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Salvemos al corredor popular

Esto es un llamamiento para alertar a la población de una preocupante realidad que nos azota como sociedad avanzada: el corredor popular está en vías de extinción. Los pocos ejemplares que sobreviven están bajo la seria amenaza de desaparición tras el surgimiento, auge e invasión de nuestro territorio de su variante anglosajona, la conocida a nivel comercial como runner. Y esto, señores, es un drama.

Erróneamente, se confió que la coexistencia entre ambos géneros de la familia Hommo Runnis era tan posible como plausible, ya que en apariencia son igual de inofensivas, pacíficas y desternillantes, pero el resultado no ha podido ser más desalentador para el equipo de investigadores, homeópatas y videntes que se ha encargado de seguir sus evoluciones.

La efusividad, ubicuidad y escandalera del runner unido a su conejera capacidad para la reproducción a gran escala (salen runners hasta de debajo de las piedras y de los anuncios publicitarios) ha engullido la armonía, el silencio y la vida asceta del corredor popular, hasta tal punto que muchos de éstos han claudicado reconvirtiéndose a la causa runner, otros tantos finalmente deliraron y se echaron a perder en el fango a grito de Au, Au, Au, y los pocos que han conservado su pureza de raza huyeron a más velocidad que la de sus propias marcas personales.

Cierto, debemos asumir que es parte de la selección natural, pero justamente por eso es necesario mantener vivo algunos ejemplares de corredores populares para poder ser estudiados a fondo y comprender el porqué de sus tan raros actos vitales, todos ellos en las antípodas de lo que conocemos a día de hoy como salir a correr.

Un corredor popular jamás fue un runner (aunque pringa lo mismo)

Lo primero que impresiona al ciudadano de a pie y al runner de pezuña negra acerca del corredor popular es que éste va a por faena y se olvida de los tan necesarios y trascendentales preliminares, como el de ponerse a rebuscar con alma de novi@ en pleno ataque de celos dentro del armario la camiseta de finisher de la prueba más dura en la que se haya competido (vale comprarla por Internet o que te la regalen en algún sorteo de RT y Follow de cualquier influencer tuitera), hacerla conjuntar con las mallas y medias compresivas más llamativas posibles, y acabar de rubricar el modelo calzando el último juego de bambas de dudosa fiabilidad (pero más promesas que las de una campaña política) y cargando un exoesqueleto compuesto por la más alta tecnología que te sirva para compartir fotos con todos esos hijos de #igers para dejar claro que correr no es realmente correr sino un acto de heroicidad a la que solo unos pocos cientos de millones de escogidos pueden acceder. Ah, y comunicar por cualquier altavoz disponible que se va a salir a mover las piernas… y si se puede, salir a moverlas. Tampoco nos pasemos, que eso sabemos desde hace un lustro que es algo secundario.

El corredor popular, dado su carácter huidizo y a la vez decidido, sale a pelo y anónimamente, con todos los peligros que ello conlleva, como el de acabar vistiendo una camiseta de tirantes totalmente raída y diseño de la época de Naranjito (o, peor, con una 100% algodón rollo “Una persona que me quiere fue a Benidorm y… y me odia a muerte”) y patearse las calles a bordo de unas kamikazes zapatillas a las que se les ha pasado su vida útil en más de 10 km (lo que significa que ya llevan a cuestas la escalofriante cifra de 11). Sí, viven muy al límite, y además resulta una desfachatez con sus correligionarios runners que salen a la calle con sus mejores galas esperando ser saludados, tal como indica el manual de las buenas costumbres del runner popular con síndrome de saludo borbónico.

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El corredor popular, el único animal sin perfil de Facebook

Es una especie pre digital o, lo que es lo mismo, gente sin vida a la que no se le debería tener el más mínimo aprecio. Capaces de memorizar los tiempos de paso sin necesidad de que la dictadura de un reloj se los vayan dictando y a la vez incapaces de corregir a los jueces cuando un circuito hace 100 metros de más, según San Garmin, calcular el drop de cualquier zapatilla a 200 km de distancia o contar las calorías del último trozo de tofu que queda en el plato.

