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Javier Murguialday, héroe en el Tour 92: “Trabajar de taxista en Vitoria es una buena profesión”

Ganar una etapa en el Tour no siempre te aleja de la realidad. Javier Murguialday, que es el padre de Jokin (ciclista profesional en el Caja Rural), cuenta el día después. “Lo importante es que estoy contento de como me ha ido la vida”

Aquel día en Pau, en el Tour de Francia del 92, tras subir la Marie Blanque, Virenque se hizo líder y Murguialday ganó la etapa. “Un hombre bajito, liviano y tímido enormemente tímido”, lo definió  Vicente Jiménez en ‘El País’. Hoy, ese mismo hombre ya tiene 60 años, es padre de Jokin (ciclista profesional de Caja Rural) y, tras trabajar 10 años de taxista en Vitoria, anhela la jubilación. “Me faltó espíritu rebelde. Fui bastante dócil”, recuerda hoy.

¿Qué fue de su vida?
Fui taxista. Me metí en algún negocio de construcción y luego con el Caja Rural amateur.

Taxista después de ganar una etapa del Tour a Virenque.
Taxista en Vitoria, sí. Es un trabajo que está bastante bien. Al menos, en Vitoria. Álvaro González de Galdeano, que fue un muy buen ciclista, lo es. Todavía lo es.

¿Y usted por qué lo dejó?
Lo dejé porque me quitaba vida particular. Quería andar en bici, estar con mis hijos y disfrutar más de la vida. Era autónomo y no bajaba de las 12 horas al día. Pero entonces lo necesitaba para vivir y todo el mundo decía que era un trabajo seguro: llevaban razón. Estuve diez años.

¿Fue justa la vida de ciclista con usted?
Creo que no mucho. Merecí más. Me faltó muy poco para ser el líder.

¿Y qué fue lo que le faltó?
Un año en la Vuelta a España en el 89 tuve que darle una rueda a Anselmo Fuerte y perdí diez minutos. Otros años estaba para ganar y tuve que trabajar para el equipo. Pero yo no tenía un espíritu rebelde. Era bastante dócil.

¿Y es inteligente ser dócil? ¿se lo recomienda ahora a su hijo?
Depende. A veces, hay que rebelarse. No siempre, pero hay momentos en los que sí. Hay que exigir para ti mismo y yo creo que no supe hacerlo. Hubo momentos en los que Mínguez me quería dar más peso pero las circunstancias también lo impidieron. No hubo suerte.

¿La suerte influye en un deporte como en el ciclismo?
La suerte hay que buscarla. Los grandes campeones también tienen suerte y hay gente que no la tiene. Hay mil casos. Mire a Primo Roglic ahora que se cayó en la Vuelta cuando era el más fuerte o que perdió un Tour por un día malo en una crono, una París Niza por caídas….

¿Está contento de cómo le va la vida?
Sí, no me quejo.

¿Y cómo le va?
Tengo tiempo, hago deporte. Sobre todo, ciclismo, que es lo que me gusta: este año me van a salir 8.000 kilómetros, y estoy bien. Quizá aprieto demasiado el acelerador para la edad que tengo. Hay amigos que me echan la bronca, “siempre sales dándole”, pero yo es como disfruto.

¿Disfrutó el día que ganó en Pau a Virenque en Tour?
De profesional, disfruté muchísimo. Soy de familia de gente humilde. Compaginé en amateur el trabajo de mecánico en un taller de coches con el ciclismo. Salía a entrenar a las siete de la tarde hasta las diez de la noche con linterna. Y pude ganarme la vida. ¿Quién me lo iba a decir?

Pero no le dejó la vida resuelta el ciclismo.
No, porque en aquellos tiempos no se ganaba mucho. La mayoría tuvimos que volver a trabajar y lo entendimos. Sabíamos que iba a pasar

¿Y ahora qué siente cuando ve a su hijo?
Orgullo. Sobre todo, orgullo. Mi hijo Jokin tiene 22 años. Lleva dos de profesional y toda la vida por delante. Sé que tiene cualidades. Pero aún debe llegar al sitio en el que sepan sacarle jugo.

¿Y llegará?
No lo sé. Yo siempre le agradeceré todo lo que me ha hecho vivir. He disfrutado de él desde que era niño. Siempre ha estado en la pelea. Siempre ha tenido claro lo que quería.

¿Ganará una etapa del Tour?
Yo apuesto que sí. Es la ilusión de padre. Tiene buen potencial, buen chasis y buena máquina. Hace falta que la sepa engrasar bien. Si la gane yo que tenía peores cualidades que él… Él mide 1,73 y pesa 57 kilos. Es el prototipo de ciclista escalador. Hay que creer en él y yo creo en él. Se lo digo a todo el mundo.

Tiene usted 60 años.
Ya no me queda tanto para la jubilación.

¿Y quién le incitó a usted a ser ciclista?
Nací como ciclista al mismo tiempo que la escuela de mi pueblo en Agurain. Y desde entonces.

Tocó el cielo en el Tour. 
No lo olvidaré nunca. Salimos de Doností. Fueron 254 kilómetros, porque entonces esa distancia era lo normal. Los amateurs me escuchan y se quedan asustados. Pero en aquella época las etapas no bajaban de los 200 y yo era un ciclista muy correoso que en Pau tuvo su premio.

Me recordaba usted a Álvaro Pino.
Estuvimos juntos en el equipo. Aprendí mucho de él. Era muy ambicioso. Recuerdo que era de los que se exigía a él mucho y exigía a los compañeros. Le gustaba entrenar mucho y fuerte. Se enfadaba con los compañeros a los que les gustaba entrenar más despacio.

¿Y vale la pena enfadarse?
Yo creo que no, pero cada uno tiene su carácter. Pino era así. Daba un puñetazo en la mesa y, si creía que llevaba razón, insistía lo que hiciese falta. No había nada que objetarle. Se mostraba tan convencido.

Un privilegiado entonces.
Sobre todo, porque en aquella época había un compañerismo total. No éramos un equipo. Éramos una piña. Cubino, Antequera, Fuerte, Pino, López Cerrón… Fueron tantos años juntos. Nos íbamos hasta de vacaciones juntos. Incluso con Javier Mínguez, el director, que ahora, por cierto, sigue mucho a mi hijo.


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