Álvaro Mejía, que hoy es un doctor de 54 años acarició el podio en el Tour de Francia de 1993. Luego, su carrera ya nunca más estuvo a esa altura. Pero supo renunciar a oscuras tentaciones para remediarlo.
Habían pasado 14 años desde el Tour de Francia de 1993.
Fue en el Mundial de Sttutgart 2007 cuando Héctor Urrego, el mítico periodista colombiano de ciclismo, le preguntó a Benito Urraburu:
-¿Se acuerda usted de Álvaro Mejía?
Y Benito Urraburu, que era uno de esos eternos enviados especiales de España a las grandes Vueltas, le contestó:
-Por supuesto que me acuerdo.
-Pues aquí le presento al doctor Álvaro Mejía que es el médico de la selección colombiana -añadió Urrego.
Y ahora, a través de esa anécdota, yo podría trasladar a la gente de mi generación esa misma pregunta:
-¿Os acordáis de quién fue Álvaro Mejía?
Álvaro Mejía fue un ciclista colombiano que apareció con la misma rapidez que desapareció.
Pero nos dejó un momento cumbre que duró muchos días, cuando estuvo a punto de subir al podio en el Tour de Francia de 1993.
Nadie contaba con él.
Pero hasta la última contrarreloj estuvo ahí metido con una resistencia infinita.
Pero aquel día Zenon Jaskula lo pasó por encima y anuló para siempre las opciones de Álvaro Mejía de fotografiarse en París.
Ya nunca volvió a ser igual para él.
Años después, casi en medio de la indiferencia, Álvaro Mejía se retiró del ciclismo: las lesiones, el desengaño, la necesidad de empezar una nueva vida.
Y entonces arrancó a estudiar medicina.
Y le costó siete años terminar la carrera.
Pero, a cambio, hoy es un prestigioso doctor de 54 años que recuerda que en su época de ciclista, le ofrecieron EPO.
Pero Álvaro Mejía dijo no a la EPO: un no rotundo, tan grande como una catedral de grande.
– Prefiero no tener un Tour en mi palmares a cambio de unos días más de vida sana-contestó.
Y quién sabe lo que hubiese pasado si Álvaro Mejía hubiese dicho sí.
Si hubiese habido más Tours para él como el Tour del 93 en el que tuvo en vilo a toda Colombia; en el que fue el líder del Motorola y en el que hasta Lance Armstrong, que entonces era un meritorio de 22 años, trabajó para él.
Pero no siempre la tentación puede más porque hay gente que sabe como detenerla.
– En aquel tiempo la Unión Ciclista Internacional (UCI) no tenía permiso para tomar análisis de sangre ni controlar la eritropoyetina, que la mayoría de corredores usaron. Competir contra eso era muy difícil. O te ponías al nivel de ellos o resignabas tu carrera.
Pero ése fue, por encima del cuarto puesto en el Tour, el legado que dejó Álvaro Mejía en el ciclismo.
Todavía más: su preocupación por el dopaje fue lo que le llevó a estudiar Medicina, a las aulas de la facultad, a resolver preguntas, a recuperar el hábito de estudio, a terminar lo que empezó.
En todos estos años, Álvaro Mejía ha trabajado mucho para el ciclismo (ha estado incluso en Movistar en los tiempos de Nairo Quintana).
Su palabra es su ejemplo: el ejemplo que dio a los 25 años.
Entonces acarició el podio en el Tour de Francia del 93.
Tras una escapada en la séptima etapa, se colocó segundo a las espaldas de dos ciclistas que entonces eran otra historia: Miguel Indurain y Tony Rominguer.
Y pasaron los Alpes y los Pirineos y Álvaro Mejía resistió.
Sus credenciales,en principio, no tenían nada que ver con los recuerdos que nos dejaron Lucho Herra y Fabio Parra.
Pero aquel Tour, que debía ser el inicio de Álvaro Mejía, fue el primero y el último.
Quien sabe por qué aunque nos podemos imaginar por qué.
Lo importante es que dijo NO: lo más sabio.
A cambio, se convirtió en el Doctor Mejía.
Han pasado muchos años, sí, pero creo que nunca es tarde para recuperar esta historia y para repetir la pregunta que Héctor Urrego le hizo a Benito Urraburu:
– ¿Se acuerda usted de Álvaro Mejía?
