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“Indurain me decía, ‘trae, maño’ y lavaba mi maillot en el cuarto de baño”

Carlos Hernández fue uno de esos gregarios inolvidables de Reynolds. Un hombre de Perico e Indurain de los pies a la cabeza que hoy, a los 63 años, trabaja de visitador médico.  

Ahora es visitador médico. Así ha sido en los últimos 22 años de su vida y Carlos Hernández (Huesca, 1958) tiene 63. Antes, fue uno de los grandes gregarios de Perico Delgado y de Miguel Indurain en Reynolds. Carlos dejó un recuerdo muy entrañable que tratamos de recuperar en esta conversación. “En el ciclismo descansar es entrenar. Pero en mi época no te dejaban”.

Usted estuvo en el Tour de Francia del 83 que fue como la primera palabra.
Ganó Fignon y segundo fue Ángel Arroyo y yo estuve ahí con el Reynolds como campeón de España. Fue mi primer Tour, sí. Jamás había estado en una carrera de ese nivel y fuimos como pardillos. No sabíamos cómo iba a ser. Recuerdo que no había manera de recuperar. Las velocidades eran tremendas. Había muchos cortes, muchas caídas, madre mía.

Los recordamos como héroes a ustedes: los de aquel Reynolds
Nadie quería ir al Tour. Y a partir de ahí empezó a resurgir. Y me acuerdo que fuimos tres días antes y que un día entero estuvimos haciéndonos reconocimientos médicos.  Era algo que yo no había vivido nunca y, de repente… Y luego triunfamos con Arroyo, con Perico en los Alpes, en los Pirineos… De hecho, cuando terminó el Tour, volvimos a casa en autobús y nos decíamos todos: ‘ya tienes la licencia de ciclista’.

Fue usted un gran gregario de Reynolds.
Siempre teníamos a Gorospe, a Perico o a Indurain y no nos quedaba otra. Pero tuve mis oportunidades. Tengo mi palmarés. Gané tres etapas en la Vuelta. Fui dos veces campeón de España. Pero es que en aquella época era difícil porque no se planificaban las carreras. Corrías hasta que reventabas y ¿sabe cómo me di cuenta?

¿Cómo?
El año, que fui líder del Tour del Porvenir, había ido a la Vuelta a Suiza, donde me caí y estuve dos meses parado, y en el Tour del Porvenir entendí que, si planificas y descansas, llegas con fuerzas a las carreras. Llegué a ser líder por delante de Mottet.

La clave es descansar.
En el ciclismo descansar es entrenar. Pero en mi época los directores no estaban preparados. Solo planificaban a los jefes de filas y a los demás no nos dejaban descansar. Es más, yo vivía permanentemente cansado. Cuando volvía a casa no podía ni entrenar: una cosa era lo que me mandaban y otra lo que hacía, lo que me dejaba mi cuerpo.

¿Y usted no lo decía?
Sí lo decías, pero no te hacían caso. Era otra mentalidad. Ellos se pensaban que se lo decías para no correr. Pero es que además tú tampoco sabías mucho, no habías vivido otra cosa y, al final, eres lo que vives.

¿Fue una vida bonita la de ciclista?
Sí, éramos como una pandilla de amigos que corríamos en bicicleta. Mi hermano, que tiene 15 años menos, compitió en Kelme, y ya era otra cosa cada uno con sus tablets, sus cascos… Sin embargo, nosotros íbamos a tomarnos un helado o una manzanilla después de las etapas. Estábamos 45 minutos en una terraza después de cenar en las plazas de los pueblos. Son detalles que ahora no se ven. La gente se mete en la habitación y no sale de ahí.

 

Tuvo suerte usted. 

Yo viví la época de Delgado y la de Indurain. Es más,  estuve tres años de compañero de habitación de Indurain y me acuerdo que él lavaba los maillots en el cuarto de baño. Yo llegaba tan reventado y él tan descansado que me decía, ‘trae, maño’. Era cuando Miguel empezaba y cuando salíamos del hotel los periodistas nos llamaban el punto y la i, como uno era tan alto y otro tan bajo.

Qué tiempos.
Fueron tiempos muy entrañables. Hice lo que más me gustaba que era correr en bicicleta y me quedan las amistades. Cuando voy a Segovia quedo con Pedro Delgado. Y a Indurain, como llevo la zona de Aragón y Navarra en mi trabajo,  cuando voy a Navarra,  le llamo ‘oye, ¿dónde andas? ¿quedamos a tomar un café?’ Nunca dice que no y quedamos en casa de su madre, muy buena gente, por cierto.

El ciclismo no le resolvió a usted la vida.
No se ganaba tanto. El 45% se lo llevaba Hacienda. Nos quedábamos con treinta o cuarenta mil euros limpios. Tuve que buscar trabajo a los 34 años cuando me retiré.  Hablé con gente y empecé de comercial de casas de bicicletas. Y fue otra vida diferente en la que me adapté fácil. Yo trabajaba desde los 13 años en la hostelería en Huesca y luego en la mecánica.

Ser ciclista fue un regalo entonces.
Sí, y llegué a profesional muy rápido porque iba a competir a la zona de Navarra frente a los de Reynolds y Echavarri siempre me decía: ‘tienes que venir con nosotros’.

Y fue.
Coincidió que yo entraba en el servicio militar en Vitoria y me trasladaron a Pamplona. Recuerdo que en invierno entrenaba por las noches con una linterna en la autopista de Pamplona a Irurzun que entonces estaba cerrada al tráfico. No me quedaba otra. Me cambiaba en el coche, que tenía aparcado en el parking, hasta que me iba a casa de Eusebio Unzue donde me guardaba la bicicleta. Me duchaba y todo. Y otras veces en el hostal Aranzazu que lo llevaban los padres de Echavarri.

Ahora tiene usted 63 años
Trabajaré hasta los 65 años. No me puedo prejubilar ahora porque perdí 10 años de vida laboral de ciclista. Pero soy feliz. Me gusta mi trabajo de visitador médico. Siempre me ha gustado estar con la gente. Y llevo 22 años en los que he aprendido que lo importante es ser productivo. Yo no dependo de las horas que hago, sino de sacar los objetivos.

 

 


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