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Tomás de Teresa: las vueltas que da la vida

Entrevista a Tomas de Teresa
De desayunar con Alberto Salazar o Carl Lewis a trabajar cuatro años de teleoperador, “cogiendo el teléfono”. De medallista de 800 metros en un Mundial al paro de hoy. Pero aquel talento no se va por vencido. “La vida es más difícil de solventar que la última recta de una carrera”.

Podría empezar con cualquier anécdota de él, Tomás de Teresa (Santoña, 1968) con Carl Lewis, con Paul Ereng, con Said Aouita… Pero decido hacerlo con ésta, en un desayuno, antes del mitin de Zúrich, en el que compartía mesa con Arturo Barrios y Alberto Salazar, que le acusó de estar cometiendo un pecado cuando vio que mezclaba el pan con la mantequilla:

-¿Por qué haces eso? -le preguntó Salazar.

-Pues porque me gusta -contestó Tomás.

La respuesta de Salazar, que entonces era un viejo atleta de la generación de 1958, diez años más viejo, no se le olvidará nunca. De repente, le instó a que no lo volviese a hacer, como si fuese una orden, “porque eso no se transforma en ningún tipo de energía, sólo en grasa y no creo que quieras eso para tu cuerpo”. Y no lo quería, claro que no lo quería Tomás de Teresa, que entonces era un talentazo, un atleta de 800 que había sido campeón de Europa junior en 1987, que iba a ser octavo en el Mundial al aire libre de Tokio 91, noveno en los JJOO de Barcelona 92 o bronce en el Europeo de Helsinki 94. Una reputadísima biografía que también lo reconoce  como el primer atleta español que bajó de 1’45” en 800 o como “un seguro de vida en las grandes competiciones. Porque no había un solo entrenamiento en el que no me imaginase en la gran competición. Así que, para mí , cuando llegaba el momento, era como una liberación o un juego de estrategia”. De ahí se derivaba su personalidad que ni exageraba el éxito ni dramatizaba la derrota. “Siempre parecía que yo era el que menos se alegraba de lo que yo mismo había conseguido. Quizá porque en el fondo lo sentía como un negocio”.


“No se me caen los anillos por trabajar de teleoperador”


Quizá por eso hoy tampoco peca de nostalgia y miren que, a partir de ahora, va a venir lo peor o lo más duro de esta conversación que tuve con él. Hay momentos que saben a derrota como cuando cuenta que ahora está en paro o que los últimos cuatro años ha estado trabajando de teleoperador, “donde no es fácil aguantar y coger el teléfono a 65 personas que llaman, por lo general, con poca educación y, a la mínima, te lanzan improperios”. Y entonces uno se pone a pensar que el que lo cuenta es él, Tomás de Teresa, el mismo hombre que cruzó varias generaciones en el atletismo en las que no sólo se codeó con Alberto Salazar o con Paul Ereng. También con Sebastián Coe, Steve Cram, Joaquim Cruz, Peter Elliot, Said Aouita, José Barbosa…, maldita sea, las vueltas que da la vida, no se sabe qué es más perverso, si vivirlo o contarlo ahora. Pero entre el olvido y la memoria uno elige la memoria. “No se me caen los anillos por trabajar de teleoperador”, razona él, ubicado hoy en Castilleja de Guzmán (Sevilla), donde llego en diciembre de 1999. “Mi mujer, que fue campeona de España de salto de longitud, es andaluza”.

Tampoco tengo la sensación de que Tomás de Teresa haya sido un juguete roto ni una cabeza que se dejase vencer por la tentación. “Yo tampoco lo creo”, matiza él. “Supe conservar lo que gané en el atletismo, porque hubo cinco o seis años en los que es verdad que gané como un buen ejecutivo. Supe invertirlo, por ejemplo, en la casa que vivo ahora con mi mujer y mi niña de 10 años y que me parece que es una buena casa”. Pero hay otra cosa que es la vida y a la que nadie exige que trate a todos por igual. De ahí las extrañas sensaciones que le quedan a uno al escuchar a este hombre, que pudo ser el retrato del mediofondista perfecto, un perfil casi inconcebible en España. “Salí del atletismo con 29 años. Quizá porque veía que cada vez era más complicado sacar becas. El caso es que entonces me vi que no tenía un solo día cotizado a la Seguridad Social. Me vi trabajando de comercial de puerta a puerta”. Fue entonces, completamente alejado de la pista, cuando hizo autocrítica. “Sentí que debía haber dedicado más tiempo a pensar en mi formación y menos en las medallas”.


