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El Whattsap de Antonio

Mechaal se quedó a 18 centésimas del bronce en 1.500 | AFP
18 centésimas alejan a Mechaal de la felicidad completa hasta que su entrenador, el mítico Antonio Serrano, pone las cosas en su sitio

Al final, fueron 18 centésimas que me parecen imposibles de explicar sin una disculpa. Al menos, del destino que puso enfrente al noruego Ingebrigtsen, que fue como una muralla en esa última recta o en ese último esprint en el que se demostró que no todas las carreras se ganan en la calle interior. A partir de hoy ya no lo olvidaremos nunca. Pero tampoco olvidaremos que así son las cicatrices o las debilidades del atletismo. No podía ser perfecto este deporte, inexplicable a veces como un Cadillac sin frenos, honesto en la victoria y en la derrota, tan impactante esta vez que nos ha dejado descolocados. Tenemos un problema. No sabemos si dar el pésame o la enhorabuena a Mechaal.

Así que pónganse en mi caso ahora mismo. No sé ni lo que escribir. La duda no se pone de acuerdo. Me niego a relatar la crónica de una carrera que ya han relatado otros bastante antes que yo. Me niego, incluso, a acusar a Ingebrigtsen porque en su caso usted o yo hubiéramos hecho lo mismo. Y me niego a pensar que esto ha sido un final feliz porque los finales felices sólo son esos tipos a los que se fotografía en el podio con unas caras de felicidad que insinúan que ése puede ser el mejor día de sus vidas. Pero esta vez no y la prueba fue la entrevista que concedió Mechaal a la televisión nada más acabar y en la que no disimuló la fortaleza de un hombre herido: escuchando a los demás se descubre lo realmente importante de las cosas.

Y no, aquí no hay medalla en 1.500 que pueda contradecir esta versión ni perdonar a la tristeza. Una tristeza que mide 18 centésimas y que no se valorará con una de esas medallas que duran toda la vida porque le cambian a uno la reputación y la decoración del salón y porque, además, hubiera sido la única manera de que esta noche de Londres se hubiese prolongado hasta el amanecer para el entorno de Mechaal, incluídos los abogados, muertos todos de éxito, como sueñan los hombres que saben lo que quieren.

Pero, miren, mientras estoy escribiendo todo esto, entre esos trozos de escepticismo, acaba de avisarme el teléfono. Se trata de un Whattsap de Antonio, Antonio Serrano, el entrenador actual de Mechaal, ese viejo dinosaurio de 52 años  que hace nueve, en los JJOO de Pekín 2008 se quedó en esta misma distancia a 28 centésimas de la medalla olímpica con Higuero. Y al leerlo me parece advertir que  ese Whattsap es bastante más práctico de todo lo que yo llevo escrito. “Muy bien. Muy contentos. Cuarto del mundo con el año que llevamos”, relata y lo cierra con unas exclamaciones que parecen el vivo retrato de la felicidad o, como mínimo, la manera de  ajustar cuentas con ella. Quizás porque hay cosas que 18 centésimas tampoco pueden impedir y que para cerrar esta historia también me hacen recordar lo que decía Eduardo Galeano, el escritor uruguayo cuando se refería al éxito como “un gran impostor”.

@AlfredoVaronaA 


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