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La mujer es sabia

Una leyenda, Carme Valero, acompañada de su hija, para premiar una carrera, los 261 wm, que nacen el 8 de octubre en Madrid, en versión original. “Si no puedo terminar corriendo lo haré caminando”, dice Carmen, que fue doble campeona mundial de cross en los setenta.    

Su hija, que tiene 34 años, que nació el mismo día que ella (4 de octubre) y que ahora está de luna de miel en Bangkok, es la persona que este mito viviente, llamado Carme Valero, ha elegido para que le acompañe el domingo, 8 de octubre, en los 261 wm de Madrid. Un espíritu que, a los 61 años, ella, que fue lo que ninguna otra atleta ha sido para el atletismo español, encarna con la misma serenidad que la vio nacer y hasta desafiar a aquel miembro de la Federación nacional de atletismo que, en su primer Mundial de cross, se refirió a ella y a todas sus compañeras como “esas culonas y pechugonas, las españolas”. Hoy, ese recuerdo sólo forma parte de sus memorias, que deberían estar acompañadas por la misma banda sonora que Vangelis hizo para ‘Carros de fuego’ para emocionarnos a su lado, para recordarla en lo más alto de aquel podio de Chepstow (Gales) o para explicar a su padre. Aquel hombre que murió a los 56 años y que Carme venera en versión original. “Él era el que me llevaba a la parada del autobús y me recogía a las diez de la noche. Hacía todo lo que un padre puede hacer por una hija”, explica perdido ya el miedo a lo inolvidable, el paso de los años. “Siempre que llegaba a casa él me preguntaba, ‘¿qué tal fue?’ y, si podía, si el trabajo le dejaba, siempre venía a verme correr”.


“Mi ventaja es que yo disfrutaba cada entrenamiento, lo vivía con la misma pasión que los demás viven la competición y respetaba el ejemplo de mi padre que nos educó en la disciplina”.

El precio hoy es esta magnífica biografía de Carme, una invitación a pegarla un abrazo que podría durar toda la vida y en el que ya ni siquiera molestan los malos recuerdos. “He sabido ser feliz y creo que lo he logrado”, agrega ella, que nunca tuvo miedo a romper moldes porque entonces no hubiera sido ella misma, la niña criada en medio de los bosques de Cerdanyola, que se encariñó con la palabra victoria como si fuese una caja de bombones. “No se trataba de ganar, sino de llegar antes, y como era yo la que casi siempre lo lograba, me convertí en la jefa”. El encanto despertó a la atleta, que fue como una apisonadora. Su lenguaje descubrió que “la presión no merecía la pena” y sus piernas probaron que las mujeres también podían llegar al fin del mundo. “Si había que hablar de presión no había nadie que me pudiese presionar más de lo que yo me presionaba a mí misma”, insiste Carme. “Pero mi ventaja es que yo disfrutaba cada entrenamiento, lo vivía con la misma pasión que los demás viven la competición y respetaba el ejemplo de mi padre que nos educó en la disciplina. Si había que estar a las siete en casa estábamos a las siete, ni un minuto más tarde”. Por eso hoy reivindica que no hay nada más bello que una infancia en la calle, algo que ya no existe y que entonces tan natural. “Pero eran otros tiempos. Mi madre, por ejemplo, nunca trabajó. Siempre se dedicó a mí y a mis tres hermanas”.

Carme, sin embargo, fue una adelantada a su época, capaz de sacar brillo al sacrificio uniformada de atleta. “Yo llegue a competir, a estudiar y a trabajar, a hacer las tres cosas a la vez. Pero del esfuerzo una aprende que todo tiene un precio y hasta te satisface, si te gusta lo que haces”. Por eso conviene escucharla e interrumpirla lo menos posible a ella, prejubilada desde hace dos años, cuando cumplió los 59. “Llevaba 39 años de vida laboral”, exclama. “Comencé en la tienda de Molins, mi entrenador, de dependienta, porque una entonces ya tenía unos gastos, las zapatillas de clavos valían un dinero y no se trataba de pedirlo en casa”. Luego, después de estudiar Comercio, empezó a trabajar en un banco, lo que la invitó a reinventarse, esa palabra que hoy nos parece tan moderna y que entonces ya existía. “Si empezaba a trabajar a las ocho de la mañana, me iba a entrenar a las seis, y no me quejaba, porque me gustaba. Me gustaba entrenar y me gustaba lo que hacía en el banco. Por lo tanto, no parecía justo que le pidiese más a la vida”


 “Ahora ya no es como en mi juventud: ya no hay prisa por llegar a la meta”

Su vida viajó hasta los Juegos Olímpicos de Montreal 76. Sus sueños estaban autorizados, “porque yo iba francamente bien”, promete, “y si no hubiese sido por el empujón de aquella atleta alemana en los últimos 150 metros no sé hasta donde hubiese llegado en el 1.500”. Pero quizá ya no tenga valor regresar al pasado, pensar en lo que pudo haber sido y no fue o sacar a Carmen Valero de la magnífica salud que muestra en esta conversación en la que sólo le falla el pie. “Estoy en plena recuperación. Me han operado del tobillo y ahora tengo que coger fuerza y recuperar el ángulo. Pero no teman, porque estaré lista para la carrera 261 wm. Y si no la puedo terminar corriendo la haré andando. Ahora ya no es como en mi juventud: ya no hay prisa por llegar a la meta”, ironiza ella, merecedora de que los tiempos hayan cambiado.  “Tengo una edad y una rodilla bastante destrozada que no soporta bien los impactos. He encontrado una alternativa en el gimnasio y en la natación”.


 “Supe esperar. Supe llegar hasta el final. Hasta que gané mi primer Mundial de cross pasé por todas las etapas”

En realidad, la inteligencia es como la paciencia. De hecho, Carme fue un ejemplo de paciencia en aquellos años setenta que nos dejaron esas fotografías en blanco y negro. “Entonces también había competencia. No era lo de ahora que te presiona el sponsor, te presiona la Federación, te presiona la necesidad de hacer la mínima... No sé cómo hubiese sobrevivido yo a todo esto. Pero sí sé que en mi época no tenía miedo a nada ni siquiera al pasaporte que entonces era como el servicio militar para las atletas. Te examinaban hasta de política para dártelo antes de salir a competir fuera. A veces, hasta te suspendían”.

El premio hoy es el recuerdo que sirve como herencia. “Supe esperar. Supe llegar hasta el final. Hasta que gané mi primer Mundial de cross pasé por todas las etapas: en el primero fui la 31; en el segundo, la 25 y en el tercero, en Monza (Italia), en el que vino a verme toda la familia, fui la novena. Después, ya lo logré. Pero lo que pretendo demostrar es lo que me costó llegar hasta ahí”. Uno de esos alegatos del pasado del que Carme recuerda “esas series de 5.000 en la pista de ceniza a las que yo, acostumbrada a correr por bosques, me costaba encontrarlas el sentido”. Hoy, todo eso reposa en esa libreta suya en la que apuntaba cada detalle y que se ha comprometido a enseñarme algún día. Pero, mientras tanto, no encuentro otra frase más sabia de despedida que la que tantas veces le repetía Josep Molins, su entrenador, en la soledad de aquellas de los entrenamientos: “Carme, tú no fallas nunca”.

@AlfredoVaronaA 


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