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El periodista que no te dejaba en paz

Ahora, que Movistar ha lanzado un documental sobre la época de José María García, es imprescindible recordar lo que este periodista significó para el ciclismo en los años ochenta. 

 

Metía su micrófono en todas partes.

Vivía lo que hacía como si nunca hubiese mañana.

Fue José Maria García en la Vuelta a España.

En aquellas Vueltas de los ochenta en las que él mismo se volvía loco, dormía una o dos horas (a veces ni eso), pero no sé quedaba dormido en ningún sitio.

Los ciclistas de la época (Álvaro Pino, Julián Gorospe, Iñaki Gastón, Fede Etxabe, Anselmo Fuerte, Ángel Arroyo, Raymond Dietzen…) veneraban a ese hombre y en las plazas de los pueblos los escuchábamos en aquellos programas de la tarde en los que se hablaba de lo humano y lo divino.

Un genuino producto de Supergarcía que siempre era el primero y que hoy es un hombre de 79 años con una salud mental extraordinaria que continúa marcando la diferencia cada vez que toma la palabra.

A García no le pisaba nadie, en realidad.

Lo quería todo y el único ciclista capaz de enfrentarse a él en esos años resulta que fue el mejor: Perico Delgado). Pero ni siquiera eso perjudicó la radio de García que lo controlaba todo, que amaba todo lo que hacia y que supo llegar a nosotros (los aficionados al ciclismo) como nadie volverá a hacerlo.

Tenía un carácter muy fuerte. Tenía muchísimo poder y sus rivales se quejan de que era bastante manipulador. Pero trabajaba las 24 horas y cuando creía en algo se detenía el mundo.

Y el ciclismo le gustaba muchísimo, en especial la Vuelta a España, que entonces se disputaba en el mes de abril y que García la convirtió en un Centro Comercial.

Y él mismo salía de su despacho en la emisora, se ponía el anorak de enviado especial, se subía al helicóptero o se peleaba a codazos en la meta, como si fuese un becario, para poner el micrófono a los ciclistas pues en aquella época el que narraba en Antena 3 (que solo era una emisora de radio) ya era Javier Ares.

Pero el que lo capitaneaba todo “en rigurosa primicia informativa” era García, que era un hombre totalmente insaciable. Un hombre que se empeñó en convertir la Vuelta a España en un acontecimiento.  Y lo logró. Luego, el resto del año denunciaba por las noches a todos esos mequetrefes encorbatados y ejecutivos de tres al cuarto capaces de beberse hasta el agua de los floreros.

Pero la Vuelta era la Vuelta.

La Vuelta era como sus vacaciones en la que le daba el aire en la calle y en la que ponía a los ciclistas a la altura de los ministros.

García no sólo buscaba al personaje. También buscaba la historia humana producto de esa pasión que él le ponía a todo, hasta a los puros que se encendía en antena. 

No había un ramo de flores mejor que te entrevistase García ni un beso de azafata ni una victoria que te diese más publicidad que él te llevase a Antena.

Trabajaba en Antena 3 entonces, una emisora muy joven que había nacido de la nada y en la que él dinero en publicidad llovía en canal gracias a las ideas de García.

Tenía una industria en la cabeza. No paraba quieto ni en el cuarto de baño. Cuentan que era un enfermo de padre y muy señor mío, un loco de atar en el buen sentido de la palabra.

Para los ciclistas García, en realidad, fue como un mecenas. Gracias a él, fueron más populares, más reputados y adinerados. Gracias a él se convirtieron hasta en ídolos se llamasen como se llamasen. Nos obligó a amar a todos excepto a Eric Caritoux, aquel desconocido francés que le ganó una Vuelta a España a Alberto Fernández unos meses antes de que Alberto se matase en un accidente de tráfico.

García ponía lo mejor y lo peor de sí mismo en todo: le daba una emoción a cada día que, aunque a la mañana siguiente tuvieses examen de matemáticas  en el colegio, parecía que no había nada más importante

Pero ése era el precio de aquella orquesta que fabricó aficionados al ciclismo hasta debajo de las alcantarillas. Uno llegaba a casa y, antes de ponerte a estudiar, escuchabas a García mientras veías la etapa de la Vuelta en televisión.

Y luego, cuando un español ganaba la etapa (que no era lo más habitual) se trataba como si hubiese ganado una Copa de Europa. Los rotring podían esperar. Todavía me acuerdo de la etapa que ganó Pepe Recio (Kelme) en Destilerías DYC.

El precio fue alto, eso sí.  Nos cuentan que García era un jefe durísimo, algo parecido a un dictador, pero no conozco a nadie de mi generación que no eche de menos a ese hombre (yo soy el primero).

Y lo bueno de aquellos años pudo más.

Pudo muchísimo. Y aunque García diga en el documental de Movistar que “con lo bueno sólo se quedan los tontos”, yo lo recuerdo todo bueno y, puestos a elegir, prefiero quedarme con la frase del periodista Pedro Simón:

-Todos necesitábamos nuestra dosis de García.

 

 

 


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