Inicio Entrevistas La retirada 'sui géneris' de Chema Martínez

La retirada 'sui géneris' de Chema Martínez

chema martinez
A los 46 años, sigue viviendo como un atleta de élite. “He llegado a mear sangre del esfuerzo en el desierto”. Y sigue siendo el embajador mundial de la fruta, capaz de comer “3 rajas de melón, 6 mandarinas, 3 ciruelas, 2 plátanos y una manzana” en la hora que duró esta conversación. 

No fue un solo día, pero hay días que no se deben olvidar como aquel de Hamburgo en 2012. Tenía 41 años y buscaba sus últimos JJOO en el maratón. Tenía hasta motivos para pelear la mínima. “Acababa de hacer 62 minutos en la media de Santander. Pero en Hamburgo, mientras lo intentaba, se me fue a romper la fascia. Y fue un dolor que no sé ni cómo describir…  Pero desde el coche mi entrenador Antonio Serrano me animaba y me decía, ‘vamos en tiempo, Chema, vamos en tiempo’ hasta que vio que no, que nos íbamos a 3’30” y que no, ‘para, para que se nos ha ido’ y yo paré pero volví a arrancar, ‘dime que lo voy a conseguir, Antonio, dímelo, por favor, dímelo'”. Un grito desesperado, maltratado, sin embargo, por el destino que esa vez no hizo caso a Chema Martínez (Madrid, 1971). Hoy, cinco años después, parece que pasó un siglo. Él ya no es el hombre de la cabeza rasurada y hasta interpreta que “el pelo forma parte de mi madurez. Ahora, me gusta verme así y el día que empecé a dejarlo crecer me dije a mí mismo, ‘Chema, es que tus hijos no te conocen con pelo'”.

Sin embargo, la nostalgia de ayer no existe. El pasado ya quedó olvidado. No me gusta pensar en lo que hice y hasta quiero pensar que lo mejor está por llegar a mi vida“. De ahí que esta conversación alimente esa sensación en la que él, un hombre que va a cumplir 46 años, sigue entrenando mañana y tarde, una media de 150 kilómetros a la semana. “Mi manera de vivir ha variado muy poco. Sigo llevando el cuerpo al límite y no me cuesta motivarme para hacer series porque esos son los días que necesito. Son los que más me gustan y en los que ya no puedo hacer los 12×1.000 a 2’40” que hacía antes. Pero sí me pueden salir 10 miles entorno a 2’50”. Y me lo dejo todo. Me sigo dejando todo en las carreras que hago sea en la montaña, en la jungla o en el desierto. Sin ir más lejos, en el maratón de Sables puedo contar que llegué a mear sangre del esfuerzo. Cuando me presenté en la tienda de campaña sentía sensaciones como si tuviese una infección de orina. La gente me decía, ‘no dices nada, estás callado, ¿qué te pasa?’, pero es que yo no podía decir ni qué me pasaba”. 

 Y no cree que sea irresponsable, “sino el ADN de atleta de nivel” que sigue viviendo en él, en su carácter y en su dormitorio, con la única diferencia de que ahora sí puede tomarse una palmera de chocolate, “y disfrutarla hasta el último mordisco” y de que ahora tiene multitud de compromisos que, a partir de las nueve, cuando deja a sus tres hijos en el colegio, aterrizan en su vida. “Cuando preparo una conferencia me pasa como cuando corro: soy un inconformista enfermizo, soy un perfeccionista atroz  Es más, me doy cuenta de que en las conferencias también se puede ganar o perder y no quiero perder. No quiero defraudar ni defraudarme”. Quizá porque uno siempre es un reflejo de su pasado y en este caso el pasado tiene pinta de monumento. Al fondo se mueven 160.000 kilómetros en las piernas y 18 años de atleta de alto nivel que tal vez lo licencian para hablar de la vida. “Sobre todo porque, a medida que veía que se acababa mi vida en la élite, lo sentí claro, ‘Chema, tienes que establecer las bases para tu segunda vida, y esto va a ser igual o más difícil que preparar unos JJOO’. Por eso la dificultad no me sorprende. Al contrario. Me gusta para vivir, la necesito para diagnosticar la realidad o para hacer las paces con los malos momentos”. 


“La vida del atleta es la más fácil que existe: sólo te preocupas de descansar para entrenar al día siguiente”

 Quizá por eso no le importa envejecer ni esas canas, que cada día se manifiestan con menos timidez (“la única diferencia es que en Instagram no se ven”) y que recuerdan que ya es imposible volver a la plata del Europeo del maratón de Barcelona. “No podía dejarla escapar y no lo hice”. Y en el transcurso no se le hizo difícil convivir con tanta ambición. “La vida del atleta es la más fácil que existe: sólo te preocupas de descansar para entrenar al día siguiente”. Sin embargo, ahora cada día que se levanta a las 7.30 de la mañana, “prepara los desayunos, peina a la pequeña,  la agenda, mi propia agenda…, ya no todo es tan matemático. Sin ir más lejos, hoy vengo de dar una conferencia en Zaragoza a jóvenes emprendedores que, si vienen a escucharte, es porque esperan algo diferente de tí. A lo mejor, ayuda para solucionar un problema, un mal día o lo que sea”. Y entonces se impone la banda sonora de Chema Martínez, que se acuerda de sus años jóvenes en los grandes campeonatos, en la zona de calentamiento, “donde descubría la intimidad de los atletas que es como la intimidad de los hombres. Y, sobre todo, al principio, en aquel Mundial de Sevilla 99 me quedaba mirando y no dejaba de mirar a Tergat, a Gebresselassie… Lo recuerdo como si fuese hoy. No sabía hacer otra cosa que mirar lo que hacían ellos y no me quedó tiempo a mí para hacer nada”. 

