Orgasmo con Messi en la casa blanca

Leo Messi, en la celebración del gol

Leo Messi, en la celebración del gol / sport

Albert Masnou

Albert Masnou

Leo Messi, él solito, a lo grande, como un dios romano, tumbó al Madrid. Cualquier adjetivo queda corto para describir el gigantesco partido del argentino en el Santiago Bernabéu. Los jugadores blancos tumbados sobre el césped desesperados tras el gol de la victoria en el minuto 91, ese que es madridista por antonomasia, en ese instante en el que han ganado tantos partidos y en los que ha dejado en la cuneta a tantos rivales humillados, desesperados. Los blancos probaron su propia medicina de manos de un jugador súblime, irrepetible.

Ese gol, el de la victoria, es el 500 con la camiseta del Barcelona. Por eso se la quitó y la enseñó a los escasos aficionados cules que había en el Bernabéu. Allí, plantado, con la camiseta  tenida en sus manos, con la grada del Bernabéu enmudecida, con los jugadores del Madrid llorando a sus espaldas y con el palco sin posibilidad de mover hilos. Florentino palideció también mientras Messi parecía incluso calmado en la línea de fondo mostrando esa camiseta que se vistió por primera vez en el 2000 y que no se ha sacado desde entonces.

Los ojos del mundo estaban todos pendientes de él porque solito había primero empatado el partido y luego dado la victoria que le permite al Barça  colocarse como líder de la Liga. Un orgasmo en toda regla para el barcelonismo.  El Barça vivió una noche que quedará en el recuerdo de todos los aficionados. 

Llegaba muerto, sin Neymar, eliminado de Europa y sin chance en la Liga y se va en plan triunfador, líder, rebosante de confianza y dejando al Madrid tocado y hundido.