Por desgracia son varios los ciclistas que han perdido la vida en competición. Bjorg Lambrecht, Wouter Weylandt, Fabio Casartelli, Andrei Kivilev o Michael Goolaerts son algunos de los nombres que desafortunadamente ya no están entre nosotros.
Todos ellos sufrieron algún percance en carrera. La salud, la mecánica, los reflejos o simplemente la suerte no les acompañó.
Sin embargo, además de dedicar todas estas líneas en su memoria, hoy quiero remontarme a 1967 para recordar la muerte que cambió el ciclismo.
El trágico suceso de Tom Simpson en el conocidísimo Mont Ventoux marcó un antes y un después en este deporte y es que el fallecimiento del ciclista británico a escasos kilómetros de coronar el gigante de Provenza, sigue siendo uno de los temas más impactantes que rodean la historia del Tour de Francia.
Antes de contar su historia, estoy convencido de que más de uno de los que leerá esta publicación ha tenido la oportunidad de subir en bicicleta al Mont Ventoux y ni siquiera se habrá percatado del monumento que tiene Simpson a pocos kilómetros de la cima.
El Ventoux es lugar de culto y un sitio de peregrinación al que acuden anualmente miles de ciclistas en busca de un objetivo. Coronar una de las cumbres más míticas del mundo del ciclismo. El Ventoux es, con el permiso del Alpe d’Huez, seguramente el puerto más importante de nuestro deporte y su historia y su leyenda empezaron a forjarse en 1967, pocos minutos después de conocerse la muerte de Tom Simpson. ¿Pero de qué murió Tom? ¿Qué pasó realmente?
Pues bien, Tom Simpson, que dos años antes se había proclamado campeón del mundo, afrontaba su séptimo Tour de Francia y la verdad es que después de imponerse a principios de año en la Paris Niza, lo hacía con el claro convencimiento de que podía aspirar a una buena general.
Sin embargo, la realidad era otra. Habían pasado 12 etapas y el británico ya contaba con cierto tiempo perdido en la general.
Simpson quería recuperar tiempo y en la subida al Ventoux, pese a distanciarse de los favoritos no cesaba en su empeño por mantener las distancias con la cabeza de carrera.
Un esfuerzo prolongado y el calor le advirtieron. El público fue el primero en darse cuenta. Simpson se caía de la bicicleta a dos kilómetros de la cima. “Put me back on my bike!”. Algo así como (Ponedme de nuevo encima de la bicicleta) fueron sus últimas palabras.
El británico reincorporó la marcha, pero apenas 500 metros después volvió a caer desplomado por última vez. Simpson no se levantaría jamás y pese a las maniobras de reanimación, el esfuerzo de los médicos y de ser enviado al hospital en helicóptero, su alma y su memoria quedarían para siempre en esa cuneta del Mont Ventoux.
Jan Janssen ganaría esa etapa, pero pocos minutos después todo el pelotón recibiría la triste de noticia del fallecimiento de su compañero. Tom Simpson había muerto. ¿Pero por qué?
Cuando alguien se va, a menudo el motivo es poco importante la causa, pero en este caso la explicación es trascendental para entender la historia de Simpson y del ciclismo.
La autopsia reveló la triste realidad. Una realidad que ha rodeado el ciclismo durante años. En el cuerpo del ciclista inglés se encontraron anfetaminas y brandy. Una mezcla de fármacos y alcohol que combinados con el intenso calor de aquel día colapsaron el corazón del británico.
Su cuerpo dijo basta y los hallazgos de anfetaminas en su cuerpo y en los bolsillos del maillot provocaron que por primera vez se empezará a hablar de dopaje.
Tal es así que un año más tarde, la organización incluyó por primera vez los análisis de orina en el Tour de Francia.
Todo lo que vino después ya se conoce. Tom Simpson y su muerte. Un drama y un antecedente histórico para comprender la historia de este deporte.
