lisboa en helicóptero en vez de ambulancia y aquellos 300 kilómetros en aquellas carreteras de entonces (nada nos recuerda tanto a la muerte de Paquirri, el torero, meses después en Pozoblanco).

Y si hubiese llevado casco (ay, el casco)

Pero hay muertes que parecen ordenadas por el destino, menos mal que nos queda la música y las letras de los fados para recordar a los mitos porque eso también forma parte de la cultura del ciclismo.

 


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