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"Yo tuve unas Pegasus 4"

La otra cara de Pablo Sánchez Carmenado, el creador de ese fenómeno de masas: los Drinking runners (@DrinkingRunners)

Hoy no es ayer, pero es como si volviésemos a ver caer a Edwin Moses frente a Danny Harris en la pista de Vallehermoso. O como si volviésemos al Trofeo Larios que un día se fue para no volver. O como si Pablo Sánchez Carmenado, aquel niño de 8 años, se volviese a calzar esas prehistoricas zapatillas de la marca Spripook y estuviese corriendo con su padre por el bosque de la Casa de Campo un sábado por la mañana y le escuchase decir cosas como ésta: “Si te duele la pierna derecha piensa en la izquierda, que está haciendo el mismo esfuerzo y no se queja”. Una lección de vida que hoy no sabe como evitar y por eso vuelve a los años ochenta, a los JJOO de Moscú 80 o al Europeo de Helsinki del 83. Pero sobre todo a ese barrio de Arguelles en el que él jugaba con sus hermanos a ser atleta y su padre daba vida a un sueño que parecía perfecto: “Yo quiero correr algún día el maratón de Nueva York”.

Y entonces Pablo se da cuenta de que hoy no es como ayer, porque se acuerda de “las zapatillas Karhu” con las que corría su padre y que le llevaron “a perder ocho uñas de los pies” en aquel maratón de San Sebastián, donde estaba él,  el niño de 8 años,  Pablo Sánchez Carmenado. “Y me acuerdo que le seguí en cuatro o cinco puntos en los que me puse a correr con él y él, a pesar del esfuerzo, siempre tenía una palabra para mí “. Y por eso hoy debería ser como ayer y caminar de la mano hasta la apoteosis, “porque ese día me enamoré para siempre de correr” y de su humildad, “aquella camiseta de tirantes de mi padre en la que estaba grabada la bandera de Extremadura”, el hombre nacido en Navalmoral de la Mata, uno de tantos de los venidos a Madrid a ganarse la vida.


‘Lo que queda vas a hacerlo solo para que realmente lo valores’

Y no se sabe si todo esto es nostalgia o sabiduría. Pero también podría ser una enorme combinación de las dos cosas que se manifiesta sin pedir perdón en esta conversación. El responsable es él, Pablo Sánchez Carmenado, un padre de familia de cinco hijos. Un tipo muy nervioso que tiene la sensación de que “cuando duermo estoy perdiendo el tiempo”. Una enciclopedia viviente que ya no sabe “vivir sin correr” y que pronostica que “eso de levantarse a las 5.30 de la mañana” no sólo es un ejemplo para sus hijos. También lo es para él, que ha sabido emplear esa información cuando se ha quedado en paro o en números rojos. “Entonces ya sabía lo que era sufrir y lo sabía en buena medida gracias a la soledad del corredor de fondo que mi padre se preocupó por enseñarme”. De ahí que todavía recuerde con primor aquella media maratón de Coslada del 87. Tenía trece años y bajó de 1 hora y 30 minutos. “Pero no fue eso sino mediada la carrera cuando mi padre, que iba a hacer 1hora 23 minutos, se marchaba y me decía: ‘lo que queda vas a hacerlo solo para que realmente lo valores'”. Y eso es hoy una apasionada metáfora de la vida que le enseñó que “siempre hay un momento duro en el que puedes endurecerte” y en el que la banda sonora de ‘Carros de fuego’ sería perfecta.

Así que básicamente hoy es como ayer cuando Pablo reflejaba con exactitud sus entrenamientos en esos viejos cuadernos que hace cinco años su madre tiró a la basura sin querer. “Pero siempre quedarán los recuerdos, que son los que me ayudaron a conocer a ese ángel que todos tenemos dentro”. Un recuerdo casi en blanco y negro barnizado “por aquellos relojes Casio de la época que me permitieron descubrir que el mejor reloj que puedo tener es mi propio cuerpo”. Quizás porque él nunca fue esclavo de las marcas. “Sé que llegué a correr un 10.000 en 36’00” o un mil en 2’41” y que el ritmo de 4’15”, que ahora me lleva ahogado, antes era un rodaje tranquilo. Pero entonces pesaba 52 kilos y ahora en forma no bajo de 67″. Aun así no abunda la pena por el tiempo que se marchó.  “No soy nostálgico ni fetichista. Acepto cada época y cada momento. No me vale de nada añorar el pasado”. Y en ese tránsito la ironía es bienvenido y parte de su patrimonio. “Ahora, que en los maratones me voy a las cuatro horas, siempre digo  que soy de los que más aprovecha el dorsal. Me sale más barato que a los que hacen tres horas”. La felicidad hay que saber buscarla. “Tengo la calle más tiempo abierta para mí y la puedo disfrutar más”.

