La leucemia ha escogido un mal habitante para pasar el rato: Greg Lemond. Un ciclista que ha dado soberanas lecciones a la adversidad.
-José Maria, con ese culo Greg Lemond no puede subir el Tourmalet.
En el Tour de Francia de 1991 se iba a producir una escabechina porque el futuro ya no aguantaba más.
Indurain se iba a comer a una generación que nos había hecho muy felices, que nos había dado mucha incertidumbre.
Y uno de ellos era el ganador de los últimos Tours (1989 y 1990): Greg Lemond.
Lemond tenía 30 años y, sí, es verdad: ese no había sido su año.
Y Luis Ocaña (que era el comentarista estrella en la emisora de José María García) lo vio claro:
-Con ese culo Lemond no puede subir el Tourmalet, es imposible -insistió.
Y, antes de que lo pudiésemos imaginar, ése iba a ser el final de Greg Lemond en el Tour de Francia.
La carrera que le vio nacer en la vieja Europa.
A él: un joven rubio y de ojos azules, que había venido de California, con una juventud apasionante y una seguridad en sí mismo que no le impedía contar su historia a los periodistas con toda la naturalidad.
Lemond contaba que a los 17 años ya había escrito en un papel lo que quería ser y lo que quería ganar.
Y lo iba a ganar.
De hecho, rompió el orden establecido que hasta entonces imponían Hinault y Fignon con sus malas caras, con la tiranía de su amor propio que era como si te colocasen alfileres en las sillas.
Es lo que debemos agradecer a Greg Lemond, lo que no podemos olvidar.
Pero también nos enseñó la importancia de esperar tu momento.
En 1985 le había dejado ganar el Tour a Bernard Hinault (corrían los dos en La Vie Claire).
Pero en 1986 nadie fue capaz de impedir la realidad.
Y la realidad era Greg Lemond.
Y nunca sabemos lo que hubiese pasado si no hubiese sido por aquel tiro en la espalda en aquel invierno del 87 que a otro le hubiese retirado del ciclismo.
Pero Lemond volvió con tiempo para ganar dos Tours. Sobre todo el que ganó por 9 segundos a Fignon se nos clavó en la memoria.
Y ése es el magnífico recuerdo que nos queda de Greg Lemond: un ciclista único, distinto, que abría las persianas en cualquier terreno y que no era un obsesionado de este oficio.
Se fue como llegó: sin enfrentarse nunca a nadie.
Pudo más que la adversidad. Fue más valiente que ella.
Por eso su recuerdo es un episodio obligado y 31 años después de aquel Tour (en el que Indurain le hizo trizas) seguimos poniéndonos de pie al escuchar su nombre.
Y no dudamos que la leucemia ha escogido un mal habitante para pasar el rato.
Mal hecho.
Greg Lemond: rubio y de ojos azules, como si fuese Robert Redford por las calles de París.
A esta gente la adversidad le hace más fuerte. Y frente a la adversidad no se juega.