Neymar, Cruyff y los socios del Barça

Johan Cruyff y Jaume Roures, en un acto cuando el holandés era entrenador del FC Barcelona

Johan Cruyff y Jaume Roures, en un acto cuando el holandés era entrenador del FC Barcelona / sport

Toni Frieros

Toni Frieros

Los más viejos del lugar recordarán el famoso campo de entrenamiento de La Masia. Hubo un tiempo en el que los jugadores del Barça entrenaban allí. Era un recinto, hoy convertido en aparcamiento, que estaba pared con pared con la antigua residencia de jugadores de la cantera azulgrana. Desde el exterior de la Avenida Joan XXIII se podían ver los entrenamientos, así que era algo muy habitual contemplar a gente agolpada en la verja para ver las evoluciones de los cracks del momento.

Los entrenadores de la época, Udo Lattek, H.H., Terry Venables, Luis Aragonés y Johan Cruyff solían tener la prudencia de hacer los ejercicios en la otra punta del campo, para que los jugadores no tuvieran que escuchar los gritos o comentarios de los aficionados. Hasta que cierto día, Johan Cruyff, enfadado por una severa derrota (creo recordar que fue después de un 5-0 encajado ante el Racing de Santander), mandó entrenar a los Stoichkov, Koeman, Guardiola, Bakero, Txiki, etcétera, justo debajo de la verja donde en cada entrenamiento se apostaban los socios y seguidores del Barça. La retahíla de insultos y descalificaciones fueron de armas tomar, así que al acabar el entrenamiento le preguntamos a Cruyff (entonces los periodistas podíamos ver los entrenamientos dentro del mismo campo) por qué había tomado esa decisión que había provocado que sus pupilos juraran en hebreo contra él : “Para que se den cuenta de la realidad, porque el fútbol y el Barça no es de ellos, es de los socios, que son los que nos pagan y tienen derecho a quejarse después del ridículo que hicimos”. Una lección de vida.

Estoy absolutamente convencido de que si bajo la época de Cruyff se llega a vivir un caso como el que ahora nos ocupa con Neymar y el PSG, el culebrón habría durado el tiempo que le hubiera dado Johan al brasileño para decir públicamente si que quedaba o se marchaba. Cruyff podría tener muchos defectos, porque también se equivocaba, pero no hubiera permitido esta tomadura de pelo de Neymar hacia el club y sus propietarios, los socios. El brasileño, y por extensión la gran mayoría de jugadores de élite, se olvidan que tienen una obligación sagrada, que no es otra que rendir cuentas a quienes sostienen esta inmensa industria que les hace multimillo-narios. Sin la afición, sin los socios, ni hay fútbol, ni hay partidos ni hay dinero. Es a ellos a quienes se deben. Y Neymar tiene el deber moral, y la obligación, de dirigirse a ellos, para que sepan a qué atenerse. Si se queda, bien. Si se va, adiós muy buenas.

Estos comportamientos tan egocéntricos, tan caprichosos, suceden porque la autoridad de los presidentes y entrenadores ha pasado a mejor vida. Los clubs, en los últimos años, están en manos de las estrellas, conscientes de su poder e influencia, capaces de poner a un club patas arriba con un simple tuit. Las directivas tienen un miedo atroz a que las grandes figuras se molesten o se enfaden, no vaya a ser que pierdan la poltrona, y por eso tragan sapos y comulgan con ruedas de molino. Casi todos menos Nassar Al-Khelaifi, presidente del PSG, capaz de hacer pasar por el aro a Verratti. ¡Ay si Cruyff levantara la cabeza!