Naufragio de un Barça sin entrenador

Luis Enrique ha comparecido en la sala de prensa

Luis Enrique ha comparecido en la sala de prensa / EFE

Ernest Folch

Ernest Folch

El Barça cayó en París sin grandeza y sin excusas. Fue una caída estrepitosa, desde el primer al último minuto,  y lo peor del naufragio es que, más que un accidente, se manifestó como una agudización de muchos problemas, algunos latentes y otros evidentes, que ya se habían denunciado a lo largo de la temporada. El Barça se desangró en el Parque de los Príncipes por el medio campo, el mismo punto en el que ha sufrido todo el año, agudizada ayer la herida por un Iniesta todavía renqueante de la lesión, un Busquets perdido y un André Gomes a la deriva y totalmente inmaduro para jugar hoy en el Barça. Con la sala de máquinas colapsada, el equipo blaugrana se convirtió en un artefacto fantasmagórico, sin ningún plan, y a expensas como ya se ha connvertido en costumbre de lo que pudiera inventar el tridente, que ayer fue casi nada a parte de algún arranque aislado de Neymar. 

El Barça copió otro defecto de los últimos meses, en los que se ha acostumbrado a fiarlo todo a la genialidad de Messi: contra el PSG el argentino no apareció, básicamente porque con el medio campo desconectado, su aislamiento fue esta vez tan angustiante como inevitable. Excepto Ter Stegen, que salvó al equipo de una goleada mayor, detrás tampoco se salvó nadie, en un partido que deja mal parados a bastantes jugadores. Sin embargo, la debacle auténtica se produjo en los banquillos, donde un Unai Emery que solo había ganado un partido de los últimos 23 al Barça dio un repaso táctico a Luis Enrique de los que hacen época. En realidad la gran victoria ayer del PSG fue simplemente tener un plan y creer en él. El Barça, en cambio, demostró que ha dejado de saber a qué juega, que su modelo de juego se está desvirtuando peligrosamente y que su única idea se reduce ahora a algo tan primario como rezar para que alguien de los tres de arriba enchufe la pelota en alguna jugada aislada. 

Luis Enrique naufragó estrepitosamente pero una vez más focalizó su ira sobre un periodista: ayer le tocó a Jordi Grau de TV3 recibir un desagradable desplante del entrenador azulgrana, que por mucho que fuera en caliente fue inexcusable, y que se explica por su tendencia a culpar a los periodistas y al periodismo de todos los males que le ocurren. Luis Enrique se equivoca cuando intenta inventarse enemigos que no existen, al estilo Mourinho: su única preocupación debería ser ahora hacer una profunda autocrítica para poder subsanar errores y llegar al partido de vuelta con opciones de remontar. No es hora de ajustar cuentas sino de pensar en el Barça.  El equipo jugó en París sin entrenador, muy activo ante los micrófonos pero desaparecido en el campo. La remontada solo será posible si el banquillo vuelve a tomar el mando.