“La vida era mucho más difícil de solventar que la última recta de una carrera”


Y en el viaje se dio cuenta de que “la vida era mucho más difícil de solventar que la última recta de una carrera o que los nervios previos a una competición. En realidad, todo eso no era nada a comparación de lo que uno se puede encontrar hoy en el día a día”, añade en una conversación sumamente cerebral, maquillada por una aspiración imposible. “Si hubiera sido por mí, me hubiera quedado eternamente entrenando en Soria”. Pero, pese a todo, se niega a dar pena. “No tendría sentido hacerlo. Me olvidaría de que el atletismo me permitió hacer lo que quería hacer, llegar hasta donde quería llegar cuando leía la revista ‘Atletismo español’ o cuando escuchaba a mi entrenador contarme la leyenda de Prefontaine. Por eso a mí me hizo más ilusión llegar al mitin de Oslo que a los JJOO, porque en la infancia era lo que más uno idealizaba”. Hoy, es un hombre agradecido.   “Yo no me he quedado con esa frustración de ‘podía haber hecho esto y no lo hice’ que me cuentan amigos de mi generación”. De ahí que uno encuentre a un hombre con buena salud mental, a pesar de estar en paro, decidido a volver “al mundo del que nunca tenía que haber salido: el atletismo.  De hecho, estoy ayudando a mi mujer en una escuela de atletismo que ha montado en Sevilla y quién sabe si ahí puede amanecer el futuro que buscamos”.


“Los atletas somos muy orgullosos por lo general”


Tomás, al menos, ha vuelto. “He vuelto, sí”, acepta él mismo, “porque pasé épocas muy malas. Llegué a engordar 23 kilos. Monté una empresa de telecomunicaciones que fue incapaz de sobrevivir ante tantos impuestos y me obligó a entender que ese no era mi mundo”. Quizá por eso regresó a su vocación “después de 15 años sin ponerme unas zapatillas y sin querer saber nada de ellas. Fue duro, sí, y me costó entender que nadie de la Federación me llamase no para ayudarme sino para recordarme que yo había sido uno de los pioneros en mi prueba en un acto de celebración, en algo, en lo que fuese. Sin embargo, parece que a mí un día se me tragó la tierra”. Y entonces se pregunta qué méritos hizo para ello. “Quizá no caí simpático, quizá no he sido nunca un buen relaciones públicas de mí mismo o quizá la culpa la he tenido yo mismo, que nunca he sabido como pedir un favor. Los atletas somos muy orgullosos por lo general”.

Tomás de Teresa, hoy

Hoy, está en paro pero no derrotado. “He salido de momentos peores”, promete. “He conseguido que no me asuste el futuro. De teleoperador creo que siempre habrá sitio”. Pero no lo piensa. “He vuelto a creer en mí mismo y como en casa no necesitamos grandes cosas para vivir no tenemos grandes exigencias”, añade él, que se quedó a una centésima de ser finalista en los JJOO de Barcelona 92. Aquella época en la que daba gusto verlo correr y de la que hoy sólo quedan las cenizas. “Ahora sólo hago lo que el cuerpo me permite porque ya no puedo alargar la zancada como antes. Pero quiero hacer algo en competiciones de veteranos. Todavía tengo apuntado los 4×300 que he hecho en 45 segundos  que no son los 36 o 37 de mi época, pero…” El resultado es que la vocación ha vuelto a su lugar, a recuperar al niño, criado en Santoña, a 100 metros del mar, hijo de un empleado de Bosch, que lo vio “emigrar a Madrid a los 17 años, a la residencia Blume a entrenar con Manuel Pascua”, donde descubrió que ése no era su mundo. “Venía acostumbrado de un mundo en el que mi entrenador, Alfonso Núñez, era como mi padre. Sin embargo, en la Blume me resultaba difícil confiar en alguien”.

En la dificultad, permaneció fiel a sí mismo. “Nadie me ofreció doparme directamente. Pero sí te decían que ‘la gente que toma otras cosas recupera más rápido que tú’, y yo, que había días en los que no podía ni levantarme de la cama, podía haber dicho que sí”. Pero, en vez de hacerlo, eligió marchar a Soria, “donde encontré el paraíso y un entrenador, Enrique Pascual, que no sé cómo olvidar. Me niego a hacerlo. Cada vez que nos vemos regresamos a un mundo donde el entrenamiento no era difícil: los que lo hacíamos difícil éramos nosotros, Fermín Cacho, Abel Antón o yo. Porque ese era el espíritu en aquella ciudad pequeña que nos hacía sentirnos tan importantes”. De hecho, Tomás, a veces regresa a aquellos días. “Las victorias las valoras realmente cuando las ves en vídeo”. Y eso lo rememora hoy, tan próximo a los 50 años, convencido de que “en la vida existen segundas y terceras oportunidades. Sólo hay que saber buscarlas”. Y él, Tomás de Teresa, ahora está en su búsqueda. Y quién sabe lo que podrá pasar mañana, si uno volverá a escuchar a Alberto Salazar.

@AlfredoVaronaA 


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