Inicio Carreras Populares La 2ª carrera de Mercabarna: correr, comer, vivir

La 2ª carrera de Mercabarna: correr, comer, vivir

El domingo Mercabarna celebró su segunda carrera popular. El mercado central de Barcelona se había estrenado el año pasado con una carrera destinada a dar a conocer qué se hace en esta pequeña ciudad por la que pasan millones de toneladas de alimentos, una carrera pensada para ser popular, en la mejor acepción del término y para recaudar fondos contra la malnutrición infantil.

El resumen de los resultados se cuenta rápido: la II Cursa de Mercabarna la ganaron, en 10 kilómetros, Joan Manuel Álvarez y Eva Pupim, mientras que los 5 km fueron para Benito Ojeda y Miriam Ortiz. Nubes que parecían prometer chirimiri, pero sol de castigo al correr entre los edificios de esta ciudad de la alimentación. Dos mil corredores –el máximo que puede circular con fluidez por los pasillos de los pabellones- y una recaudación de 3000€, destinados a la campaña de Cruz Roja “Démosle la vuelta al plato”, en la que –entre otras cosas- se trabaja para alimentar a niños en riesgo de exclusión social. Pero aunque los resultados son la carrera no son toda la carrera.

A las nueve de la mañana salgo de la flamante nueva línea 9 del metro frente a las puertas de Mercabarna. Un día de diario, hasta 23.000 profesionales las cruzan para comerciar con el 90% del producto fresco que come Barcelona. Desde los establecimientos más lujosos hasta los hogares más modestos, casi todo el pescado fresco, la carne, la fruta o las verduras que se cocina en la ciudad ha pasado por aquí. Hoy nadie lo diría: es domingo y la mayoría de paradas estarán cerradas. Uno de los pabellones dedicados a la fruta sirve de feria del corredor. Los bares son muchos y, ellos sí, están abiertos. Han venido familias enteras, porque de los 4000 asistentes a la carrera sólo tomarán parte en ella la mitad. La otra mitad los esperará durante el recorrido o tomando algo en alguna de las mesas que se han dispuesto en el exterior, junto al podio, o acompañando a los niños en alguno de los treinta talleres y actividades que se llevarán a cabo sobre alimentación. Vamos a correr tarde, a las once, y cuando ocupo mi puesto en el último cajón de los cinco kilómetros, el aire ha comenzado a oler a sardinas a la brasa.

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Hace dos años que no voy a una carrera, y me he decidido en el ultimísimo momento (dorsal 1835). He vuelto a correr este verano, y mis expectativas no pueden ser más bajas. Incluso en el pasado, en mi hipotético mejor estado de forma, creo que nunca terminé una carrera sin que me pasara por delante algún niño. Sé que en algún momento veré pasar ante mi los culos de las primeras liebres de la carrera de 10 km, sin remisión. Y no pasa nada. El escritor John Bingham, padre espiritual de los que corremos en el último cajón, se autodenomina “el pingüino”. Nunca supe el por qué de este apodo hasta que me vi entrar en meta en el vídeo de una carrera nocturna en Bilbao, golpeando el suelo con los pies planos como si me hubiera escapado de un documental de National Geographic sobre el Ártico. Pero es que no por manido el tópico es menos cierto: los corredores competimos contra nosotros mismos, y yo tenía a mi peor rival en las ganas de quedarme en la cama. Así que me pongo los cascos y me dejo guiar por la multitud.

Salimos, como siempre, demasiado deprisa. Me gusta correr con música, casi siempre con una de las mismas playlists, como un niño al que le gusta que cada noche le cuenten la misma historia. A base de oir una y mil veces la misma secuencia de canciones, interrumpida de vez en cuando por el sonsonete de la aplicación del móvil, he aprendido también a ir escuchando a mi cuerpo y sus ritmos. Estoy rodando un minuto por debajo del mi ritmo habitual, pero estoy entretenida mirando a mi alrededor. Aunque chispeaba a la salida, ha comenzado a hacer calor otra vez. Cruzamos pasillos vacíos, en los que se alinean cajas de fruta apiladas hacia el cielo, murallas de verduras. Algunas paradas han abierto, y están iluminadas, y sus trabajadores nos saludan, y los dejamos atrás. En mi grupo nadie recorta en las esquinas. No somos tan ingenuos como para creer que eso iba a hacernos tener un tiempo presentable.

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En el pabellón del pescado la temperatura es agradable, aunque el olor lo sea menos. En las largas avenidas veo de lejos la cabeza de la carrera de 10 kilómetros alejarse y acercarse a mí otra vez. En el kilómetro cuatro el tobillo izquierdo decide dolerme. Y me duela mucho, como si tuviera algún tipo de lesión horrible e irreversible que nunca más me permitirá practicar ningún deporte. Me ajusto la zapatilla, ando requeante durante unos cien metros y de repente el dolor se va tal y como ha venido. Me ha adelantado mucha gente, y tengo la meta a la vista. Llego, y he mantenido el ritmo de la salida con menos esfuerzo del que esperaba.

Hacemos cola para abastecernos de agua, y las familias vuelven a reunirse. Muchas han quedado en la hilera de asientos que hay para despojarse del chip blanco. Otros han quedado para recoger la bolsa del corredor.

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Cada uno de los participantes de la 2ª Cursa de Mercabarna recibe como obsequio un kilo de cebollas, otro de naranjas, una piña, una bolsa de medio kilo de patatas para hacer al microondas, dos salchichas de frankfurt de una marca alemana, y una ensalada con jamón de york y queso, además de varias piezas de fruta al azar. Ni rastro del caldo-que-está-en-todas-las-carreras ni tampoco de las habituales muestras de linimento. Todo fresco y todo del lugar. Yo no he visto ninguna bolsa mejor, si exceptuamos quizás aquélla en la que nos metieron saldos de una editorial y a mi me tocó –no me lo estoy inventando- una biografía de Pablo Escobar.

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Y luego está la comida popular. El exterior de los pabellones se ha convertido en una suerte de merendero. Butifarras y sardinas complementan al pan con tomate y al helado de cucurucho. Sorteos de (más) fruta entre los participantes y entrega de premios. Entre mayores y pequeños se respira un ambiente festivo y al mismo tiempo, casero y conocido. Comemos cada día y corremos casi igual de a menudo. Aquí está gente con marcas que quitan el hipo, de establecimientos con estrella, y estamos los de la cola. Porque en la carrera, en el mercado que nos abastece, ahí está nuestro sustento. Y hoy toca celebrarlo.


Resultados Completos

Fotogalerías de la carrera 


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