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Terapia en el Mar Cantábrico

De viaje a Luarca, Asturias. Con un atleta que hasta en invierno recupera las piernas en el agua del mar. Retrato de David Fernández Ginzo, 41 carreras ganadas desde 2012.

No hay más remedio que la literatura, la calle melancolía. Un hombre que te cuenta que desde su casa escucha “el agua del mar, el viento o el ruido de los barcos cuando salen a la mar a las seis de la mañana”. Un hombre con un movimiento de cadera como el de los corredores que lleva ganadas 41 carreras. Un hombre domiciliado en Luarca, en la costa occidental de Asturias, donde le conocí en verano en una mañana nublada, incapaz de reunir a la gente en la playa. Sin embargo, él, David Fernandez Ginzo, estaba allí con las piernas metidas en el agua, esbelto de cintura hasta más no poder. Un retrato de atleta puro que procuró mi atención y, efectivamente, al acercarme a él, comprobé que David era como yo. Era atleta y tenía esa costumbre de recuperar las piernas en el agua fría del mar.  Aquel era uno de esos días, uno mas de su voluntad, las llaves de su psicología, “porque a mí esto me viene bien. Sé que es una manera muy primitiva de recuperar. Pero incluso en invierno, si la marea no lo impide, también meto las piernas durante un cuarto de hora en el agua”.

Sin embargo, hoy no ha sido posible. Hoy, es un día de enero y el mar está enfadado en Luarca. A estas horas de la noche, la lluvia empuja desde el cielo sin arrepentirse de nada. La lluvia, en realidad, no tiene edad en Asturias, donde aquella mañana  descubrí que David era un personaje interesante al que algún día pediría permiso para contar su historia. La de un atleta que ha bajado de 30 minutos por un segundo en 10 kilómetros; la de un hombre que memoriza el número exacto de carreras que ha ganado desde que empezó a competir en 2012. La de ese mismo hombre al que le costó “lágrimas dejar el ciclismo”, porque ése era su deporte hasta que no pudo seguir jugando de local. “Me faltaba tiempo y dinero”. De ahí que empezase a correr, donde tenía un antecedente (“de junior había ganado la San Silvestre de Navia”) y una duda. “Siempre padecí de las rodillas”.

Hoy, sin embargo, ya no hay cláusula frente a la duda para él, que aprendió a vivir así. “Hago una media de 90 o 100 kilómetros a la semana y reconozco que la mayoría son a una intensidad elevada. Pero esa es la idea que manejamos mi entrenador y yo y la que por ahora no nos va mal. Al final, somos esclavos de nuestros hábitos”.

“Más que un sufridor, soy un peleador que ha escogido esta forma de vida”

 Y, si hablamos de hábitos, debemos volver al agua helada, “a cuatro o cinco grados” que hoy no ha sido la del mar sino la de la bañera de su casa, “donde meto un par de sacos de hielo”. Y, en vez de una locura, ya es una alternativa, adoptada a su manera de ser. “Más que un sufridor, soy un peleador que ha escogido esta forma de vida”. Una bendición para él o para esa hija suya, esa niña diabética de once años, que le acompaña a cada carrera, imprescindible la fotografía como las cosas que no tienen precio y que demuestra que así es esto de contar historias o de encontrar a gente como David, que cada día “a las ocho menos diez ya está tomando el café en la misma cafetería, donde me cruzo siempre con la misma gente que está a punto de salir a trabajar al mar”. Y entonces él se declara un privilegiado. “Porque esa misma mañana yo la voy a poder invertir en entrenar”. Y eso que su vida, la de un hombre que se dedica a dar clases de pilates y gimnasia de mantenimiento a personas mayores, la de un autónomo que hace una media de 400 kilómetros semanales en coche para reunir un sueldo, no es fácil. La cuenta de resultados no siempre le da la razón.  “El autónomo cobra cuando puede y paga cuando le mandan. Pero, al menos, esta vida me deja tiempo para estar con mi hija o para entrenar seis días a la semana. Al final, el peor día de la semana es el día de descanso por mi naturaleza inquieta, incapaz de parar quieto”.

Luarca (en asturiano Ḷḷuarca) parroquia del concejo de Valdés, en el Principado de Asturias

  En realidad , hay que elegir una forma de ser.  “Al principio, pensaba que me sobraban corazón y pulmones para correr pero me faltaban piernas”. Sin embargo, los resultados fueron tan rápidos que descubrimos que en Asturias no todo es perfecto.  “Me llamaban ‘el dopado’ y yo me lo tomaba a broma. No le daba importancia. Me ofrecí hasta dejar un extracto de mi cuenta bancaria para ver que con el dinero que vale doparse yo no podía acceder a eso de ninguna manera”. Hoy, queda el recuerdo, varias tallas por encima del rencor, para David Fernández Ginzo que, a los 36 años, no duda de esta vida. “Al final, todos los fines de semana cogemos el coche”. El dinero es secundario, porque “nunca fue un objetivo. No se puede aspirar a lo que no depende de tí. He buscado en esto una vía de escape y la he encontrado para mí y para mi hija que ha empezado a correr. Y, aunque pueda ganar un dinero puntual, al final, se va ya sólo con el colágeno para que aguanten las rodillas. Porque aquí en Luarca todo es asfalto, hasta  la pista de atletismo más próxima está en Avilés”.

 Pero todo esto es vida, que ha de ser dura. No hay más que imaginar esta noche en Luarca: el agua que ya ha saltado por encima de los muros del puerto, la calefacción encendida o el sonido de esos barcos que actuará como despertador. La calle melancolía, en definitiva, la misma que nos convence que hay hombres como éste, David Fernández Ginzo, destinados “a amar esa incertidumbre”  que une al dorsal con el mar, la literatura tiene derecho.

@AlfredoVaronaA


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