Chema Martínez embajador mundial de la fruta   El tiempo no siempre acaba con la inocencia, “porque toda la vida he pensado ‘lo que disfrutaría la gente si pudiese estar en una cámara de llamadas, esa es una parte del atletismo que no se ve en la que están prohibidos los móviles, la música… Es el atleta consigo mismo. Y si tú estás ahí intentas mirar cosas para incorporarlas en tu día a día. Y yo siempre me acordaré de aquellos rituales de baile que hacían los etíopes siguiendo a su líder, que no era técnica de carrera ni nada. Pero era un caso de movilidad articular como no he vuelto a ver ni veré más en mi vida”. Hoy, en realidad, es el legado del tiempo que también le traslada al Mundial de Osaka 2007, ocho años después de Sevilla, “donde aprendí de los fisioterapeutas norteamericanos lo que no olvidaré nunca. El clima era insoportable en la calle y ellos incorporaron un masaje previo a la competición, con jabón y hielo para bajar un grado la temperatura de las piernas. Y ahí, en medio de todo ese agobio, lo entendías mejor de lo que yo pueda explicarlo ahora”. 


“Si haces una recta en la zona de calentamiento, procura que tus rivales te vean bien”

 Hoy, el premio es contarlo o escucharlo sin desconcierto. “Me gusta que la gente me vea como un espejo”, admite. “He visto tanto atletismo. Pero, sobre todo, he aprendido que, si haces una recta en la zona de calentamiento, procura que tus rivales te vean bien; que si haces una mirada que esa mirada dé miedo porque eso te va a airear a tí y les va a preocupar a ellos”. La pena entonces es que Chema ya no pueda regresar al pasado.  “Pero no sea crea. Tampoco. Lo que pasó ya ocurrió y no sé qué me puedo reprochar… Puse tanta pasión… Quise tanto a cada kilómetro que hacía o a cada kilómetro que hago... Fui tan perfeccionista y aun así no dejaba de formarme, porque sabía que, si no te formas, el día de mañana iba a sentirme fuera de la sociedad. Y para no preocuparme por ese momento me dedicaba a estudiar, a formarme”. Y, aunque hoy sea tan difícil imaginarle en una oficina cumpliendo un horario, asegura que “tampoco me daría miedo. Creo que podría hacerlo, ¿por qué no?”

 “En realidad, podemos hacer tantas cosas… ¿Quién me iba a decir que iba a hacer todas esas locuras de ahora en el Trail, a recorrer 100 millas, a hacer 8 horas y 25 minutos en el desierto o a tratar de tú a tú a los marroquís?”, insiste Chema en una conversación que sería imposible de describir sin el plato de fruta con la que amaneció en la mesa y que ahora ya es historia, alojada en su estómago, “tres rajas de melón, seis mandarinas, tres ciruelas, dos plátanos y una manzana”. Porque sigue siendo un fanático de la fruta que “en mi caso, con el desgaste calórico que hago, no tengo problemas de que me suba el azúcar. Pero sí es verdad, sí, hay madres que me paran por la calle y me dicen que soy una motivación para que sus hijos coman fruta y hasta mi misma madre me dice: ‘Chema, es que tú de pequeño ya eras así'”.  Así que su relación con la fruta es tan imprescindible como ese desafío perpetuo al que somete su cuerpo y que nos ha traído hasta aquí, la retirada ‘sui géneris’ de Chema Martínez, la segunda parte de un hombre que, por lo visto, no tiene miedo a las arrugas. La fotografía empeorará, pero él mejorará. 


Se imagina que todavía podría hacer “2h14’59” en un maratón “si encontrase motivación perfecta para volver al asfalto”. 

 “La gente se piensa que yo nunca me lesiono. Pero preparando las 100 millas de Tajo tuve una caída por la que me tuvieron que poner una placa con nueve tornillos de titanio en la mano. La suerte es que me caí a las dos menos diez y a las seis de la tarde ya había pasado por el quirófano y pude llegar a esa competición”. De ahí que el atleta siga siendo inseparable del hombre, el mismo que todavía “tolera con decencia un rodaje con Javi Guerra. La diferencia a mi edad ya está en las recuperaciones”. El mismo que asegura que todavía hay mucho Chema Martínez por conocer. “Una cosa es la exposición mediática y otra soy yo, a solas, por ejemplo, frente al ordenador”. O el mismo o que se imagina que todavía podría hacer “2h14’59” en un maratón “si encontrase motivación perfecta para volver al asfalto”. 

 Pero en un hombre así, incapaz de jugar al azar, lleno de suspense a los 46 años, la motivación se guarda la última palabra. “Siempre he pensado que mis hijos serán un reflejo de lo que ven en casa”, explica con esa voluntad que cada día regresa a su vida, a partir de las 7.30 de la mañana, en la que nunca se sabe lo que va a ocurrir. Y entre las cosas que pueden pasar hay que respetarlas todas como que pueda narrarse una salida de 30 kilómetros en bicicleta con su hijo Nico, el mediano de 11 años, capaz de hacer ya 1’49” en 600 metros corriendo. “Tiene una genética infinitamente mejor que la mía, es un purasangre”. Y eso también es parte del futuro y hasta puede ser algo más valioso que una apuesta: el anuncio del heredero. Así que apunten este día en la memoria por si mañana hace falta, la siguiente generación de un hombre, Chema Martínez, cuya biografía pronostica lo imborrable y, muy especialmente, la pasión con la que hoy empleó cada palabra como si fuese un diamante.  

@AlfredoVaronaA 


Suscríbete a nuestro newsletter

Recibe en tu correo lo mejor y más destacado de LBDC

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí