“El ciclismo no puede amargarte la vida”

Publicado por
Alfredo Varona
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Javier Mauleón tenía cualidades de líder. Pero su cabeza no le dejó serlo y aprendió a ser gregario y fue tan feliz. Para nosotros, siempre será el gregario perfecto de Toni Rominger en aquellos maravillosos años (3 Vueltas a España y 1 Giro).

 

Fue el gregario perfecto de Rominger en el Clas. También fue el líder que nunca pudo ser. “Me comía mucho la cabeza”, admite hoy Javier Mauleón (56 años) que aun así llegó a ser 9º en una Vuelta a España y 19ª en un Tour de Francia. “No consentí que el ciclismo me amargase la vida”. Hoy, tiene su empleo en el servicio técnico de Campagnolo y, en vez de montar en bicicleta, juega al frontón. “A lo sumo, salgo 10 o 12 días al año”, explica Mauleón,  que es padre de tres hijos (31, 22 y 20 años).

Fue el gregario perfecto de Toni Rominger.
Sí, en mi época de Clas y Mapei y en el primer año del KAS estuve con Sean Kelly. Y luego en la ONCE con Zulle y Jalabert.

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¿Y por qué el líder no fue usted? Siempre nos quedó esa sensación 
Sí, el Clas me fichó como líder, pero hay que tener cualidades que yo no tenía. Si andaba bien iba con los mejores. Pero luego me comía mucho la cabeza y no cumplir expectativas me dolía mucho. Por eso cuando vino un líder sólido como Rominger me liberé. Me quité un peso de encima.

¿Y qué aprendió de Rominger?
Siempre recordaré el primer año que vino con nosotros. Fuimos concentrados a Santi Petri en Cádiz tras las Navidades buscando buen tiempo. Pero llegamos y no dejó de llover ningún día y, mientras el resto hacíamos dos horas en bicicleta, Rominger hacia seis. No perdonaba ni un minuto y como apenas hablaba castellano, nosotros nos decíamos: ¿qué pensará este hombre de nosotros?

¿Y qué pensaba? 
Yo se lo comenté un día y se reía porque luego veía que en la carretera respondíamos.

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¿Y era difícil? 
Sí lo era, sí.  Yo recuerdo cuando ganamos el Giro de 1995. Acabamos reventados.  Pero desde el primer día tomó la maglia y nos atacaron por todos lados.  Berzin, Ugrumov, Chiapucci, Bugno… Todos los días había batalla. Acabé reventado. En su momento fue el Giro más rápido de la historia.  Es cuando más delgado he estado en mi vida.

En el ciclismo actual hay mucha obsesión por el peso. 
Bueno, en mi época había equipos que pesaban todos los días a los ciclistas. Pero yo nunca viví eso. En el Clas confiaban en nosotros porque éramos profesionales. Por eso yo recuerdo que a mí nunca me prohibieron nada. Sólo me aconsejaban y a partir de ahí ya sabía yo lo que era bueno y lo que era malo.

¿Y no se equivocó? 
Siempre recordaré que un médico, que era amigo mío, me dio la clave. Recuerdo que me dijo, “a veces comer una palmera de chocolate es bueno para el ciclista”. Hablaba de la psicología, de que vivir amargado o privándose de todo no es la solución. Mire, yo le puedo recordar que el 31 de diciembre, en nochevieja, yo siempre me tomaba uno o dos cubatas. Pero, eso sí, el 1 de enero salía a entrenar. Ahí estaba como un clavo.

Por todos los caminos se puede llegar a Roma.
¿Qué es bueno y que es malo? Bajo ése punto de vista el ciclismo no es sano. Estás maltratando al cuerpo, le estás pegando palizas cada día y, tarde o temprano, esas palizas deben salir por algún lado. Yo, de momento, creo que he tenido suerte, toquemos madera.

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Lleva usted más de 20 años retirado.
Desde 1998 exactamente. Tenía 32 años y, dos meses antes de acabar la temporada, le dije a Manolo Saiz: “no corro más”. Estaba saturado de tanto entrenar, de tanto sacrificio, y lo dejé. De hecho, tenía ofertas para el año siguiente y no quise.

¿Y fue una buena decisión?
Sí, habían sido once años. Cuando me retiré tenía mi casa y mi apartamento en la costa y le había podido comprar la parte del local en el que mi padre trabajaba de carpintero y que le faltaba por pagar.

¿Y cómo fue su día después?
Me empecé a mover y entré de mecánico en el Festina con Juan Fernández. Pero después me surgió la opción de entrar en Campagnolo aquí, en casa, en Vitoria, y llevo desde 2002 en el servicio técnico.  Tengo un horario de 8 a 16,30 horas. Es otra vida en un pabellón a la que claro que me costó adaptarme. Yo venía de viajar por el mundo. Pero tarde o temprano lo debía hacer. Mi jefe, mientras no se queje nadie, no me dice nada.

El caso es que sigue viviendo del ciclismo.
No tiene nada que ver. Una cosa es el ciclismo y otra una casa de componentes para bicicletas. Pero yo ya apenas vivo el ciclismo. De hecho, lo sigo poco. No sacrifico ver una etapa por una partida de mus con los amigos y montar en bicicleta, a lo sumo, salgo 10 o 12 días al año y hay años en los que ninguno. No lo echo en falta.

¿Es más fácil su vida ahora que la de ciclista?
Sí, es otra vida. A los 17 años, no me podía tomar ni un calimocho ni un bocadillo de calamares un sábado por la noche a no ser que la carrera hubiese sido el sábado. Y, siendo tan joven, te cuesta más entenderlo. Pero ya no es eso, sino que ¿cuántos chavales pasan ahora a profesionales cada año?

Está difícil.
En ese sentido en mi época tuvimos más suerte, había más posibilidades.

Al final, es lo que usted dice. Se trata de ser feliz.
Es lo importante. Ver  a la gente y verla feliz como cuando vuelvo a quedar con Rominger en la fiesta de la cerveza en Alemania, en la Vuelta a Ibiza aquí,  en España… Le veo raro porque ahora está sin pelo. Pero le veo feliz por lo que hace y por lo que hizo.

 

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Alfredo Varona