Inicio ciclismo profesional El día que Alaphilippe experimentó la maldición del maillot arcoíris

El día que Alaphilippe experimentó la maldición del maillot arcoíris

Julian Alaphilippe en la Lieja-Bastogne-Lieja del 2020
Julian Alaphilippe atiende a la prensa antes de la Lieja-Bastogne-Lieja 2020 - Foto: P.Mitjans

El otoño ya había llegado a Valonia. Las hojas habían empezado a caer de los arboles, el termómetro marcaba once grados en Lieja y la previsión meteorológica, como no podía ser de otra manera, era de lluvia, frío y viento, aunque el sol hacía ademán de salir. Hasta aquí, todo parecía correcto. Lo que era menos habitual a esas alturas de la temporada es que aun estuviésemos hablando del tercer Monumento del curso ciclista. Pero ya sabemos que en los tiempos que corren, todo es de lo más extraño, confuso y cambiante. Y la 106ª edición de la Lieja-Bastogne-Lieja, no fue para menos.

La más antigua del calendario de clásicas, La Doyenne, se celebró el primer domingo de octubre de 2020. Tradicionalmente, por fechas, el protagonismo se lo llevaría el Giro de Lombardía, pero en esa ocasión la clásica italiana tuvo lugar en pleno mes de agosto con victoria, por cierto, del vencedor del 2019 en Lieja, el danés Jacob Fuglsang. Parece pues que estos dos Monumentos estaban dispuestos a intercambiarse algunos papeles en épocas de pandemia. La Lieja-Bastogne-Lieja tomó prestados los paisajes otoñales, las famosas “hojas muertas” y por encima de todo, un hecho remarcable que acostumbraba a poseer Lombardía: el estreno del maillot arcoíris del último campeón del mundo. Un estreno, el de Julian Alaphilippe, marcado sin lugar a dudas por la maldición que rodea al poseedor de esta prenda.

Cartel llegada Lieja-Bastogne-Lieja
La llegada de la Lieja-Bastogne-Lieja, a 500 metros – Foto: P.Mitjans

Ni en el peor de los sueños el ciclista francés se hubiese podido imaginar un final tan surrealista y agridulce en un día que empezó con todas las miradas puestas en él durante la presentación en la plaza Saint-Lambert. Una puesta en escena atípica dadas las circunstancias actuales – para entrar al reciento era obligatorio el uso de la mascarilla, del gel hidroalcohólico y respetar la distancia de seguridad – pero seguramente también por el cambio de fechas. No eran muchos los aficionados y curiosos que se acercaron a ver el inicio de la prueba. Al parecer, Lieja aun dormía a las diez de la mañana de un domingo de octubre. Quizás porque la mayoría de los cafés recomendados en las guías que uno encontraba en internet estaban cerrados. O quizás porque en primavera todo se ve de otro color. Llega el verano. En otoño, es el invierno el que llama a la puerta.

La carrera masculina ya estaba lanzada con un grupo de nueve escapados en su paso por Bastogne. Mientras, en la plaza Saint-Lambert ya no quedaba ni rastro de lo acontecido y muchos de los paseantes ni siquiera sabían dónde estaba situada la línea de llegada. Todo había vuelto a la normalidad. De la misma forma que fue desmantelada la Catedral de Saint Lambert – la que sería hoy una de las catedrales góticas más importantes de Europa – durante la Revolución Francesa, desaparecieron el escenario principal, así como todos los autobuses y coches de los equipos que llenaban la plaza. El centro de atención, la meta, se había desplazado al sur de la ciudad. Se podía llegar cruzando el navegable río Mosa y quedaba relativamente cerca de uno de los puntos de más interés turístico: la nueva estación de tren de Lieja-Guillemins, inaugurada en 2009 por el arquitecto valenciano y responsable del diseño, Santiago Calatrava.

Bar de la Lieja-Bastogne-Lieja
Aficionados y miembros de la organización seguían la carrera por televisión – Foto: P.Mitjans

A dos horas para que llegasen los ciclistas, tampoco había una gran expectación en los metros finales a pesar de que el sol había empezado a salir y de que ya tuviésemos campeona en categoría femenina: la británica del Trek-Segafredo, Lizzie Deignan. Algunos de los asistentes y miembros de la organización seguían la carrera por televisión y esperaban el momento decisivo en una taberna situada a escasos cien metros de la llegada. No era muy difícil saber con quien iban. Fijaban la atención en el televisor cada vez que aparecía Alaphilippe y se les veía sufrir cuándo el francés tenía problemas con su bicicleta y sus zapatillas. Una taberna con una gran diversidad de cervezas belgas – con sus respectivas copas – que no podía llevar mejor nombre: “Les Ardennes”. Y si no, que se lo pregunten a los corredores que tuvieron que superar las once cotas de esta conocida región belga antes de llegar a Lieja.

La Redoute, un año más, no consiguió romper la carrera. Aún quedaban dos ascensiones más antes de llegar a las calles de la ciudad: la cota de Forges y la Roche-aux-Faucons. En los últimos metros de ésta última subida, es cuándo el centro de todas las miradas, Julian Alaphilippe, entró en escena y atacó. La gente en meta aplaudió. “Hoy parece que tiene buenas piernas”, comentaba en francés un señor que llevaba guardando sitio un buen rato. Pero esta vez Marc Hirschi contraatacó y se formó un cuarteto final con Primoz Roglic y Tadej Pogacar, solo apto para los elegidos. Ellos se jugaron la victoria en el último quilómetro.

Línea de llegada Lieja-Bastogne-Lieja
Línea de meta dónde Alaphilippe perdió la carrera – Foto: P.Mitjans

Y llegó la meta. La emoción, los nervios, el repicar de las pancartas, las gorras de rigor de la caravana publicitaria y un momento para la historia: el campeón del mundo celebró antes de tiempo su victoria y el esloveno Primoz Roglic apuró hasta el final para apuntarse un triunfo validado por la foto finish. En meta, la celebración dio paso a la confusión y a la resignación. Los aficionados vieron a dos metros como Alaphilippe había levantado los brazos y ellos hicieron lo propio. Pero la noticia no tardó en llegar. El esloveno del Jumbo Visma era el vencedor por delante del Hirschi y Pogacar. A Alaphilippe lo habían relegado a la quinta posición después de cerrar al suizo en el sprint. Julian lo tenía todo de cara para sumar su primera Lieja-Bastogne-Lieja. Pero la maldición del arcoíris volvió a resurgir. Hacerse con el maillot de campeón del mundo es difícil. Hacerlo brillar, lo es aún más.


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