La potencia no emana solo del motor

Lewis Hamilton

Lewis Hamilton , campeón con Mercedes / afp

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

Final de curso. Tiempo para hacer balance o, mejor aún, para mirar hacia el futuro y lo que nos traerá. La temporada 2017 ha ido de menos a más. No entendí el entusiasmo artificial y sobreactuado con el que algunos acogieron las primeras carreras de la temporada, justificado tal vez por las ansias de novedades que se suponía que iban a traer los nuevos gestores del certamen, y que a mi, personalmente, me parecieron más bien escasas.

Pero, la verdad es que pese a que las victorias iniciales de Vettel dispararon las expectativas de los ferraristas, el tiempo y Mercedes pusieron a cada cual en su sitio.

Para mí, lo mejor del año ha sido, sin duda, la capacidad de reacción de Hamilton, con un final de temporada majestuoso rubricado por su cuarto título mundial.

El último tercio del calendario, con las mejores carreras de la campaña, nos ha confirmado que a Ferrari le cuesta brillar bajo presión. Sus resultados en Interlagos, una vez que el británico ya había consolidado su objetivo de revalidar el título, confirmaron que los de Maranello lucen mejor cuanto menos hay en disputa.

2018 debería ser el año de Liberty Media, alejada ya de la influencia de la sombra de Ecclestone. Ahora ya no valen las excusas, y cabe esperar mucho más que palabras y buenas intenciones. Ya no nos conformamos con números y nombres pintados más grandes en las carrocerías.

Llega la época de los coches con Halo. Del debate profundo sobre los límites presupuestarios. De la definición exacta de la arquitectura de los motores del futuro. De saber si, realmente, marcas como Porsche o Alfa Romeo vuelven de verdad, o si todo es una estrategia de marketing.

De confiar en que Renault permita sonreír a los pilotos españoles. De recuperar las audiencias televisivas y de solidificar nuevos formatos, o de dejarse de más especulaciones. Y en la época de los coches híbridos conviene no olvidar, sobretodo, que no hay mejor carburante para la competición que la ilusión, que es lo que claramente hay que resucitar. Sin ella, no hay motor que funcione.