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El número uno

José Miguel Echávarri, el descubridor de Delgado, Arroyo e Induráin es hoy un hombre de 73 años que es como un libro abierto. No saber lo que representa él en el ciclismo es como no saber quien es Serrat en la música. 

Es fácil de recordar. Y, por lo tanto, es fácil de escribir. Y, diría más, hasta necesario.

Al menos, para mí.

Entre mis recuerdos,  José Miguel Echávarri (1947) siempre será el mejor. El padre del Reynolds. El padre del ciclismo español en los ochenta. Un hombre que se adelantó a una época. Un hombre que luego ganó seis Tours. Un hombre que, por encima de todo, era un maestro de la palabra y que lo seguirá siendo hasta que se muera. Un señor de los pies a la cabeza que hoy tiene 73 años y que aún sigue montando en bicicleta en Navarra, por las carreteras de Estella, donde cuenta que nunca escribirá su biografía, que no hace falta.

– Los libros tienen que servir para dar lecciones o para explicar milagros: yo no hice ningún milagro.

Echávarri fue el descubridor de Delgado y de Indurain. Pero, por encima de todo, fue un hombre que desconfiaba de las utopías. Que iba a todas partes diciendo que los desconocidos también merecen ser conocidos y que no decía ‘esto es imposible’ a nadie. Cuando alguien le contaba, ‘mire usted, José Miguel, esta noche he soñado con ganar el Tour’, él nunca le respondió que no, porque “no soy quién para destruir los sueños de nadie”, justificaba, “y, además, por una noche todos merecemos creer que los Reyes Magos existen”.

Ése fue José Miguel Echavarri: el hombre que lo único que no programaba en el ciclismo eran los dolores de cabeza o los desfallecimientos. Porque en su época también se programaba todo. No había carrera en la que no hubiese que solucionar algún problema. Por eso el día que se marchó del ciclismo,  dejó un legado mayúsculo.

– Un triunfo, sea el que sea, puede ser bonito, pero nunca será fácil. No hay alegría importante si no pagas un tributo.

Para mí, Echavarri siempre será como un libro abierto. Un auténtico personaje vintage. Uno tenía casi más interés en escucharle a él que a los ciclistas. Te aportaba más. Echávarri era un hombre que siempre ponía la palabra en su sitio. Un hombre  que, de pronto, te hablaba de Aristoteles y te convencía. El mismo hombre que hoy admite que su historia ya pasó y que en una época, con tanta tecnología como ésta en el ciclismo, él ya no podría volver.

– No me enteraría de nada -justificó la última vez que hablé con él.

Y es verdad que ha pasado mucho tiempo desde que se marchó en 2008. Pero la realidad es que hoy, si no sabes quién fue Echávarri (José Miguel Echávarri) en el ciclismo, es como si no sabes quién fue Serrat. Los años pasan. Es más, se van a cumplir 40 años desde el Tour de Francia de 1983 cuando pensábamos que en España nunca volveríamos a ver un ciclista como Luis Ocaña. Y, de repente, casi de la nada, aparecieron Ángel Arroyo y Pedro Delgado que se atrevieron a luchar por la victoria. Y llenaron la carretera de motivos en los Alpes, en los Pirineos, por las mañanas, por las noches, a todas horas.

Y el hombre que no desconfió de sus sueños, el hombre que les dijo, ‘chicos, claro que es posible’, fue José Miguel Echávarri. Desde entonces, los años han pasado muy rápido. Los equipos ya no duermen en colegios como dormían entonces. Las habitaciones tampoco están separadas por cortinas como lo estaban entonces.  Y ya no se escuchan a tipos como aquel ciclista calvo, aquel Anastasio Greciano en el 83 que lavaba a mano los maillots (en vez de meterlos en la lavadora) y que se levantaba y acostaba diciendo como si fuese la letra devuna canción de Serrat: “más duro que el ciclismo es el andamio”.

José Miguel Echavarri entonces se acercaba a él y le decía:

– Qué razón llevas, amigo.

Y escuchar a Echavarri era como escuchar a Dios.

Al menos, esa sensación me ha quedado para siempre.

Y recordarlo es cumplir con la historia.

Y como una vez nos dijo Manolo Saiz “la gente se acuerda de los deportistas pero se olvida de los maestros que los enseñaron”.

Y yo no deseo repetir ese error.


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