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El otro Induráin que se dedicó a la política

Su hermano Prudencio, cuatro años menor que él, le acompañó en sus mejores años en Banesto. Después, se convirtió en un gestor que llegó a ser parlamentario en UPN (Unión del Pueblo Navarro). 

 

Nos acompaña una fotografía que en el mes de julio cumplirá 30 años. Fue en el Tour de Francia de 1993 y el hombre que está al lado de Induráin es su hermano Prudencio (1968), que también fue ciclista. Un ciclista sin apenas impacto si no es porque un año, en la Vuelta al Alentejo, ganó tres etapas y porque fue el hermano del gran Miguel Induráin.

Más allá de eso, si nos piden a la gente de mi generación un recuerdo suyo acepto que a mí me ponen en un compromiso. No hay forma de desbloquear a la memoria. Pero leyendo el otro día una entrevista suya volví a entender que los gregarios tienen más mérito del que imaginamos en la televisión o en las fotografías. Prudencio fue un gregario que, en las postrimerías del pelotón, también las pasó moradas. Él, a menudo, recuerda el Tour de 1993, que fue como un vía crucis. Se cayó en la tercera etapa y, pese a la adversidad, aguantó hasta el final.

“Me rompí la mano y fui arrastras, sufrí muchísimo en los Campos Elíseos y luego en la embajada me mareé y todo. Solo quería irme a casa lo más rápido posible”. Pero ese es el precio de ser gregario, un trabajo como cualquier otro, compatible con huesos rotos para hacer 200 kilómetros o subir puertos imposibles. De hecho, el periodista Manuel Rivas escribió un artículo memorable en el que se refirió a Prudencio como “el ángel de la guarda de Miguel”. Y lo razonó estupendamente.

“Míguel y Pruden están separados por 100 puestos en la general. En la carrera, entre los hermanos Induráin se interpone un muro de cien pares de ruedas. Pero Miguel quiere a Pruden en la misma habitación. Todos saben que el navarro es de pocas palabras, un campeón de monosílabos. Pero incluso un hombre como él tiene secretos. Pruden vela sus sueños con los labios sellados. Y Miguel duerme como un niño porque sabe que hay un leal centinela en el centeno”, escribió Rivas para definir la influencia de un ciclista como Pruden que en sus ocho años de profesional (1991-99) jamás pasó de los cincuenta primeros en una gran Vuelta.

Pruden fue el actor de reparto perfecto. El ciclista anti-vanidad que también hubiese sido el acompañante ideal de Clint Eastwood. Un hombre todo cabeza que, una vez retirado, nos sorprendió en la política, donde también dejó un recuerdo necesario y honesto. El día que se marchó lo hizo en contra de la voluntad de quienes estaban a su lado.

Pero hay gente que vino al mundo para hacer las cosas tal y como dicta su  conciencia. Y frente a eso no hay debate posible. Prudencio fue parlamentario de UPN (Unión del Pueblo Navarro), donde llegó a ser director gerente del Instituto Navarro de Deporte y Juventud. “No soy político, soy más gestor”, recordó Pruden el día en el que dejó la política para volver al mundo de las bicicletas como director comercial de  Conor Sport, donde acepta que juega con las cartas marcadas hasta cierto punto. “El que te conozcan abre puertas, claro, pero es un sector duro porque hay mucha competencia, aquí nadie te regala nada por ser quien seas, hay que ganárselo trabajando”.

 


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