Una particularidad muy llamativa al ser la única especie del reino animal que no ha sabido, o no ha querido, adaptarse a las redes sociales. Los gatos comandan con puño de hierro Tumblr, los perros son los reyes del Gif, las nutrias dominan el sector meme, Antonio Orozco canta a 350 embriones que en nada serán enviados a Guantánamo para intentar olvidar semejante calvario, y los runners tienen el don de la ubicuidad, hasta el punto de verlos colgar sus entrenamientos en Tinder (y no comerse una rosca) o pasarse horas dándole vueltas a su bio de twitter. En cambio, el corredor popular y su extrañísima tendencia a ser cero protagonista, a abocarse a la humildad y la reserva, se prodiga muy poco y mal en las redes sociales.

Y ya por no hablar de sexo. Ahí la distancia que separa al runner del corredor popular es más ancha que el agujero de la deuda griega. Mientras el runner alcanzan el climax compartiendo sus resultados con el resto de la población mundial, lo que mundanamente se conoce como contarle al pueblo con quién te has acostado, el corredor popular muestra una tendencia ilógica en sostener el orgasmo mientras ejecuta el acto, esto es, mientras da rienda suelta al mecanismo de sus piernas. Disfruta corriendo, qué cosas. Sin duda, son de la escuela de la retroeyeculación de Sánchez Dragó y Sting.

La tortuosa convivencia del corredor popular entre runners y maleantes 

La búsqueda de ejemplares de ésta especie tan venida a menos es, por desgracia, de lo más dificultosa: al ser alérgicos a los GPS y a colgar sus entrenamientos en las redes sociales, por no sabemos que chorrada zen de “vivir libre y en armonía con la naturaleza”, su localización se convierte en una misión casi imposible.

Solo queda hacer batidas a horas intempestivas por algunos senderos de montaña bautizados con temibles nombres como el de “Quebrantahuesos”, “Segunda temporada de True Detective” o “El himen restaurado de Leticia Sabater”, registrar de cabo a rabo polígonos destartalados dignos de un capítulo random de ‘Callejeros’, o acercarse a alguna de aquellas carreras de barrio con participación limitada a los sospechosos habituales, o sea, a los de su propia especie.

Y es que otras de las peculiaridades del corredor popular es su marcada eclonofobia, un súbito pánico a las multitudes que muestra sus primeros síntomas cuando, en una carrera donde ellos eran hasta ese momento el foco de atención comienzan a pulular, según su descarriada mente, vecinos insufribles, cuñados gorrones y compañeros de trabajo traidores, todos ataviados como si fueran un lienzo de Pollock, el primer razonamiento que musita nuestro preocupante ejemplar es un “En mis tiempos…”. Luego viene la batallita, el cabreo y, finalmente, el boicot: marcar con tiza una cifra redonda para definir cuando una prueba mítica ha perdido el norte. Y adiós, muy buenas.

Cuando acaba por error en una carrera multitudinaria y temática de nuevo cuño se puede diferenciar perfectamente al corredor popular del runner, ya que el primero se ve inmerso en un estado total de inconsciencia, desorientación y catatonia producido por la acumulación de colores destelleantes, griterío ensordecedor y sensación de agobio mayor que el de las empresas de destrucción de datos tras una debacle electoral, que lo asemeja a un viaje tripero chungo.

De ahí a las preguntas existenciales solo media un mal paso y una peor competición: “¿Qué demonios te he hecho para que me tires Cola-cao de colores a la cara?” “¿Por qué la gente rechina más que en la matanza del cerdo?” “¿Qué demonios es un selfie y por qué nadie corre?” “¡Cuánto cronopio suelto, joder!”. Sí, da mucha grima verlos totalmente descolocados y fuera de lugar. Ahí comienzan sus problemas y el camino a la perdición, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos.

Atrápalo antes de su extinción

Por eso es muy importante que si alguna vez os encontráis con algún ejemplar desamparado, primero de todo evitéis cualquier comunicación en la que se incluya expresiones del tipo “No pain, no gain” y semejantes burradas filosóficas dignas de un libro de Risto Mejide. Huirán.

Lo segundo es que no intentéis ganaros su confianza a base de geles energéticos ni bebidas isotónicas, ya que su sistema digestivo es diferente al del resto de mortales (por eso es tan necesario su estudio en profundidad): sobrevive a base de agua (sí, lo sé, nadie sobrevive a base de agua, eso es muy siglo XX), cerveza y platos combinados.

Y por último, avisad a las autoridades… Aunque si os da mucha pena, y esto que quede entre nosotros, dejad que vuelen libres por esos montes de Dios, que no tienen la culpa de ser tan especialitos e indignos de las marcas comerciales.

@dabitjg


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