El jefe de pista debe mandar más que el domador

Marc Márquez

Marc Márquez / AFP

Josep Lluís Merlos

Josep Lluís Merlos

El poder que Dorna ha otorgado a los pilotos es enorme. Lo vimos en el GP de Catalunya donde la forma de presionar a la organización con las modificaciones exigidas en el Circuit rozaron la extorsión.

Su nueva víctima se llama Michelin. En Assen, como ya ha sucedido en algunas otras pistas, vuelven a traer los neumáticos simétricos tras el brutal linchamiento mediático al que las estrellas del certamen han sometido al fabricante francés.

Probablemente su petición esté justificada, pero el trabajo de tantos años por parte de Michelin, su fidelidad a un escaparate que es un arma de doble filo, y una larga trayectoria profesional en la que seguro que los éxitos pesan más que los fracasos merecía una actitud más dialogante antes de prender la mecha con tanto fervor.

Hace años, un grupo de pilotos encabezado por Kenny Roberts quiso poner en marcha un mundial paralelo, que iba a llamarse World Series. La idea no cuajó. Menos mal, porqué el motociclismo no puede estar nunca gobernado por pistoleros.

Las condiciones del campeonato de aquel tiempo no tienen nada que ver con las actuales, ni aquella FIM precaria y obsoleta se parece en nada al rigor y dedicación con el que el gobierna Dorna en la actualidad.

Pero es obvio que soplan aires de cambio. Que toda una marca como Honda –ni más ni menos- vaya a ser sustituida por Triumph como suministradora de los motores de Moto2 es otro indicador de que algo se mueve.

Está claro que tiene que ser Dorna quien marque el ritmo del futuro. Su voluntad de dar juego a las motos eléctricas –guste, o no- es otra muestra más de que la dirección del campeonato no está anclada en el inmovilismo, es moderna y piensa en grande.

Los gestores del certamen han dado muestras de una gran flexibilidad cuando ha sido necesaria. Assen es un ejemplo. Se pasó la carrera del histórico sábado a los domingos, y esta vez se ha modificado el horario para no coincidir con la F1. Pero regalar tanto poder a los pilotos comporta un cierto riesgo y puede llevar a un terreno pantanoso.