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El ciclista francés que estamos esperando

Guillaume Martín es, por su forma de correr, de expresarse y hasta de escribir (si tienen la oportunidad), un ciclista que no deja indiferente a nadie. Ya sólo nos falta verle en el podio

 

En este momento, Guillaume Martín está sexto en la general del Giro, a 28 segundos de la maglia rosa. No estuvo al mejor nivel ni en las subidas del Etna ni en Blockhaus. Pero en la escapada de Nápoles se posicionó en la general y ahora anda en un territorio familiar para él, entre los diez primeros. Guillaume Martín fue 8º el año pasado en el Tour de Francia y 9º en la Vuelta a España.

La duda, que nos acompaña, es si el francés es un ciclista para optar a algo más que el ‘top ten’. Yo espero que sí y tengo la sensación de que escribo en nombre de muchísima gente. Guillaume es un ciclista que arriesga, que corre como escribe y que hace el ciclismo que soñó en la Normandia. Hijo de una profesora de teatro, adora la filosofía de Nietzche (“cuando llegue el sufrimiento, míralo a la cara y enfréntate a él”) y diría que todo eso se nota en su forma de correr.

Háblame, por lo tanto, de Guillaume Martín y seré feliz. A su edad, es un tipo que ha escrito tres libros de filosofía. Un hombre que no representa para nada el carácter soez o engreído de los antiguos líderes franceses (Hinault, Fignon, el mismo Virenque) y que aún no está descartado para optar al podio de una grande. “Lucho contra los mejores cara a cara y no estoy tan lejos de ellos”, defiende él, líder del Cofidis.

El caso es que, en el ecuador de este Giro (su primer Giro), Martín está más cerca que nunca. No será fácil, pero no tenemos derecho a descartarle. Y, si no fuese posible con Juanpe, Landa o Pello Bilbao, no nos importaría que suba al podio en este Giro porque, como él ha escrito, “todos somos muchas personas dentro de una misma persona”.

Y, por cierto, se llama Guillaume (no Julián, como dice Contador). Guillaume Martín y tiene 28 años y nació en París, donde vivió hasta que sus padres se marcharon a la campiña, a las afueras de Normandía. Allí compraron y reformaron una vieja casa del siglo XVI en la que los libros siempre fueron compatibles con el ciclismo.

 


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