Inicio Entrevistas El arcén de la M-30

El arcén de la M-30

Viaje nostálgico a la prehistoria de una tienda, Bikila, sin la que no se entiende el atletismo español. Su creador, Isidro López, es su guía.

La nostalgia no tiene cara de felicidad. La nostalgia está en su mirada, en su lenguaje y hasta en su manera de ser. Las referencias a su mujer, que murió en 2012 de un cáncer cerebral y que fue la primera titular de esta tienda, gobiernan a un hombre al que uno tendría la posibilidad de colocar en los altares. Sé que debería tratar de ser neutral como los árbitros. Pero esta vez no hay posibilidad de hablar de un hombre, que en los ochenta hacía series de 1.000 en el arcén de la M-30, y contarlo como si no pasase nada. Hay relatos que son inolvidables como las películas de cine en blanco y negro. Viajes en autostop desde Bruselas a Madrid. Vidas que empiezan de otra forma y niños como él que, hasta los once años, nunca pisaron un colegio. Pero entonces él, Isidro Lopez, creador de las tiendas Bikila, recuerda que la máxima aspiración de ese niño no era la de madrugar, sino la de tener “una navaja y unas botas” en aquellos montes de Toledo que hoy, a los 66 años, lo reparan por dentro y por fuera. “Allí es donde únicamente no me siento extraño”.


“Buscaba un nombre para la tienda que representase los valores del atletismo”.

No sé cual fue la primera novedad de este hombre ni cuál será la última. Pero imagino que la libertad hoy es la de recordar, la de dejar que cayese esa noche de viernes en la que quedamos en el número 10 de la Avenida Donostiarra casi a pie de la M-30, donde no es verdad que esta tienda sea una más. Sí lo fue en el pasado en 1988 cuando se inauguró sin ninguna otra ambición que la de mejorar el horario laboral de su mujer para estar más tiempo en casa. La paz estaba en su tamaño, 35 metros cuadrados, y su pulso en el almacén, que albergaba una mesa de ping pong para que jugasen sus cuatro hijos. Y se llamó Bikila porque, en realidad, Isidro adoraba a Bikila que ya había muerto y que desataba sus inquietudes. Su leyenda, la de correr descalzo, volvía a recordarle sus orígenes en esos montes de Toledo. Allí, él también corría descalzo y hasta en las propias carreras con otros niños le recordaba a su hermano mayor, con el que compartió la cama hasta los 15 años, que él corría más cómodo descalzo y que la humildad no tiene por qué pedir perdón a nadie. “Buscaba un nombre para la tienda que representase los valores del atletismo”.

13.125 pesetas de la caja del día de la inauguración escrita a bolígrafo por su mujer en una hoja que hoy está enmarcada y pegada a la pared

Hoy, en realidad, Isidro es un personaje insustituible en el atletismo español. Un hombre, que parecía atado a la vida agrícola y que hoy no sólo es el creador de una tienda que ha dado lugar a otras 18 por toda España. También fue el responsable del club de atletismo al que dio nombre la tienda; el padre de tres magníficos atletas y, por encima de todo, una caja fuerte llena de recuerdos que se manifiestan esta noche en la soledad de la tienda vacía y silenciosa, digna de psicoanálisis. Tanta paz le ayuda a uno a comprender sin fanatismos la evolución de la vida y hasta le invitan a convertir una conversación en un álbum de fotografías. Un millón de ideas que han convertido a la tienda en una especie de laberinto, donde se combina pasado y presente. Una especie de museo, el museo de Isidro, que establece la necesidad de rebobinar la película. La de recordar las 13.125 pesetas de la caja del día de la inauguración escrita a bolígrafo por su mujer en una hoja que hoy está enmarcada y pegada a la pared. La de no olvidar las fichas de los primeros clientes a los que no solo se les vendía unas zapatillas. También se les daba un servicio que procedía de la sed de enseñanza de Isidro, que entonces era profesor de latín e historia medieval en la Fundación Caldeiro. La diferencia es que él era capaz de emplear los recreos para entrenar, de llegar a los 150 kilómetros por semana y de alcanzar la temperatura idónea en maratón, 2 horas y 28 minutos, que cada año que pasa uno valora más.

Vuelve entonces la nostalgia, el recuerdo de su mujer fallecida, de su padre fallecido o de su amigo del alma también fallecido, el mismo hombre con el que se fue a Bruselas, antes de conocer el mar, en 1970. Vuelve esa nostalgia, que nunca será un hotel de cinco estrellas: te puede no faltar de nada y faltarte todo a pesar de que la vida le haya dado a uno la razón. Y entonces reaparece, de nuevo, la humildad que originó todo esto, aquel piso alquilado en el número 10 de la Avenida Donostiarra de dos habitaciones y 38 metros cuadrados para una familia con cuatro hijos en la que él, Isidro, y su mujer dormían en un sofá plegable en el salón. Pero entonces, en vez de cambiar de casa, prefirió abrir la tienda, “porque de una tienda puede salir una casa. Pero de una casa no sale una tienda”. Hoy, la razón está de su parte y de su mujer, que era una diosa para los números. El suspense, si lo hubo, ya se quedó viejo y, aunque los miedos siempre vuelvan, uno aprendió a ponerlos medida. Quizás porque, en realidad, no se puede esperar otra cosa de un profesor que era capaz de dar diez horas diarias de clase; de un atleta que hacía series 1.000 en el arcen de la M-30 y que hasta se atrevía a cruzarla en bicicleta para ir a trabajar al poco de llegar a Madrid cuando la familia se instaló en el barrio de El Pilar. El miedo debía ser valiente. Y si la nostalgia es hoy tan dura con él tal vez sea porque no existen vidas perfectas: la perfección no existe.


Isidro López se hace una pregunta dibujada por la soledad: “Qué es el éxito?

En realidad, la perfección no habita en un hombre que reconoce que su progresión cultural finalizó el día que dejó la enseñanza. Desde entonces, la tienda no es su obsesión. Su obsesión es el miedo a que un día pueda fracasar. Pero ese es el peligro vencido durante 29 años, desde 1988, él, su mujer y sus cuatro hijos, el golpe de cada generación. Una fotografía mayor de edad, digna del ‘National Geographic’; una fotografía muy parecida al éxito en la que, sin embargo, Isidro López se hace una pregunta dibujada por la soledad: “Qué es el éxito?” Porque no se trata de ocultar debilidades sino de compartirlas, de escribirlas y de recordar a quienes nos hicieron mejores y, en definitiva, a quienes deberían estar y ya no están por aquí. Todo esto puesto en los labios de un hombre de su edad, que empezó de la nada, tiene un valor incuestionable. Y entre las millones de posibilidades que nos ofrece la respuesta también está la de regresar a aquel arcén de la M-30 y a la década de los ochenta. Sabio retrato de un sacrificio que, a los 66 años, continúa acompañado por una nostalgia que no se sabe dar por vencida, la vida es así. “No creo que pueda aparecer otra mujer en mi vida. El listón está demasiado alto”.


Suscríbete a nuestro newsletter

Recibe en tu correo lo mejor y más destacado de LBDC

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí