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Carta al Maratón

Aquí, un  hombre anónimo, Jesús Corral Torres, que refleja la agencia de viajes del maratón o la motivación de volver a intentarlo once años sin resignarse a bajar de las tres horas. “Está bien que nos llamen locos; en parte lo somos”. 

Si todos tuviesen miedo no existiría la tranquilidad. Los impacientes no tendrían a quien admirar y tampoco habría historias como éstas. El protagonista es él, el maratón, encarnado en un atleta de carne y hueso: un hombre canoso, que ya cumplió los 50 y que no emigró a aficiones más cómodas. Tiene esa paciencia y sus piernas resisten como si fuesen los dedos de un poeta. Así que él hoy actúa como algo más que una historia anónima. También es un fiel exponente de que esta no es una afición para perturbados; de que las fotografías  son magníficos recuerdos y de que haber sido un futbolista mediocre no le impide a uno ser un atleta tardío.

De ahí que hoy yo me sienta libre para aterrizar en su mundo, para situarme a su lado en la pancarta de salida y para explicarle a él, Jesús Corral Torres, que cumple el retrato de maratoniano indomable.  Sin ir más lejos, este mes acaba de venir de correr en Lima en Perú. Mañana, después del verano, será en Varsovia y el objetivo, ese objetivo que se perpetua de bajar algún día de las tres horas, volverá a pedir permiso a él, a su mujer, Marisa, y hasta a sus dos hijos las veces que le acompañan. Quizás porque el maratón no es la carrera de uno solo, sino la de la familia, la que le concede el deseo a los hijos de preguntarse si sus padres están locos.

Así que, en realidad, esto no es un relato, sino una carta a él, que tal vez representa las virtudes y defectos del maratón. Una metáfora de la vida en la que no se trata de acertar, sino de esforzarse. Un día en el que la soledad del esfuerzo se refleja en esa colección de medallas que él guarda en una habitación y que en su caso ya son casi como una copia de la llave de casa. Yo perdí la cuenta de los sitios en los que corrió (Moscú, Atenas, Quebec, Hong Kong, Gran Canaria, Ravenna….) y prefiero pensar en los que le quedan por correr. Quizá porque en el  maratón, como en la vida, el futuro siempre será más interesante que el pasado. Una prueba de las aventuras que nos quedan por imaginar y de los esfuerzos que no nos asustan. Una pancarta de meta que, en realidad, pertenece a un sentimiento y no a una industria. Así que es preferible perder el miedo al maratón que perderle el respeto como demuestra tantas veces Jesús en su blog, donde el lenguaje retrata emociones honestas. Allí, se humaniza cada paso, incluidos esos kilómetros que casi siempre le alejan de las tres horas como si fuese una perversa orden del destino. Pero 27 maratones después, desde que empezó en Madrid en 2006, continúa en el intento y su entrenador, José Antonio De Pablo, todavía no le desautorizó para lograrlo: la tentación no tiene maldad.

Así que no queda otra que agradecer que exista gente como ésta para contar estas historias en las que las emociones toman el control. Entonces nos recuerdan el valor de estar ahí sea en medio de la humedad de Lima, que aquella mañana parecía insoportable, o a orillas del río Memo en Frankfurt. Porque al final esto es un viaje: la paciencia de la vida o la leyenda de cada segundo que escapa de las tres horas que quizás tengan el error de envejecer demasiado pronto. Sin embargo, los dolores no nos incapacitan para volver a intentarlo, porque así es la psicología del maratón y la del hombre que lo interpreta esta vez, Jesús Corral Torres, que trabaja de controlador aéreo y que tiene esa posibilidad de repartir sus vacaciones en casi todas las estaciones del año. Por eso cuando su hijo le dice que le gusta el nivel de vida que llevan en casa él siempre le contesta que no hay esfuerzo en esta vida que sea fácil. Ni siquiera en esta afición por el maratón, que ha de ser útil forzosamente como demuestra la cantidad de vida que deja en la memoria. Al fondo queda el agua en los avituallamientos;  los entrenamientos cumplidos y hasta esa agonía, que existe y que a Jesús Corral Torres también le ha  invitado a resignarse. Pero esa es la magia del maratón y de su agencia de viajes, la de no hacer caso y la de entender que Eduardo Galeano, ese maravilloso escritor uruguayo, tenía razón cuando escribió: “Está bien que nos llamen locos; en parte lo somos”.

@AlfredoVaronaA


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