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La generación de Ben Johnson quiere volver a creer

Yo fui un ser marcado por los Juegos Olímpicos. Bueno, yo y casi una generación entera de críos que era capaz de sacrificar tardes de piscina y playa para ver por la pantalla el que es sin duda el evento más icónico del deporte y el mayor show audiovisual que existe (no, Gran Hermano no existía… y no por eso la tele era mejor, sencillamente era el reflejo de su época).

Yo y toda una generación fuimos marcados por el butrón de Ben Johnson, tanto que aún hoy arrastramos las secuelas: una mezcla entre la ilusión efímera del triunfo de la conquista de lo desconocido que acaba convirtiéndose en escepticismo cada vez alguien protagoniza una gesta deportiva que humanamente parecía imposible. Nos encantaría creer en todos y cada uno de los atletas pero fruncimos el ceño con esas heroicidades con las que no encantaría deleitarnos.

Yo fui muy de Ben Johnson y su mentira me dolió tanto como la de los Reyes Magos, la del Último Guerrero, la del te quiero como amigo y la del nos gusta tu currículo, ya te llamaremos.A los pocos segundos de celebrarlo por todo lo alto no podemos contener una sensación de desconfianza producto de que una vez nos hicieron daño... y luego se repitió esa mentira, constantemente con otros nombres y otras miles de excusas, extendiéndose la gangrena hasta el mismo estamento que dirige con puño de hierro y rico soborno los propios Juegos.

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Seúl 1988 (Photo: The Telegraph).

Ben Johnson no fue ni el primero ni el último tramposo (la historia del todo vale en el deporte, hasta rozar la drogadicción en algunos casos, viene de lejos) pero sí que su figura fue clave para crear el mediático villano del dopaje. Pero si de algo sirvió su ejemplo, quizá en exceso, fue para abrirnos los ojos y descubrir que tras de las bambalinas, los cuentos y el incuestionable peso de la ley el mundo podría estar podrido (y, no lo voy a negar, eso más tarde hacía el mundo mucho más interesante). Que había un relato extendido más maquillado que las crónicas de los runners tras una fatigosa carrera y más sórdido que una nevera con bolsas de sangre bautizadas con nombres de canes. El mundo era una obra de teatro basada muy levemente en hechos reales, tan levemente que estaba más cerca de Pressing Catch que de un documental de La 2. De ahí a hacerte la cresta solo mediaba un paso decidido (y algo de cultura outsider).

(…) Sabemos que a pesar de los tramposos siempre habrá gente que haga de la honradez y el sacrifico su único camino para intentar alcanzar un éxito.

Y aún así, aquí nos encontramos, yo y toda una generación de eternos críos postrados cada cuatro años delante de la tele (o, con suerte, dentro de un estadio) intentando que esta vez sí, esta vez el espíritu olímpico nos cale hasta los huesos. Queremos creer, y al menos durante algo más de dos semanas creemos como si fuéramos aquellos renacuajos que vitoreaban a ese correcaminos que era capaz de hacer hincar la rodilla al mismísimo hijo del viento, porque sabemos que a pesar de los tramposos siempre habrá gente que haga de la honradez y el sacrifico su único camino para intentar alcanzar un éxito que ya tienen ganado antes de ponerse a competir: el de tener la conciencia limpia y el de no callar las injusticias. Y solo por eso,los Juegos Olímpicos son las algo más de dos semanas más maravillosas del mundo. Al menos para un crío que aún se cree el mundo.

@blogmaldito


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