Fue Pablo Sánchez Carmenado un atleta muy prematuro. Las letras hoy sólo son la herramienta para regresar al pasado. “Yo tuve las Pegasus 4 y las Saucony Azura que recuerdo que me las importaban a través de la revista ‘Corricolari'”. Luego, tuvo años,  “desde 1994 hasta 2011”, en los que dejó voluntariamente  de correr. “Me lo pidió el cuerpo. Quizás porque me había iniciado muy pronto. Yo empecé corriendo con calcetines de algodón. Sentí que había que parar. Tenía demasiados tiros pegados”. Pero ni siquiera así se separó del atletismo. La prueba fue que viajó por el mundo, a París,  a Londres…., a ver competiciones internacionales que, en realidad, lo reconciliaban  con el infranqueable niño que fue. “En casa jugaba con mis hermanos a ser atleta, uno era Carreira, el otro González y el siguiente podía ser Abascal. La realidad es que nos esforzábamos como si fuésemos ellos a ver quien daba más rápido la vuelta a la manzana”. De ahí que hoy no solo sea atleta sino que también tenga cultura de atleta y hasta sueños de atleta que, en su momento, fueron muy poderosos. “Porque mi infancia daba pie a ello”, explica, “y la televisión nos daba la razón. Yo recuerdo esa época en la que siempre se retransmitían las millas de Nueva York y que aquellos duelos Abascal-González se trataban como si fuese un Madrid-Barcelona. Algo que ahora uno ni se imagina. Pero en los ochenta fue real como la vida misma y te parecían lo más natural”.


“Papa, ¿has ido ya a entrenar?”

Y entonces Pablo era un casi un niño “que soñaba con correr algún día la milla de Oslo, porque en el Norte de Europa estaba el prestigio del atleta. Sonaba tan bien y tan lejos. Uno no podía ser ajeno a ello”. Y por eso hoy recuerda aquellos lunes, miércoles y viernes en el estadio de Vallehermoso “en los que hacíamos gradas, escaleras, hacíamos de todo, y teníamos una entrenadora, Susana, que siempre nos decía:  ‘Una más’. Y yo me acuerdo que tenía a mi lado a Rafa, mi amigo del alma, y nos animábamos el uno al otro para hacer esa serie pensando en el día en el que estuviésemos en Oslo”. Y, aunque ese día en Oslo nunca llegó, aquellas tardes de Vallehermoso son inseparables de la personalidad de Pablo Sánchez Carmenado: “Sí, porque yo llegué a vomitar, incluso, por lactato después de una serie. Pero más que un episodio aislado fue un concepto de la vida. Yo quería estar ahí y quería intentarlo. Es más, recuerdo que había sido campeón de España de sable en esgrima y había tenido un entrenador Manuel Pereira, que fue oro mundial y que me decía siempre: ‘si yo lo he hecho tú también puedes hacerlo'”.

Así que, en realidad, hoy es como ayer cuando Pablo tampoco tenía miedo a la locura: “Cuánto más tiempo tengo para correr”, decía, “más libre me siento”.  Y entonces conoció a gente sabia como aquel entrenador nacional Lázaro Linares que desde el altruismo se portó como un padre con él en el INEF. “Correr no sólo es correr, me decía. Necesitas fortalecer el tronco para aguantar la larga distancia”. Y hoy  todo eso son días y momentos que tal vez podrían prolongarse hasta el infinito. Y entonces volverían las viejas Pegasus 4. Y los calcetines gordos y de algodón. Y Oslo tendría la misma reputación de ayer. Y su padre, ese hombre que trabajaba en las artes gráficas,  tal vez iría corriendo desde Madrid a Navalmoral de la Mata: sería ultrafondista. Pero quizás lo que faltaba ayer es lo que sobra hoy, esa pregunta de sus hijos cada mañana que Pablo entra en la habitación a despertarles (“papa, ¿has ido ya a entrenar?”) y que no tiene precio Quizás porque recuerda que el tiempo pasa muy rápido como nunca podíamos imaginar en el Europeo de Helsinki del 83. Quizás porque entonces tampoco lo teníamos todo.  Éramos demasiado jóvenes.

@AlfredoVaronaA


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3 COMENTARIOS

  1. Grandes verdades Pablo, valorar los conocimientos que nuestros padres nos querian transmitir y que siempre cuestionabamos y que ahora que somos padres se vuelven verdades.

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