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“Induráin también se implicó para que los ciclistas coticen a la Seguridad Social”

José María Caroz, ex ciclista y abogado, fue el presidente de la asociación de ciclistas profesionales que logró que, a partir del 1 de febrero de 1992, los corredores empezasen a cotizar, por fin, a la Seguridad Social. 

Fue un pionero. Un imprescindible en la biografía del ciclismo que hoy, a los 62 años, tiene su despacho de abogados en Barcelona. José María Caroz sigue respirando ciclismo de acuerdo con la historia, que recuerda su nombre con letra mayúscula. “De abogado se pasa menos frío, pero se disfruta menos que de ciclista”, dice.

Gracias a usted los ciclistas hoy tienen Seguridad Social.
Más bien fue la fuerza de los hechos. Pero es verdad que en el año 89 Chozas, Martínez Oliver y yo nos planteamos una serie de medidas como pagar los premios, tener un Convenio o cotizar a la Seguridad Social y me eligieron a mí como presidente de la asociación de ciclistas profesionales. Y, sí, de los planteamientos iniciales se lograron el cien por cien.

¿Y cómo fue?
Me siento orgulloso de lo logrado. Pero fue posible porque grandes como Indurain, Perico, Lejarreta, Cubino, Pino…  se implicaron y ése fue nuestro mérito. Conseguimos que las figuras dieran la cara para los de abajo, y a esas grandes figuras el Convenio poco los reportaba. Pero sin ellos los de abajo hubiesen tenido difícil defender sus derechos.

Y se logró.
El 27 de diciembre del 91 salió publicado en el BOE el Real Decreto de integración de los ciclistas en la Seguridad Social y nosotros nos enteramos al día siguiente. Creíamos que era una inocentada. Pero la realidad es que, a partir del 1 de febrero de 1992, los ciclistas empezaron a cotizar a la Seguridad Social.

Usted fue ciclista.
Para mí, el ciclismo se acabó en el año 1984. Ahora solo lo hago por gusto, por salud. Pero en el año 84 lo dejé. No había cumplido expectativas ni en Kelme ni en Dormilón. Desconozco las causas. Llegué a la conclusión de que era lo mejor.

Tenía 24 años.
Claro que me costó tomar una decisión. Fue un planteamiento difícil. Yo corría en bicicleta desde 1971. Pero veía que no funcionaba como estaba acostumbrado. Incluso había corrido dos años enfermo por la ilusión de intentar acabar la Vuelta. Al final, terminas haciendo cosas que van en contra de tu ánimo. Quizá en esta época hubiese sido diferente. Pero en la mía fue así.

¿Por qué estudio Derecho?
Aparecí por casualidad. Mi vida giraba entorno a la bicicleta y estudiaba porque había que hacer algo más. Y al acabar el instituto me planteé ‘¿qué puedes hacer?’

Y eligió Derecho.
Sí, pero como podía haber escogido periodismo o farmacia. Y la realidad es que me vino como un guante a mi inquietud de ser ciclista. Iba en turno de noche a clase y no todos los días de la semana. Recuerdo que acababa un examen, cogía un avión e iba a Valencia para ir a correr.

Pero a los 24 años lo dejó.
Sí. Se podría decir que soy abogado por el hecho de ser ciclista y dejé de ser ciclista para terminar siendo abogado. Es un juego de palabras realista. Cuando me retiré ya tenía media carrera de Derecho.

Fue un rara avis en su época.
En su momento, sí. Ahora hay gente con bastante formación. Pero en mi época los únicos que estábamos en la universidad éramos Ángel Camarillo, Alfonso Gutiérrez y yo. Se podía entender porque el ciclismo es muy acaparador. Son las 24 horas del día los 365 días del año.

 ¿De abogado se vive mejor?
Se pasa menos frío. Pero se disfruta menos. A veces tienes éxitos, pero no se viven igual. Esa chispa de felicidad es muy difícil lograrla en un despacho. Pero supongo que, de alguna manera, a todo el mundo le pasa. La mayoría de nosotros recordamos con nostalgia los 18 años.

¿En otras palabras ahora disfruta de su trabajo?
La profesión de abogado se está enrareciendo bastante. Si es tu vocación es buena profesión. Pero sino… Hoy en día, hay gran inseguridad jurídica y grandes decepciones. A veces, el resultado no tiene nada que ver con tu trabajo. A mi edad, creo que parte de la ilusión ha desaparecido.

También es normal con los años.
Bueno, hay gente que vive su profesión hasta el último momento. Pero yo cada día aprendo menos y cada día tu trabajo tiene menos incidencia en el resultado final de un asunto. Yo puedo intentar hacer 8 horas diarias, pero es que te llevas los problemas a casa. Hubo una época, incluso, en la que los fines de semana eran días laborables para mí.

¿Por qué se apartó del ciclismo?
Nunca he dejado de ser abogado en el ciclismo. Casi la mitad de mis clientes son ciclistas. Me dediqué al tema de seguridad vial. Y, entre unas cosas y otras, hay veces que me paso más tiempo hablando de bicicletas que del asunto en sí. Sin querer, te puedes ver hablando de la última etapa del Tour.

En 1994 usted dejó la presidencia de la asociación de ciclistas profesionales.
Lo dejé por principios y amor propio. No quería estar por estar. Tenía un acuerdo emocional con los ciclistas. Quería que mi proyecto coincidiese al cien por cien con el de los ciclistas. Pero cuando se planteó un proyecto más avanzado ellos mismos lo rechazaron y entendí que debía dejarlo.

Que le quiten lo bailao.
La historia está ahí. Desde entonces, paulatinamente se han ido perdiendo derechos.

Y debía ser al contrario.
Pero en cuanto dejas de crecer empiezas a morirte. Evidentemente, se han conseguido algunas mejorías. Pero la realidad es que la totalidad de asociaciones de ciclistas de profesionales del mundo son insuficientes. Hace bien poco un presidente me dijo que le era difícil hablar con las figuras y que primero tenía que pasar por su representante. Eso es inaceptable, le dije yo. Yo tenía hilo directo con todos.

Lo natural.
Pero con esto no quiero decir que yo fuese el importante. Lo importante era el proyecto que se había generado. Los derechos de los ciclistas no existían. Al no haber nada cualquier cosa que se lograba era el infinito. Sobre todo, porque había que pelear mucho. Recuerdo al salir de una reunión que Cubino nos dijo ‘esto es más duro que correr un Tour’ y Perico añadió, ‘y que dos’.

 


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