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“Induráin me decía que se conformaba con comprarle un tractor a sus padres”

Publicado por
Alfredo Varona
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Manuel Jorge Domínguez fue uno de nuestros grandes sprinters de los ochenta. Hoy, tiene su propia fábrica de ropa de ciclismo y una memoria de elefante. El 8 de diciembre cumplirá 60 años.

 

Vive rodeado de montañas, en Pola de Laviana, a 30 kilómetros de Oviedo. Pero nunca fue un escalador Manuel Jorge Domínguez, sino un sprinter. Un ciclista que llegó a ganar una etapa del Tour tras la descalificación de Guido Botempi. Un hombre que hoy tiene 59 años, su propio negocio y la bicicleta siempre a punto. “La bici es lo primero que meto en el coche cuando me voy de vacaciones”

Ahora está en la oficina. 
Tengo una fábrica de ropa de ciclismo. Llevo 26 años. Tenía contactos en Cataluña. Comencé de broma, porque aquí había gente que necesitaba ropa de ciclismo. Después, empezamos a meter maquinaria y hoy somos tres personas por cuenta ajena, mi mujer y yo.

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Trabaja en familia
Sí.

Como en el ciclismo.
Sí  también porque, al final, pasabas más tiempo con el equipo que en casa. Hacíamos más de 200 días de competición y lo compartíamos todo, hasta el sufrimiento. Y nosotros, los sprinters, teníamos que colaborar para evitar un cierre de control. Y, lo que le digo, compartías hasta el agua y la comida.

¿Y eso fue lo mejor? 
No, lo mejor es ver que ahora conservas amistad con gente de aquella época,  que la distancia no se ha llevado a esa amistad. El otro día, cuando pasó la Vuelta a España por aquí, Anselmo Fuerte vino a mi casa a verme.

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¿Y qué recordaron?
Le recordé aquel día en el Tour de Francia en el que tuvo una bajada de tensión y Mínguez me ordenó que me quedase a esperarle. Y le esperé. Y luego se retiró y yo me quedé solo y tuve que apretar de veras para que no me cerrasen el control y poder salir al día siguiente.

Fue usted un sprinter. ¿No estaba liberado de hacer ese trabajo?
No, ya le digo que no. No siempre se tenía en cuenta. Mi misión en las etapas en las que no se podía llegar al sprint era gastar las menos fuerzas posibles para estar fresco el día siguiente. Pero si el director decía una cosa había que hacerle caso. Al final, el ciclismo es un trabajo. Te contratan para trabajar.

¿Cómo supo que no valía para la montaña? 
Cuando empiezas a subir un puerto y te quedas: ves que tú no tienes esas condiciones. A lo sumo, yo pasaba la media montaña. Pero, más allá de eso, sabía que ni aún haciendo el pino iba a llegar con los mejores. Y lo aceptas. Yo no nací con esas condiciones.

¿Y cómo eran las etapas de montaña para usted? 
Te podías permitir el lujo de ir más lento. Nos juntábamos casi siempre los mismos y hasta teníamos nuestras tertulias. Pero había que llevarlo todo muy organizado para no quedarte fuera de control. Recuerdo que era Duclos Lasalle el que llevaba el reloj. Era muy considerado para eso. Siempre sabía el tiempo que nos quedaba.

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El pelotón de los torpes. 
Hay días que sí, claro.  Pero si no tienes opciones para qué vas a gastar fuerzas que, al día siguiente, puedes necesitar. Era lo que le decía antes. Es cuestión de inteligencia. Lo importante era llegar un segundo antes de que cierre el control. Y eso te permitía pararte a mear tranquilamente.  La mayoría de las veces ibas relajado.

Así se tarda más en envejecer.
La vida deportiva se puede alargar si los esfuerzos son más controlados. Pero sobre todo con la inteligencia de saber dónde estás.

¿Y dónde está ahora? 
El 8 de diciembre voy a cumplir 60 años. En su día cogí 10 kilos y ahí me mantengo. Salgo los fines de semana en bici. Cuando me voy de viaje lo primero que entra en el coche es la bicicleta. He ido en autocaravana a ver el Tour. Voy también a Denia los veranos y, sí, salgo a montar a las siete de la mañana.

¿Ha subido El Anglirú?
Sí, y todos los puertos que hay por Asturias. Para poder opinar hay que haberlos sufrido.

¿Y en qué se parece a su época?
Ha cambiado mucho. En nuestra época usábamos platos de 52 o 53 dientes el mayor y de 42 el pequeño y ahora alucino cuando veo que hay corredores que llevan un 32 atrás y un 34 delante. El ciclismo ha evolucionado basado en la cadencia. Nosotros usábamos el desarrollo más duro.

¿Qué le marcó más?
Bernard Hinault. No he logrado retirar su imagen de mi cabeza. Fue en el trofeo Luis Puig en el que vino Hinault, que era un Dios en aquel momento. Traía la bici hecha un cristo, sucia, rallada. Recuerdo que él se adelantó en la salida neutralizada e iba hablando con el director de carrera. Ya no le vimos nunca más. Llegó a llevar hasta 8 minutos él solo.

Esas cosas marcan, claro.
Aún más para mí, que era mi primer año de profesional.

Luego, ya cambia todo.
Aún más siendo un ciclista de clase media. Si no rindes, sabes que tienes que buscarte las habichuelas por otro sitio. Siendo muy joven, recuerdo un viaje a Madrid con Ángel Camarillo y Rodríguez Magro, a los que Mínguez había dado la baja, y lo que pude escuchar en ese viaje. Me mentalicé de que algún día me podía pasar a mí. Y me pasó con Juan Fernández en el CLAS.

La vida.
La vida es así, efectivamente. También le puedo contar lo que me ocurrió con Miguel Induráin cuando compartí habitación con él en los JJOO de Los Ángeles 84. Sus padres cultivaban remolacha y él me decía que, si conseguía comprar a sus padres un tractor, se daba por contento. Y ahora siempre que le veo le digo, ‘no les compraste el tractor, sino una fábrica de tractores’. Miguel hizo millonarios a mucha gente. Todos tenían buenos sueldos. Pero vivían exclusivamente para él.

 

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Alfredo Varona